Narrado por Lía
Despertar fue como volver de un lugar lejano, oscuro y frío. Todo era confuso, borroso. Pero entre esa neblina, lo primero que sentí fue la calidez de una mano que me sostenía, firme y temblorosa al mismo tiempo. Cuando abrí los ojos y vi a Ethan, supe que estaba viva.
No recordaba todo con claridad, pero sí recordaba el miedo. El auto. El impulso de proteger a Leo. Luego, oscuridad.
Pasaron horas, tal vez un día completo, en las que me sentía entrando y saliendo del sueño. Los analgésicos y las heridas me mantenían entre la conciencia y el desmayo. Pero poco a poco volví a mí.
Y entonces los vi.
Mis hijos fueron los primeros en visitarme. Leo y Ian entraron tomados de la mano de Ethan, sus ojitos hinchados de llorar pero brillantes al verme.
—¡Mami! —gritó Leo, corriendo a mi lado con cuidado, como si supiera que no podía abrazarme fuerte.
Lloré. Lloré como no había llorado en años. Me aferré a sus manitas, los besé, les susurré que estaba bien. Ian, con su madurez de niño grande, se acercó con los labios temblorosos.
—¿Vas a estar bien, mamá?
Asentí. No podía mentirles, pero tampoco podía herirlos con más miedo del que ya habían sentido. Los abracé como pude, como necesitaba.
Después llegaron mis padres. Ver a mi madre llorando fue un puñal. Mi padre me acarició la cabeza y se sentó junto a mí, sin decir mucho. No hacía falta. En su silencio estaba todo el amor del mundo.
Anette llegó poco después, con una bolsa llena de cosas necesarias, y un abrazo que me hizo llorar otra vez. Me contó lo que había pasado, cómo me habían llevado al hospital, cómo ella le avisó a Ethan y cuidó de los niños mientras él se derrumbaba.
No sabía cómo agradecerle, pero ella me miró como siempre lo hace: como si no necesitara agradecimientos porque mi bienestar era suficiente para ella.
Cuando quedamos a solas, Ethan se sentó a mi lado. Me sostuvo la mano como si aún temiera perderme.
—Hay algo que necesito decirte —empezó, con los ojos clavados en los míos—. La policía ya identificó al dueño del carro que te atropelló.
Mi pecho se encogió. Supe que no serían buenas noticias.
—Fue Valerie —dijo finalmente—. El carro estaba a su nombre. Tenemos grabaciones. Fue deliberado, Lía. Ella lo hizo.
Sentí cómo todo el aire me abandonaba de golpe. Valerie. Otra vez ella. Esa mujer no conocía límites.
—¿Estás seguro? —pregunté con voz quebrada.
—Sí. Huyó del país. Pero no importa. No voy a dejar que esto quede así. No esta vez. No después de lo que te hizo. —Su voz se rompió al final.
Por un momento, el dolor de las heridas físicas se desdibujó tras una ola de rabia y miedo. No por mí, sino por mis hijos. Por Ethan. Por todo lo que habíamos construido.
Pero al mismo tiempo, sentí una fuerza diferente despertando dentro de mí.
—No voy a permitir que nos vuelva a separar —le dije—. Estoy viva. Y ahora más que nunca voy a pelear por lo nuestro.
Ethan se inclinó, besó mi frente con una ternura que me dejó sin aliento, y susurró:
—No estás sola. Esta vez, luchamos juntos.
Me recosté con cuidado, cerrando los ojos, con el peso de la verdad golpeando fuerte. Pero también con la certeza de que, aunque las sombras regresaran… esta vez, yo no me rendiría.
Nunca más.
Editado: 03.08.2025