Nuevas curvas para el Ceo

CAPÍTULO 77 — LA CAZA FINAL

Narrado por Ethan

No había forma de explicar lo que sentí cuando Lía me dijo esas palabras: "La encontré, Ethan. Sé dónde está Valerie."

Mi corazón se detuvo por un segundo. Llevábamos meses esperando ese momento, rastreando pistas, desentrañando mentiras y esquivando frustraciones. Pero ahora estaba ahí. Real. Cierta. Tangible. Lía no era de hablar sin pruebas, y al ver la carpeta en sus manos, repleta de documentos, fotos y ubicaciones marcadas, supe que había llegado la hora.

—¿Estás segura? —pregunté mientras tomaba asiento a su lado.

—Completamente. Está en Croacia, con una identidad falsa. Pero cometió un error: quiso rehacer su vida con alguien más y dejó una huella bancaria al alquilar una casa a su nombre falso.

Abrí el archivo digital en la tablet que me extendió. Todo estaba allí: la foto del pasaporte falso, los registros migratorios bajo una identidad distinta, los reportes de un investigador privado que ella había contratado por su cuenta. El rostro de Valerie en una calle croata, capturado por una cámara de seguridad, no dejaba lugar a dudas. Era ella.

—¿Y qué planeas hacer? —le pregunté, aunque en el fondo ya lo sabía.

—Quiero ir. Ir contigo. Y entregarla. —Su voz era firme, templada como una espada lista para cortar la última cadena que la unía a esa sombra del pasado.

No hubo dudas. Ni un segundo. Sabía que arriesgarnos a viajar tan lejos, con su salud aún en recuperación, podría parecer una locura para muchos. Pero también sabía que esta era su forma de cerrar el ciclo. Y yo la apoyaría hasta el final.

Esa noche no dormimos. Nos quedamos planeando cada paso: vuelos, tiempos, cobertura legal, contacto con la embajada y con la Interpol. Me encargué de asegurar un equipo legal que nos ayudara desde allá y contacté a un oficial internacional que ya estaba al tanto del caso gracias a las alertas emitidas desde Colombia.

—¿Y los niños? —preguntó Lía mientras se ponía su chaqueta para salir al siguiente día a tramitar documentos.

—Se quedarán con mis padres. Ya hablé con ellos. Quieren ayudarte tanto como yo.

En 48 horas, estábamos en un avión cruzando el Atlántico. Lía lucía tranquila, pero yo conocía bien la mirada que llevaba: concentración absoluta. Y debajo de todo eso, una emoción cruda: justicia.

Llegamos a un pequeño pueblo al sur de Croacia. Allí, en una casa blanca frente al mar, Valerie vivía bajo el nombre de Ivana Kovac. Nadie del vecindario sabía su verdadero pasado, solo que era una mujer reservada con acento extranjero que pagaba siempre a tiempo y evitaba amistades.

La policía local y un par de agentes internacionales nos acompañaron al momento de la intervención. Fue rápido, pero no por eso menos intenso. Al vernos, Valerie palideció como si hubiera visto un fantasma. Lía no apartó la vista de ella mientras los oficiales le leían sus derechos, esta vez sin escapatoria.

Antes de que la esposaran, Valerie, en un último intento de mantener su fachada, esbozó una sonrisa arrogante y dijo:

—¿En serio viniste hasta aquí por esto? ¿No te basta con haberme quitado todo?

Lía dio un paso al frente, su voz cortante como el hielo.

—No te lo quité, Valerie. Te lo perdiste sola. Pero lo que sí no te voy a permitir es que sigas siendo una amenaza para mi familia.

—Tú siempre fuiste una piedra en el zapato —masculló Valerie, mirando ahora a Ethan con desdén—. Un error que él nunca debió cometer.

Yo di un paso al frente, con el corazón latiendo como un tambor.

—El único error fue haberte dejado entrar en nuestras vidas. Y créeme, no va a volver a pasar.

—Disfruta tu victoria, Lía. Esto aún no termina —murmuró Valerie mientras los agentes la escoltaban hacia el auto.

—Para ti sí terminó —respondió Lía con serenidad, y la vio desaparecer sin rastro de duda en sus ojos.

Cuando regresamos al hotel esa noche, Lía se dejó caer sobre la cama con un suspiro largo. Yo la abracé por detrás y la sostuve en silencio. No hacía falta decir nada.

—¿Y ahora qué? —me preguntó, con voz serena.

—Ahora, vivimos. Sin sombras. Sin miedo. Solo tú, yo y los niños. —Le besé el hombro—. Valerie fue el último fantasma. Ya se acabó.

No sé si alguna vez se olvida un dolor tan grande. Pero esa noche, al dormir en un país lejano, de la mano de la mujer que eligió la vida sobre el miedo, supe que el final del infierno había llegado.

Y el principio de una vida nueva acababa de comenzar.




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