Narrado por Lía
Regresar a casa fue como respirar después de haber contenido el aliento durante demasiado tiempo.
El avión aterrizó con suavidad, pero mi corazón latía con fuerza. Desde la ventanilla, las luces de la ciudad parecían más cálidas, más reales. No era solo un regreso físico. Era espiritual. Era emocional. Atrás quedaban los días de miedo, los años de incertidumbre y las heridas abiertas por una mujer que intentó destruir mi vida y la de mi familia.
Ethan tomó mi mano cuando salimos del aeropuerto, y al ver su sonrisa cansada pero orgullosa, supe que habíamos ganado una batalla que marcaba un antes y un después.
Mis padres nos esperaban con los niños afuera. Apenas los vi, solté la maleta y corrí. Leo se lanzó a mis brazos con la misma energía de siempre, e Ian vino enseguida, abrazándome por la cintura con fuerza. No dijeron nada al principio. Solo me abrazaron. Como si supieran, sin palabras, que mamá había vuelto para quedarse.
—¿Ya se acabó todo? —preguntó Ian con su vocecita seria, mirándome con esos ojos tan parecidos a los de Ethan.
—Sí, amor. Ya estamos a salvo. Todo terminó.
Los ojos de mi madre brillaban con lágrimas contenidas mientras acariciaba mi cabello, y mi padre, aunque más reservado, me dio ese abrazo largo que tanto necesitaba.
El trayecto a casa fue tranquilo. Ethan manejaba mientras los niños no paraban de contar lo que habían hecho en nuestra ausencia. Había dibujos nuevos en la nevera, juguetes por doquier, y una pequeña carta que me esperó todo este tiempo en la mesita de noche: "Te amamos, mamá. Vuelve pronto. —Leo e Ian".
Entrar a casa fue como cerrar el círculo. Me quité los zapatos en la entrada y respiré hondo. Todo olía a hogar. A nosotros.
Esa noche, después de acostar a los niños, nos sentamos en la sala con una copa de vino, en silencio por unos minutos. Ethan me observaba con esa mezcla de admiración y alivio que ya me era familiar.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Más que bien. Estoy en paz.
Nos miramos un largo rato. Ya no quedaban demonios en la sombra, ni secretos sin resolver. Solo nosotros. Y el amor que, después de tantas pruebas, había salido aún más fuerte.
—¿Y ahora qué vas a hacer? —dijo, acariciándome la mano.
Sonreí.
—Vivir. Reír. Amar. Ser mamá, ser mujer, y por fin, dejar de mirar hacia atrás. Pero también quiero ayudar a otras mujeres. Contar mi historia. Hacer algo con todo esto.
—Vas a cambiar vidas, Lía —susurró, acercándose para besarme la frente—. Como cambiaste la mía.
Y en ese momento lo supe. El infierno había quedado atrás. Valerie ya no era más que un mal recuerdo en el pasado. Lo que seguía era nuestro presente… y todo lo que vendría después.
Hogar.
Al fin.
Editado: 03.08.2025