Narrado por Lía
Recuerdo perfectamente ese día… el día en que Ethan me pidió que me casara con él.
Después del “sí” más sincero de toda mi vida, corrí a contárselo a Anette, y por supuesto a mis padres. Todos estaban emocionados, pero mi mamá lloró como si fuera la primera vez que me veía enamorada. Y mi papá… él intentó hacerse el fuerte, como siempre, pero sus ojos brillaban. Desde ese momento, comenzaron los preparativos.
La boda fue un sueño. Sencilla, íntima, hermosa. Vestido blanco, flores en tonos cálidos, y mis hijos como parte del cortejo. Ethan estaba de punta en blanco, y al verme caminar hacia él, se quedó sin palabras. En el fondo, escuché a papá sollozar y a mamá susurrarle “te lo dije”. Todos lloraron, menos los gemelos, que se aburrieron un poco durante la ceremonia, pero aplaudieron como locos cuando nos besamos.
Meses después de la boda, una mañana cualquiera, mientras desayunaba algo que antes ni me gustaba, sentí ese cosquilleo en el corazón. Fui por una prueba sin decirle nada a nadie… y ahí estaba. Dos rayitas. Una nueva vida.
Le conté a Ethan esa noche, y su reacción fue tan hermosa que aún me emociona. Me alzó, me abrazó, me besó como si fuera la primera vez y gritó por la casa: “¡Vamos a tener otro bebé!” Los niños salieron corriendo a ver qué pasaba y cuando se enteraron, Leo dijo: “Espero que sea niña, para tener a quién cuidar.” E Ian solo gritó “¡otra vez pañales nooo!”, pero en el fondo también estaba feliz.
Y entonces vino la cita con la ginecóloga…
Narrado por Ethan
Estaba ansioso, no lo voy a negar. El consultorio, el monitor, el gel frío en su abdomen… Y entonces, ahí estaba: un pequeño corazón latiendo, una vida nueva formándose.
—¿Quieren saber el sexo? —preguntó la doctora.
Nos miramos. Lía sonrió. Yo asentí.
—Es una niña.
Sentí que el corazón me explotaba. Me reí, me emocioné, y sí… también me puse celoso de inmediato. Tenía una hija. Una princesa. Una pequeña a la que iba a cuidar con mi vida. Ya me imaginaba corriendo a espantar a cualquier niño que se le acercara en el futuro.
Esa noche les conté a los gemelos que iban a tener una hermanita. Les pedí solemnemente que, cuando ella naciera, fueran sus guardianes.
—Nadie se le acerca, ¿entendido? Ustedes la protegen, así como yo protejo a su mamá.
—¿Y si es una niña fuerte como mami? —preguntó Leo.
—Entonces será doblemente peligrosa —respondí con una sonrisa—. Pero igual merece que la cuiden.
Cuando nació Elena, todo cambió. Fue como si la vida nos hubiera dado un regalo final. Una niña con ojos enormes, una sonrisa que derrite, y energía de sobra. Hoy ya tiene tres años, y no para un segundo. Habla sin parar, corre, baila, canta, y tiene a todos los de la casa comiendo de su manita.
Han sido tres años de felicidad pura. Ver a Lía con ella, ver a los niños siendo hermanos mayores protectores, es un espectáculo diario que me recuerda por qué luchamos tanto. Por qué valió la pena todo el dolor y cada batalla.
Gracias a Lía, entendí lo que es el amor verdadero. No el de cuentos, sino el real: el que se construye, el que se sostiene en los días difíciles y se celebra en los días hermosos.
Ella me enseñó a amar sin miedo.
Y mis hijos me enseñaron que la vida, cuando se vive con el corazón lleno, siempre termina siendo más generosa de lo que uno se imagina.
Tengo una familia.
Tengo un hogar.
Y eso, es todo lo que necesito.
FIN
Editado: 03.08.2025