Nuevo Amanecer: Noches de Masacres
Capítulo 1: La llegada de los forasteros
El sol apenas despuntaba en el horizonte, tiñendo de rosa las cumbres nevadas que rodeaban el valle. Kael, con el rostro curtido por el frío y el viento, caminaba entre sus ovejas, esparciendo puñados de grano sobre la tierra escarchada. Las bestias, lanudas y silenciosas, se arremolinaban a su alrededor, agradecidas por el alimento.
De vuelta en la cabaña, el aroma a café recién hecho impregnaba el ambiente. Tras un frugal desayuno a base de pan de centeno y queso de oveja, Kael lavó los trastos en el fregadero de piedra. Al levantar la vista, su mirada se posó en el calendario colgado en la pared. Un círculo rojo resaltaba la fecha: hoy llegaba el repartidor. Un atisbo de emoción cruzó su rostro inexpresivo. La llegada del repartidor era un acontecimiento importante en Nuevo Amanecer, una oportunidad para abastecerse de productos esenciales y, sobre todo, para romper la monotonía del aislamiento.
Sin perder tiempo, Kael enganchó su viejo caballo a la carreta de madera y emprendió el camino hacia el pueblo. El traqueteo de las ruedas sobre el sendero pedregoso era el único sonido que rompía el silencio matinal. A medida que se acercaba a Nuevo Amanecer, Kael podía divisar las primeras casas de piedra, apiñadas unas contra otras como buscando refugio del implacable invierno.
A medida que Kael se adentraba en Nuevo Amanecer, notó una inusual actividad en la plaza del pueblo. El camión del repartidor, un viejo armatoste cubierto de óxido, estaba estacionado frente al ayuntamiento. Un pequeño grupo de personas se arremolinaba a su alrededor, observando con curiosidad cómo descargaban bultos y cajas. Kael detuvo su carreta y se acercó al grupo.
Fue entonces cuando los vio: cuatro personas descendían del camión. Una mujer de mediana edad, con el rostro cansado pero amable, tomaba de la mano a una niña de unos seis años, de ojos brillantes y cabello castaño. Detrás de ellas, una pareja joven, tomados del brazo, observaban el pueblo con una mezcla de asombro y expectación.
Kael reconoció a Leslie, la alcaldesa del pueblo, entre la multitud. Se acercó a ella con cautela.
-Buenos días, Leslie -saludó Kael con su voz grave y pausada.
-¡Kael, qué bueno que llegas! -respondió Leslie con una sonrisa-. ¿Ves a esas personas? Son extranjeros. Han llegado hoy al pueblo.
-¿Extranjeros? -preguntó Kael con incredulidad-. ¿Qué hacen aquí?
-Al parecer, han decidido quedarse a vivir con nosotros -explicó Leslie-. Han huido de la ciudad en busca de un lugar tranquilo donde empezar de nuevo. Creo que deberíamos acercarnos a saludar.
Kael vaciló por un instante. No era hombre de muchas palabras ni de grandes habilidades sociales. Pero la curiosidad pudo más que su timidez. Asintió con la cabeza y siguió a Leslie hacia el grupo de extranjeros.
Leslie, con su habitual sonrisa, se acercó a los extranjeros. Kael la siguió a regañadientes, manteniendo una distancia prudente.
-Bienvenidos a Nuevo Amanecer -dijo Leslie con entusiasmo-. Soy Leslie, la alcaldesa del pueblo. Espero que su viaje haya sido agradable.
La mujer de mediana edad le devolvió la sonrisa.
-Muchas gracias -respondió-. Soy Sarah, y ella es mi hija, Emily. Ellos son Mark y Jessica. Estamos encantados de estar aquí.
-Es un placer tenerlos con nosotros -dijo Leslie-. Espero que Nuevo Amanecer sea el hogar que están buscando.
-Eso esperamos -respondió Sarah con una mirada de esperanza.
Leslie se giró hacia Kael.
-Kael, ¿por qué no te presentas? Él es uno de nuestros vecinos más antiguos.
Kael asintió con la cabeza y extendió su mano hacia Sarah.
-Kael -dijo simplemente, con su voz grave y seca.
Sarah le estrechó la mano con una sonrisa amable.
-Es un placer conocerte, Kael.
Mark y Jessica también saludaron a Kael con cortesía. Emily, la niña, se escondió detrás de las piernas de su madre, observando a Kael con curiosidad.
-Bueno, creo que es hora de que los deje instalarse -dijo Leslie-. Si necesitan algo, no duden en pedírmelo.
-Muchas gracias por su hospitalidad -respondió Sarah-. Estamos muy agradecidos.
Leslie y Kael se despidieron de los extranjeros y se alejaron.
-¿Qué te parecen? -preguntó Leslie a Kael.
-Parecen buena gente -respondió Kael con cautela-. Pero algo no me termina de convencer.
-¿A qué te refieres? -preguntó Leslie con curiosidad.
-No lo sé -respondió Kael-. Simplemente tengo un mal presentimiento.
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Editado: 24.11.2025