Nuevo Amanecer: Noches de Masacres

Nuevo Amanecer: Noches de Masacres capitulo 11

Nuevo Amanecer: Noches de Masacres

Capítulo 11: La Jaula Invisible

La dantesca escena en casa de Leslie desató el pánico entre los aldeanos. El miedo, como una plaga, se extendió rápidamente, carcomiendo la cordura y avivando las llamas de la superstición. Algunos, presas del terror, clamaban por abandonar Nuevo Amanecer, convencidos de que una maldición ancestral se había desatado sobre el pueblo. Otros, cegados por la ira y el prejuicio, señalaban a los extranjeros como los culpables de la macabra matanza.

Kael y Jessica, conscientes del peligro que corrían los recién llegados, no tuvieron otra opción más que protegerlos. Los condujeron a toda prisa hasta la cabaña de Kael, buscando refugio y seguridad. Al llegar, Kael se quedó afuera, enfrentando a la turba enfurecida.

Durante un tenso e interminable rato, Kael intentó calmar a los aldeanos, apelando a la razón y a la cordura. Les rogó que no se dejaran llevar por el miedo y que permitieran una investigación justa. Poco a poco, su discurso fue surtiendo efecto. La mayoría, aunque aún recelosos, accedieron a escuchar y a esperar.

Pero la calma duró poco. De pronto, un grupo de aldeanos que habían intentado huir del pueblo regresaron corriendo, con los rostros desencajados por el terror. Se abrieron paso entre la multitud, gritando desesperados.

"¡No podemos salir!", exclamaban con los ojos desorbitados. "¡Estamos atrapados!"

Kael, con el corazón en un puño, se acercó a ellos. "¿De qué están hablando?", preguntó con voz temblorosa.

Los aldeanos, entre sollozos y gritos, relataron una historia increíble. Al intentar cruzar los límites del pueblo, se habían encontrado de repente, y sin explicación alguna, de vuelta en la plaza principal. Era como si una fuerza invisible les impidiera escapar, como si Nuevo Amanecer se hubiera convertido en una jaula.

La noticia se extendió como la pólvora, sumiendo a los aldeanos en un estado de histeria colectiva. Kael sintió que el mundo se derrumbaba a su alrededor. La impotencia lo invadió como un veneno, quemándole las entrañas. Era el guardián de Nuevo Amanecer, el protector de su gente, y no podía hacer nada para salvarlos.

La frustración, la tristeza y el miedo se apoderaron de él, ahogándolo en un mar de emociones negativas. Sintió que las piernas le fallaban, que el peso de la responsabilidad lo aplastaba sin piedad. Y entonces, ante la mirada atónita de los aldeanos, Kael cayó de rodillas, derrotado. Lágrimas silenciosas resbalaban por sus mejillas, mientras un grito ahogado de desesperación se perdía en el viento helado.

El pueblo, antes un remanso de paz y tranquilidad, se había convertido en un infierno. Y Kael, se sentía inútil, incapaz de proteger a quienes depositaban su esperanza en el.




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