Nuevo Amanecer: Noches de Masacres

Nuevo Amanecer: Noches de Masacres capitulo 13

Nuevo Amanecer: Noches de Masacres capítulo 13: No hay escapatoria

El sol seguía alto, clavado en un cielo sin nubes, cuando los aldeanos se reunieron con Kael. Eran apenas las dos de la tarde cuando comenzaron a intentar abandonar el pueblo. Nadie sabía exactamente por qué, pero todos sentían que algo estaba fuera de lugar, como si el aire mismo estuviera cambiando.

Kael guió al primer grupo hacia la frontera norte. El camino era el mismo de siempre: tierra seca, árboles altos, el viejo letrero que marcaba el límite del territorio. Nada parecía alterado… hasta que cruzaron el borde del bosque.

Un parpadeo.
Un suspiro de viento.
Y de pronto estaban de nuevo en el centro del pueblo.

—¿Qué… qué fue eso? —murmuró una mujer, apretando a su hijo contra el pecho.

Kael miró a su alrededor con el ceño fruncido. La fuente, las casas, la plaza… Todo igual. Demasiado igual.

Intentaron otra dirección. Luego otra. Y otra. Caminaban durante minutos, a veces casi una hora, pero cada vez que cruzaban lo que debía ser el límite del pueblo, el resultado era el mismo: eran devueltos al centro, como si nunca hubieran salido.

Algunos empezaron a llorar. Otros rezaban. Otros culpaban a fuerzas desconocidas. Kael, que siempre intentaba ser la voz de la razón, trataba de mantener el orden.

—No sabemos qué está pasando, pero mantengan la calma. Puede haber una explicación —dijo, aunque ni él lo creía del todo.

Así pasaron las horas. El sol, esta vez sí, comenzó a descender lentamente, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Los aldeanos ya estaban exhaustos, tanto física como emocionalmente. El miedo seguía latente, creciendo con cada intento fallido.

Al verlos tan abatidos, Kael tomó la decisión.

—Está bien. Basta por hoy —anunció con voz firme, intentando sonar más seguro de lo que se sentía—. Váyanse a sus casas. Descansen. Mañana saldremos más temprano y encontraremos qué está causando esto.

Los aldeanos asintieron en silencio, retirándose uno por uno mientras el atardecer envolvía las calles del pueblo con una luz cálida, engañosamente tranquila.

Kael fue el último en irse. Se quedó un momento observando el cielo, que perdía su color a paso lento, y sintió un escalofrío recorrerle la nuca.

Algo estaba mal.
Muy mal.
Pero aún no tenía ni la menor idea de qué.




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