Recuerdo estar sentada en el suelo del salón de clases en mi antiguo colegio, con una enorme cartulina con cuadernos en cada punta para que no se enrollara. Pegatinas, escarcha, cartas, papeles de colores y demás estaban esparcidos por todos lados mientras las chicas a mi lado me daban ideas de cómo deseaban que quedara el dichoso cartel para sus enamorados.
Al contrario de darme risa aquello, siempre me daba cierta pena que ellas se esforzaran tanto para darle algo a sus parejas; sí, daba pena.
Pero yo las ayudaba porque me nacía hacerlo; a ellas las ilusionaba, y como yo era la creativa del salón siempre me pedían ayuda cada vez que me veían sin tener alguna ocupación.
A esas mismas chicas luego de algunos meses las veía llorando por el mismo chico, al que le entregaban esos detalles; chicos que las habían engañado con otras de otro colegio, chicos que se cansaron de ellas o chicos que las dejaron embarazadas sin siquiera dar la cara para hacerse cargo y dejándolas asustadas.
A ellas ni siquiera las vi cuando me gradué del colegio. Supe de algunas que por miedo se deshicieron del problema, así, sin más. Como si se tratase de una simple basura que dejar en un contenedor.
Sí, todo eso vi, chicas de apenas 15 y 16 años, y preferí no pasar por ello, total, los chicos de mi edad eran inmaduros, sabía que no me perdía de nada por lo que me dediqué a mis cosas y mis problemas.
Así pasaron los años, la misma historia se repetía, los mismos casos que veía en el colegio lo vi en la universidad. Aquí a veces las cosas eran diferentes, los chicos eran los detallistas. Era bonito pasar San Valentín por la ciudadela universitaria y verlos todos nerviosos con unos ramos, osos o alguna rosa solitaria en sus manos en busca de sus parejas. Pero también vi a algunos solos, vi regalos en los contenedores de basura, vi a chicos llorando.
Y pensaba que a ellos también les pasa, por lo que prefería seguir sola.
Sentía que no estaba preparada para vivir eso, el amor no era para mí. Tan cliché. No tenia el corazón fuerte para sobrevivir a todo ese desamor.
El amor a veces es pasajero y destruye, lo derrumba todo, y la verdad no estaba preparada para eso. No quería vivirlo. ¿Qué hay de malo en tratar de proteger mi corazón?
Ya lo tenía con una cicatriz que lo partía a la mitad. Si mi propia madre, la que se supone que me debía amar no lo hizo, ¿qué podía esperar de alguien más? Definitivamente no.
Pero un nuevo ciclo comenzó en la universidad. No me iba bien para nada, estaba repitiendo materias y no sé si fue una jugada del destino o qué pero pasó.
Me encontraba sentada casi al final del salón junto con Ryan, un amigo que había hecho en primer semestre. Estábamos bromeando y contando cosas que pasaron en las vacaciones, cuando el ayudante del maestro entró al salón; como era el primer día, usualmente los docentes no iban y enviaban a sus ayudantes a dar las pautas de clase y temas de exposición.
Pasó la hora hasta que fue tiempo de discutir sobre el horario, el cual iba a ser cambiado para beneficiar al docente, obviamente. Entre tantos que intentaban dar su punto de vista al mismo tiempo, él levantó la mano y se levantó.
Fue ahí que lo vi por primera vez. Era alto, pero se encorvaba un poco al parecer por complejo debido a su altura, se veía mayor que todos en el salón, incluso un poco más que el ayudante. En la universidad era normal toparse con estudiantes mayores queriendo tener un título.
Su voz no era tan fuerte, una voz que la catalogaría como normal, no era musculoso ni delgado. En pocas palabras, normal. Todo en él no era extraordinario, pero algo me llamó la atención en él.
Todo daba a entender que llevaba el peso del mundo sobre sus hombros.
Solo compartía con él una clase de las cinco que debía ver ese semestre; a veces me lo topaba en los pasillos cuando yo ya estaba saliendo de clases y me iba a mi auto. No cruzamos palabras todo un mes, evité verlo, total, solo era un estudiante que no encajaba en el grupo. Todos ahí tendríamos unos 18 o 19 años.
Una clase salimos tarde, él debía de recoger unos trabajos y como mi apellido estaba casi al final, me quedé en el salón junto con otras seis personas. Uno a uno él iba recogiendo hasta que llegó mi turno, abrió la carpeta y vio el trabajo. Eran solo unos dibujos pero me había esforzado en hacerlos porque no podía perder esa materia.
—Están bien hechos. —Dijo mientras regresaba a su lugar.
Él ya había recogido todo, sin embargo, yo no, y esperó hasta que yo saliera del salón para él hacer lo mismo. Conversamos casual, de camino a la salida de la facultad; Ryan se había ido a su casa ya que tenía que ir a ver a su madre al trabajo.
—Entonces, ¿te vas junto con tu novio? —pregunta al momento de pasar la puerta al estacionamiento.
Me río inevitablemente —¿Novio?
—Sí, Carrigan.—Me mira esperando respuesta y no puedo más que reírme.
—Ryan y yo somos muy amigos. ¿Acaso eso piensan todos en el curso?
Su mirada me lo confirmaba. Era gracioso que pensaran eso, sí nos comportábamos medio raro pero hasta ahí.
—Bueno, no soy quién para andar preguntando. Pero eso parecen ustedes, hasta podría apostar a ello.
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Editado: 31.05.2020