Otro día más. Otro día como cualquier otro.
Las calles del pueblo estaban llenas de murmullos, gritos y golpes. Mi frente aún tenía una herida reciente, pero ya había dejado de sangrar, gracias a los cuidados de Kaede, la anciana que me ayudaba en secreto. Si alguien del pueblo descubría que me estaba cuidando... ella estaría en peligro.
Caminaba en dirección al río para lavar la ropa cuando un estruendo hizo que todo se detuviera.
—¡FUEGO!
Un grito de desesperación rasgó el aire. Me giré y vi una casa envuelta en llamas, las llamas devorando su estructura como si el infierno mismo hubiera descendido sobre ella. La multitud se congregó rápidamente alrededor, observando impotentes cómo las llamas crecían.
—¡Mi hijo! ¡Mi hijo sigue dentro! —gritó una mujer, forcejeando con un hombre que intentaba sujetarla.
Entonces, mis piernas se movieron solas. Corrí hacia ellos y grité:
—¡Yo lo sacaré!
Un silencio sepulcral se apoderó de la multitud.
—¿Tú? —un hombre escupió con desprecio—. ¿La niña asesina? ¡Ja!
—¡Eres la última persona a la que pediríamos ayuda! —agregó otra mujer.
Mi corazón latía con furia.
—¿¡Acaso quieren que muera!? —grité con fuerza—. ¡No veo a nadie más ofreciéndose para entrar!
Se hizo el silencio. Corrí al pozo más cercano y me empapé con un cubo de agua antes de lanzarme dentro de la casa en llamas. El calor era insoportable. El humo nublaba mi vista, pero seguí adelante hasta que un sollozo llegó a mis oídos. Allí, encogido en una esquina, estaba el niño, quien no debía tener más de nueve años.
Cuando me vio, sus ojos se abrieron con miedo, pero no se movió.
—Tranquilo —le dije con voz suave—. Solo he venido a ayudarte.
Lo tomé en brazos y corrí hacia la salida.
Justo cuando estábamos por llegar, un trozo de madera en llamas se desprendió del techo y cayó sobre mi hombro.
—¡Aagh! —gemí de dolor, sintiendo cómo el fuego devoraba mi piel.
El niño me miró con terror.
—No pasa nada... Ya casi salimos —sonreí débilmente, ignorando el ardor.
La luz de la salida apareció frente a mí y, en un último esfuerzo, crucé el umbral. Tan pronto como mis pies tocaron el suelo firme, solté al niño, quien corrió llorando hacia los brazos de su madre. Un balde de agua cayó sobre mi espalda de repente, sofocando las llamas restantes.
Me giré y lo vi.
El chico de ayer estaba allí, con una expresión que no supe descifrar.
Y, en la distancia, oculto en la sombra de un árbol, un par de ojos observaban cada uno de mis movimientos. Aunque no supe saber de quién se trataba.
Nunca quise que las cosas llegaran a esto.
Me quedé quieta, con los brazos colgando a los lados, sintiendo las miradas pesadas del pueblo clavadas en mí. La multitud se había reunido en la plaza, y sus voces, antes susurros entre dientes, ahora eran gritos abiertos de advertencia. No estaban dirigiéndose a mí esta vez.
Sino a ellos.
— ¡Déjenla en paz! —rugió un hombre entre la gente—. ¡No hablen con ella!
— ¡No queremos más problemas en este pueblo!
Los forasteros, esos piratas, bueno suponía que eran piratas por sus pintas, con los que me encontré ayer, se quedaron en silencio por un momento, observando con el ceño fruncido. No entendían. Y no quería que entendieran.
Pero entonces apareció él.
El anciano.
El mismo que se les acercó ayer, el que les advirtió que no se involucraran conmigo. Su figura encorvada y su rostro endurecido por los años no habían cambiado, pero su tono sonaba más severo esta vez.
— Se los dije —dijo, dirigiéndose a los piratas—. No se acerquen a ella. No la defiendan.
— ¿Por qué? —preguntó el del sombrero de paja en la cabeza con su voz firme.
— Porque solo atraerán problemas —espetó el anciano.
— ¿Qué clase de problemas? —el rubio del cigarro exhaló una bocanada de humo, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido.
— No es asunto suyo.
Sabía que esto iba a pasar. Sabía que el pueblo no aceptaría a estos forasteros defendiéndome. Pero ellos no retrocedieron.
— ¡No tiene sentido! —gritó el de piel más morena—. ¡Ha salvado a un niño de morir en un incendio! ¿No significa nada para ustedes?
— Ese niño está a salvo —respondió una mujer entre la multitud—. Así que no hay más que hablar.
Las miradas de los piratas se tornaron más frías, y por un instante sentí que la tensión podía explotar en cualquier momento.
No podía permitirlo.
Di un paso adelante.
— Basta.
Mi voz no fue fuerte, pero aún así, el ruido se apagó. Todos giraron para mirarme.
— Todo está bien, el niño está bien —dije con calma—. Ya no hay razón para pelear.
La chica pelirroja frunció el ceño.
— ¿Cómo puedes decir eso después de cómo te tratan?
No respondí. No podía. Porque si lo hacía, si intentaba explicarles, ellos no entenderían.
— No se preocupen —logré decir con una sonrisa vacía.
Y entonces, antes de que alguien pudiera reaccionar...
Una piedra surcó el aire.
No tuve tiempo de apartarme. El impacto fue seco y doloroso contra mi cuello.
Escuché un grito de furia. No de la multitud. No del pueblo.
De ellos.
Los piratas reaccionaron de inmediato.
— ¡¿Qué demonios hacen?! —el rubio fulminó a la multitud con la mirada con su pie rascando el suelo, listo para atacar.
— ¡¿Están locos?! — la pelirroja escaneó los rostros con rabia.
Pero no se detuvieron.
Otra piedra.
Y otra.
Mi cuerpo se tensó, pero no me moví. No huí. No levanté los brazos para protegerme.
¿Por qué?
Tal vez porque no quería luchar. Tal vez porque sabía que si lo hacía, solo empeoraría las cosas. Tal vez porque... no me importaba.
Pero entonces, en un abrir y cerrar de ojos... Un destello plateado. El sonido del metal desgarrando el aire.
Y todas las piedras cayeron en pedazos antes de tocarme.
#4783 en Fanfic
#18815 en Otros
#2446 en Aventura
one piece, amor adolescente drama, zoro luffy law chopper sanji
Editado: 03.04.2025