Nuevo Miembro En La Tripulación - Terminada

Capítulo 6

La palabra resonaba en mi cabeza, como un eco que no encontraba un lugar donde asentarse. Nakama. Compañeros. Familia.

Pero... ¿quién en su sano juicio querría ser mi nakama?

Miré al chico de la sonrisa inquebrantable, el del sombrero de paja. Sus ojos brillaban con una luz que no entendía. Ni él ni el espadachín de mirada cortante parecían tener miedo de mí. Y eso era lo más absurdo de todo.

La gente aquí... la gente que me conocía, que había crecido viéndome, solo me miraba con desprecio. Sabían lo que se decía sobre mí.

Sabían lo que había pasado.

Y aun así, estos dos forasteros se atrevían a pedirme que fuera su nakama.

No entendía por qué.

Tal vez porque eran extranjeros, porque aún no comprendían la gravedad de la situación. No sabían lo que significaba estar cerca de mí. No sabían la maldición que cargaba.

Les miré fijamente, intentando encontrar la burla en sus rostros. Alguna pista de que esto era una broma pesada, de que querían reírse de mí antes de darme la espalda, como todos lo habían hecho antes.

Pero no había burla en ellos.

El de pelo moreno me observaba con expectación, con ese brillo temerario en los ojos, como si la idea de ser rechazado ni siquiera pasara por su mente.

El espadachín simplemente me analizaba con su mirada afilada, sin mostrar ninguna emoción, aunque podía percibir cierta ¿preocupación? No sabría definirlo.

Me sentí pequeña bajo sus miradas.

—No puedo.

La sonrisa del sombrero de paja titubeó un instante.

—¿Eh? ¿Por qué no?

—No puedo ser vuestra nakama. No quiero. —Apreté los labios.

—¿Eh? ¿pero por qué no? —se cruzó de brazos, inflando las mejillas como un niño caprichoso.

—Porque debo irme.

Era lo único que podía decir. Lo único que debía decir.

No tenía sentido seguir aquí, escuchando palabras que nunca antes se me habían dirigido. Palabras que no estaban hechas para alguien como yo.

—¡Vamos! —se quejó el de sombrero, agarrándome de la muñeca con una facilidad aterradora.

Retrocedí de inmediato, soltándome de su agarre.

—He dicho que no.

Mi voz fue firme. Inquebrantable. El chico de cabello verde dejó escapar un suspiro, como si ya hubiera esperado mi respuesta.

El de pelo moreno chasqueó la lengua, claramente frustrado, pero no insistió esta vez. La brisa nocturna sopló suavemente, revolviendo mi cabello y haciéndome sentir aún más consciente del extraño vacío que dejó su ofrecimiento.

Di un paso atrás y alcé la mirada.

—Antes de marcharme... —dije, dudando un poco—. ¿Cómo os llamáis?

El de sombrero de paja parpadeó antes de sonreír con amplitud.

—¡Soy Monkey D. Luffy! ¡Y él es Roronoa Zoro!

Miré al nombrado Zoro, quien solo asintió con la cabeza, con su expresión estoica intacta.

Llevé una mano a mi pecho y, con una pequeña sonrisa—una sonrisa que hacía mucho tiempo no me permitía—susurré:

—Miyu.

Luffy ladeó la cabeza, curioso.

—Miyu...

Pero antes de que pudiera decir más, su expresión cambió. Sus ojos se oscurecieron con una seriedad que me tomó por sorpresa.

—Dices que eres peligrosa. ¿Por qué?

Tragué saliva. No sé por qué, pero sentí que debía responderle con sinceridad.

Apreté los puños con fuerza.

—Para empezar... todos aquí piensan que asesiné a mi familia.

El silencio que siguió fue como una tormenta conteniéndose en el horizonte. Los dos me miraron, pero no les di tiempo de hablar.

—Pero juro que no lo hice.

Les sostuve la mirada un momento más. Y luego me di la vuelta. Me alejé sin mirar atrás. No quería ver sus reacciones. No quería ver el instante en el que sus ojos se llenaran de dudas o de miedo. Seguí caminando hasta que sus figuras desaparecieron entre la bruma de la noche, hasta que lo único que quedó fue el eco de mis propios pensamientos golpeándome como una tormenta.

La casa donde vivía apareció ante mí, recortada contra el cielo oscuro. Cada paso que daba hacia ella hacía que mi corazón latiera más rápido. El miedo se enroscaba en mi garganta como una serpiente helada.

Sabía que debía entrar.

Sabía que, si no lo hacía, el castigo sería peor.

Respiré hondo y me acerqué. Mi mano temblorosa se posó en la puerta.

Dudé.

Por un instante, el recuerdo de la sonrisa de Luffy cruzó mi mente. Su risa despreocupada. Su insistencia. Su extraña terquedad al querer que fuera su nakama. Apreté los dientes y cerré los ojos con fuerza.

No había lugar para pensamientos como esos.

No había lugar para sueños que no me pertenecían.

Empujé la puerta con cuidado, tratando de no hacer ruido al entrar. La casa estaba en penumbras.

Demasiado silenciosa.

Mis latidos eran lo único que rompían el aire denso que me envolvía. El suelo bajo mis pies crujió suavemente cuando di un paso adelante. Todo estaba apagado.

Tal vez... ¿se fueron a dormir? No lo creía. Esta casa nunca dormía. La entrada parecía normal. No había señales de que alguien estuviera despierto, pero eso no significaba que todo estuviera bien, pues no podía confiarme.

La noche aún estaba en su punto más oscuro y mi instinto me decía que algo no encajaba. Antes de subir al dormitorio, decidí bajar al sótano.

Solo para asegurarme. Solo para... ver que todo estaba en orden. O al menos, dentro de lo que cabía considerar "orden" en este lugar.

Me acerqué a la trampilla de madera con pasos ligeros, conteniendo la respiración. Al abrirla, un aire frío me golpeó el rostro. Un aroma rancio se filtraba desde abajo, mezclado con la humedad de la piedra. Las escaleras crujieron bajo mi peso a medida que descendía. La oscuridad del sótano era casi total, apenas rota por un tenue resplandor proveniente de una lámpara de aceite olvidada en el suelo.

Mi corazón latía cada vez más fuerte. Pero cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra, el frío me recorrió la espalda con una violencia helada.




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