Nuevo Miembro En La Tripulación - Terminada

Capítulo 7

La oscuridad del sótano se sentía más densa, como si el aire mismo se hubiese espesado.

La silueta que se acercaba lentamente a mí pronto se desdobló en dos.

Mis latidos resonaban con fuerza en mis oídos.

—¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí? ¿Y mi madrastra? —las palabras salieron atropelladas, mi respiración agitada.

Pero nadie respondió.

Las sombras avanzaban con paso lento, deliberado.

Intenté moverme, instintivamente, pero apenas hice presión sobre mis extremidades, un dolor punzante me recorrió como una descarga. El hombro me estaba dando problemas.

Jadeé, entrecerrando los ojos.

Y entonces, los vi con claridad.

Tres katanas descansando en su cintura.

Un chaleco rojo, ondeando con cada paso.

—Luffy... Zoro... —susurré, sintiendo mi pecho hundirse.

No. No podía ser real.

Los había reconocido, pero algo en ellos... no era lo mismo. No eran los mismos chicos que un momento atrás habían insistido en llamarme "nakama".

No sonreían, no había calidez en sus ojos. Solo había sombra.

Las lágrimas eran inútiles, un lujo que no podía permitirme. Había recibido incontables palizas, insultos y castigos, y jamás me había permitido llorar.

Pero ahora...

Ahora, la decepción me oprimía el pecho con tanta fuerza que las lágrimas amenazaban con salir.

Mi garganta se cerró.

—¿P... por qué? —balbuceé con la voz rota.

Luffy se tronó los nudillos, una sonrisa ladina en sus labios.

—¿De verdad creíste que queríamos que fueras nuestra nakama? —preguntó con desprecio—. Solo eres una asesina.

Zoro chasqueó la lengua, cruzando los brazos.

—¿Unirte a mi capitán? No, no lo harás, no eres digna de estar en nuestra tripulación.

Un escalofrío me recorrió.

No... no podía ser cierto. Mis labios temblaron, pero no podía dejarme caer. No podía. Si hablaba, si dejaba que mi voz flaqueara, sabía que rompería en llanto y me desmoronaría. No podía darles esa satisfacción.

No podía darles ese poder sobre mí.

Confié en ellos.

Confié...

Fui una estúpida. Una tonta ilusa.

—Confiar en vosotros... qué estupidez la mía... —susurré con amargura.

Luffy sonrió con sorna.

—Se pone valiente la chiquilla.

Y antes de que pudiera reaccionar, su puño se estrelló contra mi estómago.

El aire abandonó mis pulmones en un golpe seco. Me mordí la lengua para no gritar. Mis piernas temblaban, pero me obligué a aguantar.

Un aplauso sarcástico resonó en la habitación seguido de una voz que conocía demasiado bien.

—Mira, mira, ¿a quién tenemos aquí?

Levanté la cabeza con dificultad.

Ella.

Mi madrastra. Me miraba con su clásica expresión de desprecio, una sonrisa cruel deformando sus labios.

—Al parecer, estos chicos y su tripulación tampoco te quieren —dijo con burla.

Luffy y Zoro sonrieron con malicia.

—La verdad, ya eres una molestia para mí —su voz se volvió cortante, llena de veneno—. Ojalá te murieras de una vez... Pero no lo voy a negar, como esclava has sido muy útil.

Mi estómago se revolvió.

No.

Ella se giró y, sin mirar atrás, desapareció escaleras arriba.

No intenté llamarla. No intenté detenerla. Porque no servía de nada. Sus palabras eran definitivas, pues sus órdenes, claras: "Acabad con ella".

Luffy estiró sus brazos, flexionando los dedos con impaciencia.

Zoro inclinó la cabeza, evaluándome como si fuera un trozo de carne esperando a ser cortado.

—Alguien nos contó sobre tus manos —su tono era burlón, pero sus ojos tenían un brillo peligroso—. A ver... Enséñanoslas, para comprobar lo asesina que fuiste.

Mi corazón se detuvo.

No.

Mis manos no.

Pueden pegarme.

Pueden cortarme.

Pueden matarme.

Pero no pueden quitarme las vendas.

No...

—¡No! ¡Para! —forcejeé con desesperación.

Pero mis gritos fueron inútiles.

Zoro agarró mi muñeca con fuerza y, sin titubear, agarró las vendas.

—¡Para, Zoro! ¡No!

Mi respiración se aceleró.

Mi cuerpo entero comenzó a temblar.

Algo dentro de mí se removió.

No...No otra vez.

El ardor en mis palmas comenzó a intensificarse. Un resplandor. Un fulgor tenue, apenas perceptible, pero ahí estaba.

Ellos no lo notaron, o quizá sí, y no les importó.

Las lágrimas finalmente cayeron.

No por el dolor físico, sino porque esta era la confirmación final: No había salvación para mí, no había escapatoria.

Prefería morir.

Quería morir.

Después de esto, nada importaba.

Porque mi corazón dolía más que cualquier herida que pudieran hacerme.

****

No queríamos seguirla, en serio, no queríamos.

Pero, claro, Zoro insistió.

—No me gusta esto —gruñó, con los brazos cruzados mientras miraba cómo Miyu se alejaba por la calle oscura.

Yo, con las manos tras la cabeza, respondí:

—Tal vez solo quiere estar sola.

—O tal vez va a hacer algo estúpido.

Suspiré.

Cuando Zoro se ponía así, no había forma de hacerlo cambiar de opinión. Y, para ser sincero, yo también tenía un mal presentimiento. Así que sin pensarlo mucho más, lo seguí mientras íbamos detrás de ella, manteniéndonos a cierta distancia. Sus pasos eran silenciosos, pero firmes. No dudaba a dónde iba y eso fue lo que nos preocupó.

No estaba huyendo.

No estaba tratando de esconderse.

Estaba volviendo.

Volviendo a esa casa.

Esa en la que la habíamos visto maltratada.

Esa que, con solo mirarla, nos revolvía el estómago.

Zoro apretó los dientes.

—¿Por qué demonios vuelve ahí?

No tenía respuesta. Nos escondimos, esperando y todo parecía normal... O al menos, tan normal como podía ser en un sitio así.

Tras varios minutos de silencio, parecía que por hoy todo estaria bien. Suspiré. Tal vez estábamos exagerando. Tal vez solo había vuelto a por algo importante.




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