Una sensación punzante recorrió cada fibra de mi cuerpo al recuperar la conciencia. Me sentía adolorida, rígida, como si hubiera sido golpeada repetidamente. El mundo era una neblina de dolor.
¿Dónde estoy?
No podía ver con claridad al principio. Todo era borroso. Mi mente estaba atrapada en un estado entre el sueño y la vigilia, incapaz de reconocer mi entorno. Parpadeé varias veces, intentando enfocar. Lo primero que noté fue la tela suave que cubría mi piel. Un pijama blanco y rosa de mangas largas y pantalón largo. No era mío. ¿Quién me lo había puesto? Eso me aterraba.
Entonces bajé la vista a mis manos. Las vendas seguían en su sitio. Eran las mismas de antes: sucias, manchadas. Nadie las había tocado. Nadie había visto lo que ocultaban.
Eso me tranquilizó un poco... pero no lo suficiente. Respiré hondo y, con esfuerzo, me incorporé. Cada músculo de mi cuerpo protestó, pero ignoré el dolor. Entonces los vi. Dos figuras dormían en el suelo, sentados contra la pared, como si hubieran estado vigilándome toda la noche. Una chica, la de cabello rojo.
Y... él.
El chico de pelo verde. Mi corazón se detuvo. El terror y el recuerdo me golpeó como un rayo. Me puse de pie de golpe, ignorando el mareo que nubló mi visión, y mis ojos buscaron desesperadamente algo... cualquier cosa con la que pudiera defenderme. Mis manos se cerraron sobre un bisturí. No pensé. No razoné. Solo reaccioné. Lo agarré con fuerza y lo apunté hacia ellos. El sonido del movimiento fue suficiente para despertarlos.
Ambos se sobresaltaron.
El de cabello verde me miró con los ojos entrecerrados por el sueño, pero su expresión cambió en cuanto vio el bisturí temblando en mis manos.
—¿Qué...?
—¡No os acerquéis! —grité con todas mis fuerzas sintiendo cómo mi respiración se aceleraba.
Mis piernas estaban débiles, mi cabeza daba vueltas, pero no iba a bajar la guardia. Los dos levantaron las manos en señal de paz.
—Tranquila —dijo la chica con voz serena—. No vamos a hacerte daño.
—¡No mientas! ¡No me toquéis! —di un paso atrás, pero la habitación parecía cerrarse sobre mí.
El ruido atrajo más gente. Aparecieron en la puerta, sorprendidos, alarmados y me rodeaban. Mi pecho subía y bajaba con fuerza ya que el aire no llegaba a mis pulmones.
No.
No, no, no.
Salí corriendo, esquivando manos que intentaban detenerme. Los pasillos se volvieron un laberinto de sombras y miedo, pero encontré la salida. El aire fresco golpeó mi rostro cuando llegué a la cubierta del barco.
Pero no estaba sola.
Ellos me habían seguido.
—¡Miyu, por favor, calma—!
—¡No os acerquéis!
Mi propia voz sonó desesperada, rota. Retrocedí hasta quedar contra la barandilla y con el bisturí temblando en mi mano. Me dolía todo, mi mente era un torbellino, y lo único que podía hacer era evitar que alguien se acercara. Los observé.
Zoro estaba en primera fila, con una mezcla de preocupación y confusión en su rostro. Luffy, a su lado, tenía la expresión más extraña que jamás le había visto.
¿Por qué estaban mirándome así? ¿Por qué parecían tan... dolidos? No importaba, no podía confiar en ellos. Mi respiración se volvió más y más irregular, mi vista se nubló, y el pánico me consumía por completo.
Luffy avanzó un paso.
—Miyu, dame eso —su voz sonaba firme, pero no agresiva.
Moví el bisturí de un lado a otro.
—¡No! ¡Aléjate!
—Vas a lastimarte.
—¡No me importa!
Entonces él dio otro paso, y antes de que pudiera reaccionar, atrapó mi muñeca. El tacto fue ligero, casi cuidadoso. Pero mi cuerpo reaccionó como si me hubieran golpeado. Cerré los ojos con fuerza, mi aliento quedó atrapado en mi garganta, y me encogí instintivamente, agachando la cabeza.
Esperando el golpe.
Esperando el dolor.
Esperando lo inevitable.
Pero no pasó nada.
El silencio se hizo pesado.
Abrí los ojos con temor y vi que todos me observaban, congelados.
Zoro tenía los puños apretados. Luffy seguía sujetando mi muñeca, pero no con fuerza. No entendía sus expresiones. ¿Por qué se veían tan... heridos? Es su culpa que esto pase... no sería la primera vez que ellos me golpean.
El aire se sentía denso, como si cada respiración me costara el doble.
Aún estaba atrapada en esa sensación sofocante, mi pecho subiendo y bajando de manera errática, mi pulso golpeando con fuerza en mis sienes. Mi cuerpo temblaba, mi visión era un torbellino de sombras y luces difusas.
Ese pequeño instante en el que mi mente se perdió tratando de descifrar sus reacciones fue mi error.
No lo vi venir, pues un escalofrío me recorrió la espalda en el momento exacto en que sentí un cambio en el aire detrás de mí, pero ya era demasiado tarde.
De la nada, dos enormes manos crecieron a mi espalda, emergiendo como sombras silenciosas en la noche. Antes de que pudiera reaccionar, antes de que mi cerebro pudiera procesarlo, aquellas manos me atraparon en un agarre firme y definitivo. Un grito ahogado escapó de mis labios. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Forcejeé con todas mis fuerzas, moví los brazos con desesperación, intentando liberarme, pero el agarre era irrompible.
—¡S-Suéltame! ¡No! ¡NO!
Mis uñas se clavaron en la piel ajena, en un intento desesperado por liberarme, pero no servía de nada. Me retorcí, pateé, pero era inútil.
Entonces sentí una presencia a mi lado, era el pequeño reno. Mi respiración se cortó cuando vi su pequeña figura cerca de mí.
—Lo siento, Miyu —murmuró con suavidad.
Algo afilado rozó mi piel.
Un pinchazo.
Frío.
Un cosquilleo recorrió mi brazo.
Mi cuerpo se volvió pesado de inmediato. No podía moverme. Las voces empezaron a distorsionarse, alejándose en un eco cada vez más lejano y mi visión se nubló, como si las sombras mismas se apoderaran de mis sentidos.
Mis párpados se volvieron imposiblemente pesados.
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Editado: 03.04.2025