El sonido seco de los cuerpos golpeando el suelo resonó en el aire, acompañado por los murmullos inquietos de los aldeanos que se habían detenido a mirar el enfrentamiento. El rubio, con la postura relajada de alguien que no veía en esos dos rufianes una verdadera amenaza, suspiró pesadamente antes de soltar las bolsas que llevaba y dejarlas a un lado con cuidado. Su gesto me pareció casi ridículo considerando la situación, como si el estado de su compra fuese una prioridad en medio de una pelea. Pero había algo en su actitud que me inquietaba; una despreocupación peligrosa, como si supiera que esto aún no había terminado.
Y tenía razón.
Los dos rufianes, que hacía unos segundos yacían en el suelo, comenzaron a moverse con torpeza, gruñendo de dolor, pero con la determinación de quienes se niegan a aceptar la derrota. El rubio no se molestó en girarse para mirarlos. Solo enderezó su postura, se pasó una mano por el cabello y, con un chasquido de lengua, murmuró algo que no alcancé a escuchar.
Fue entonces cuando los vi.
Dos figuras avanzaban hacia nosotros, sus siluetas recortadas contra la luz de las antorchas dispersas por la calle. El primero tenía el sombrero de paja echado hacia atrás, con una expresión inusualmente seria. El segundo, con tres espadas a la cintura y el ceño fruncido, caminaba con la misma firmeza que siempre, aunque había algo diferente en su semblante, algo que no había notado antes.
Mi respiración se cortó y sentí cómo mis piernas se movían por sí solas, retrocediendo instintivamente.
No.
No podían estar aquí.
Los recuerdos me golpearon como una tormenta repentina. Sus miradas frías, la manera en que sus manos me sujetaron con fuerza mientras me atacaban sin piedad...
Mi cuerpo se estremeció.
Ellos no pueden estar aquí. No otra vez.
Luffy dio un paso adelante y, con voz firme, dijo:
—No fuimos nosotros.
Mis ojos se abrieron con incredulidad.
—¿Crees que voy a creerte? —susurré con una mezcla de rabia y miedo.
Zoro también se acercó, pero cuando vio mi reacción, se detuvo. Su mandíbula se tensó al ver cómo mis manos temblaban y mi mirada esquivaba la suya.
No quería escucharlos. No podía.
—Miyu... —Luffy volvió a hablar, esta vez su tono era más suave, pero no menos serio.
El pequeño reno, apareció corriendo por la calle, seguido de una mujer de cabello anaranjado y un hombre de nariz larga que se mantenía cauteloso detrás de ella. Todos ellos traían expresiones de preocupación y confusión.
—¡Miyu, espera! —exclamó el reno, jadeando por el esfuerzo de alcanzarnos.
El rubio se quedó en su sitio, su mirada se paseó entre ellos y yo, esperando a ver qué haría.
La tensión en el ambiente era insoportable.
Luffy estiró la mano hacia mí con una expresión sincera.
—Ven con nosotros.
Mis labios se separaron apenas, pero no fui capaz de responder de inmediato.
¿Ir con ellos? la idea era absurda.
No tenía razones para confiar en ellos, ni siquiera después de lo que el reno me había dicho. Dobles, poderes desconocidos, una historia que sonaba demasiado fantástica como para ser verdad.
Negué con la cabeza, dando otro paso atrás.
—No.
Luffy no apartó la mano.
—No fuimos nosotros —repitió con firmeza—. Lo que viste no era real.
Sus palabras chocaban contra la barrera de dudas y miedos que tenía dentro.
—No puedo... —Mi voz se quebró sin que pudiera evitarlo.
Quería creer en ellos. Quería creer en algo... pero no podía.
Fue el rubio quien rompió el silencio.
—¿Y qué vas a hacer? —Su voz era tranquila, pero con un filo afilado en sus palabras—. ¿Quedarte en un pueblo que nunca te protegió?
Fruncí el ceño y giré mi rostro hacia él.
—Este es mi hogar —respondí con dureza.
El rubio dejó escapar una risa seca y amarga.
—¿Hogar? —su mirada se desvió hacia los aldeanos que se habían reunido a nuestro alrededor. Algunos nos observaban con miedo, otros con odio apenas contenido.
—¡Asesina! —gritó una voz entre la multitud.
—¡Monstruo!
—¡Nos traerá más desgracia!
Las palabras golpearon más fuerte que cualquier ataque físico.
El rubio chasqueó la lengua y cruzó los brazos.
—Sí, claro. Un hogar maravilloso.
Tragué saliva con dificultad, sintiendo el ardor en mis ojos. Nunca me habían querido aquí. Nunca lo harían y yo lo sabía, solo que esto era lo más cercano a un "hogar" que tenía.
Y entonces, antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, los rufianes se pusieron en pie, con miradas llenas de odio y determinación.
—No vais a iros de aquí tan fácilmente —espetó uno de ellos, escupiendo sangre al suelo.
El otro se limpió la boca con el dorso de la mano y sonrió con burla.
—Menuda suerte, ahora podemos cobrar por sus cabezas también.
Luffy y Zoro avanzaron al unísono.
—¿Quieres intentarlo? —preguntó Zoro, desenfundando ligeramente una de sus espadas.
La pelea era inevitable.
No sabía qué hacer. Mi corazón latía con fuerza y mis manos temblaban.
Era una locura.
Y sin embargo, cuando vi a Luffy, Zoro, el rubio y los demás ponerse en posición de combate, cuando vi a los aldeanos apartarse como si la escena les pareciera un espectáculo digno de disfrutar...
Algo dentro de mí se rompió.
Este no era mi hogar.
Tal vez nunca lo había sido.
Apreté los puños.
Y si no tenía un hogar... tal vez, solo tal vez... podría encontrar uno en otro lugar.
¡Hasta aquí el capítulo de hoy!
Espero que lo hayáis disfrutado muchísimo!
Mil gracias por el apoyo~
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AUTORA DE: Kaori, la esfera mágica.
EDITORIAL: Ediciones Arcanas.
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Editado: 03.04.2025