Nuevo Miembro En La Tripulación - Terminada

Capítulo 13

El aire seguía impregnado del olor a sudor, sangre y pólvora cuando la batalla comenzó a inclinarse a nuestro favor.

Respiré hondo, sintiendo el ardor en mis músculos, el eco de cada choque de espadas retumbaba en mis huesos. Frente a mí, mi doble jadeaba, con cortes marcando su piel y la furia centelleando en su mirada.

—No eres tan fuerte como pensabas —solté, con una media sonrisa.

El impostor gruñó y cargó de nuevo, su espada buscaba mi cuello y lo esquivé con facilidad, girando mi hoja para desviar el golpe lanzando una contraofensiva. Se defendió, pero su guardia ya no era firme. Estaba agotado. Sus movimientos eran más lentos, sus ataques más predecibles.

No tardé mucho en encontrar una abertura.

—Es hora de acabar con esto.

Con un movimiento rápido y certero, mi espada atravesó su defensa. Un corte limpio, preciso. Se tambaleó, con los ojos abiertos por la sorpresa, antes de desplomarse pesadamente sobre el suelo.

Derrotado.

Volví la vista hacia donde el Luffy peleaba contra su doble. Su pelea había sido una locura desde el principio, golpes explosivos que rompían el suelo y estremecían el aire. Pero ahora, el impostor estaba en las últimas.

—¡Gomu Gomu no... Red Hawk!

El puño de Luffy ardió en llamas y se estrelló contra el pecho de su copia, enviándolo a volar por los aires antes de que cayera inconsciente.

Victoria.

Un segundo de silencio se extendió por el campo de batalla. Luego, los últimos enemigos cayeron uno tras otro. El cocinero pervertido terminó de despachar a los rufianes con un par de patadas veloces, Nami y Usopp se encargaron de los que intentaban huir, y Chopper corrió para asegurarse de que ninguno de nosotros estuviera gravemente herido.

Pero esto aún no había terminado.

La verdadera villana seguía en pie.

La madrastra de Miyu, aquella mujer despreciable, intentaba escabullirse entre los escombros, arrastrándose lejos de nosotros con los dientes apretados.

No.

No iba a permitirlo.

Con un solo paso, me interpuse en su camino y desenvainé mi espada. El sonido del acero al deslizarse de la vaina resonó en el aire. La punta de la hoja se detuvo a un suspiro de su cuello.

Ella se quedó inmóvil, su pecho subía y bajaba con agitación y su rostro pasó de la furia al pánico en cuestión de segundos.

—Tch... No puedes hacerme esto... —susurró—. Yo... Yo solo estaba protegiendo este pueblo.

Mis ojos se afilaron.

—¿Protegerlo? No me hagas reír.

Ella apretó los dientes y giró la cabeza hacia donde Miyu yacía inconsciente, a unos metros de distancia.

—Esa niña... es un monstruo. Siempre lo ha sido.

—No. —Mi voz salió baja, firme. Dejé que la espada descendiera un poco más, obligándola a quedarse quieta—. Y hazme caso que, si por mi fuera, tu corazón ya no seguiría latiendo.

Sus labios se abrieron y cerraron como si estuviera buscando una excusa, pero no le di la oportunidad de continuar.

El pueblo entero había sido testigo de la batalla.

Los aldeanos, aquellos que habían pasado su vida culpando a Miyu por todo lo malo que les había sucedido, aquellos que le habían dado la espalda una y otra vez, ahora estaban en completo silencio. Sus miradas iban de nosotros a la mujer que tenía mi espada en la garganta. Y poco a poco, la verdad empezó a asentarse en sus mentes.

La madrastra era la verdadera villana.

Miyu...

Ella solo era una niña con un poder que nunca pidió, un poder que no sabía controlar. Sí, era algo inusual, algo que podía asustar a los ignorantes, pero en este mundo, los poderes de las Frutas del Diablo no eran ninguna novedad. Lo sabían. Lo habían visto antes.

Pero el problema no era su poder. Era la historia que habían elegido creer. Una historia tejida con mentiras, manipulaciones y miedo.

Y aún así...

—¡Ella sigue siendo un peligro!

Una voz surgió entre la multitud.

—¡No importa quién era la villana! ¡Esa niña sigue siendo una asesina!

—¡No queremos a alguien así en nuestro pueblo!

—¡Que se marche! ¡Que desaparezca!

Las voces crecieron como un rugido.

Fruncí el ceño.

Incluso después de ver la verdad, incluso después de ver a la mujer que los había manipulado humillada y derrotada, ellos no cambiaban.

Sentí pasos acercándose a mi lado.

Era mi capitán: Luffy.

Me miró con seriedad antes de apartar la vista hacia la multitud.

Y entonces, dio un paso adelante.

—Ella ya no es parte de este pueblo. —Su voz resonó con claridad, callando los murmullos—. Se va con nosotros.

El silencio se extendió de nuevo. Las expresiones de los aldeanos iban entre el enojo, la sorpresa y el alivio. Tal vez eso era lo que querían escuchar.

Que Miyu se iría.

Que nunca más tendrían que verla.

Miserables.

Volví a envainar mi espada y di media vuelta, dejando a la madrastra desplomarse en el suelo, derrotada.

Nami y Usopp ya estaban preparándose para cargar a Miyu, mientras Chopper se aseguraba de que su condición era estable.

Sanji se giró una última vez hacia los aldeanos, con una expresión de absoluto desprecio.

—No merecen ni siquiera recordar su nombre.

Nadie dijo nada más.

Nos fuimos, sin mirar atrás.

Y esta vez, nos llevábamos con nosotros a Miyu.

Lejos de ese pueblo que nunca la había aceptado.

Lejos de su pasado.

Y quizá, hacia un futuro diferente.

****

Nos alejábamos.

Con cada paso que dábamos, el peso de la tensión seguía aplastándome el pecho. El aire estaba cargado de odio y resentimiento, un veneno que se había impregnado en este maldito pueblo durante años. A pesar de la verdad revelada, a pesar de que la verdadera villana yacía derrotada, los aldeanos seguían con las mismas miradas de desprecio.

Seguían despreciándola.

Seguían despreciando a Miyu.

Apretaba la mandíbula con tanta fuerza que un dolor punzante me subió hasta la sien.




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