El sonido rítmico del agua golpeando el casco del barco fue lo primero que percibí.
Mi cuerpo se sentía pesado, como si una manta invisible me cubriera por completo. Me costó abrir los ojos, pero cuando lo hice, una luz suave iluminaba la habitación. Parpadeé varias veces hasta que mi vista se ajustó.
Estaba acostada en una camilla.
El techo de madera tenía un diseño diferente al que conocía, y el leve vaivén que sentía bajo mi cuerpo hizo que mi estómago se revolviera con una sensación extraña.
Algo no estaba bien.
Me incorporé de golpe, ignorando el dolor que recorrió mis extremidades. Fue entonces cuando me di cuenta de que no estaba sola.
El pequeño reno estaba a mi lado.
—¡No te levantes tan rápido! —exclamó, moviendo sus cortas patas con preocupación—. Aún necesitas descansar.
Mi respiración se aceleró. Miré a mi alrededor con el corazón latiendo con fuerza.
—¿Dónde... dónde estoy?
El reno suspiró, como si esperara esa pregunta.
—Estás en el barco. En el Sunny —explicó con calma—. Estamos en uno de los dormitorios.
Las palabras cayeron sobre mí como una roca.
No.
No, no, no.
Retrocedí en la camilla, con el pánico oprimiéndome el pecho.
—No... No puede ser...
Mi mente estaba nublada, mi cuerpo temblaba. ¿Cómo había llegado aquí? ¿Me habían secuestrado? ¿Qué querían de mí?
Me levanté bruscamente, pero el mareo me golpeó con fuerza.
—¡No hagas movimientos bruscos! —insistió el reno, tratando de detenerme—. ¡Aún no estás recuperada!
Iba a responderle, pero entonces, la puerta se abrió de golpe.
—¡Ah, ya despertaste!
El tono despreocupado y alegre de aquella voz me heló la sangre.
Levanté la mirada y lo vi. Era Luffy. Entró al dormitorio con una sonrisa enorme, como si nada fuera extraño en esta situación. Como si todo fuera normal. Se detuvo frente a mí y, con una expresión radiante, dijo:
—Eres parte de la tripulación ahora. ¡Bienvenida!
Silencio.
El mundo pareció detenerse por un instante. Mi mente simplemente... se quedó en blanco. ¿Qué? ¿Había escuchado bien? Miré al reno, esperando que me corrigiera, que me dijera que era una broma o que había entendido mal. Pero él solo asintió con la cabeza.
—Así es —confirmó.
Espera...lo último que recuerdo es pelear...los rufianes, mi madrastra...¿me desmayé? Es lo único que se me ocurre. Mi respiración aún era errática, pero no por miedo, sino por incredulidad. ¿Qué estaban diciendo? Yo... ¿ahora era parte de su tripulación?
No podía procesarlo.
Mi instinto me decía que esto era un truco. Que nadie te da un hogar de la nada. Que nadie te acepta así, sin esperar nada a cambio. Y, sin embargo... Miré a mi alrededor, con el corazón golpeando contra mi pecho. El espadachín estaba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados, mirándome con su eterna expresión seria. No decía nada, pero en sus ojos había algo diferente. Algo que no terminaba de entender. El rubio entró después, con un plato de comida humeante en las manos.
—Deberías comer algo —dijo con tono desenfadado, dejando el plato en la mesita junto a la cama.
La pelirroja, parada junto a la puerta, me miraba con una leve sonrisa de complicidad, como si entendiera exactamente lo que pasaba por mi cabeza. Y luego estaban el chico de la nariz larga y el reno, que ya no parecían tan preocupados como antes.
—¡Te dormiste demasiado! —se quejó el de la nariz larga, inflando el pecho—. ¡Nos preocupaste mucho, pero, obviamente, yo sabía que despertarías!
—¡No estabas tan seguro hace unas horas! —se burló el reno.
—¡Eso es mentira!
Los vi discutir y...
No supe qué hacer.
No supe qué decir.
No tenía sentido.
No los conocía.
Mi cabeza me decía que no bajara la guardia, que no me creyera sus sonrisas ni su hospitalidad, pero... Miré mis propias manos, temblorosas, era una sensación aterradora. Nunca había tenido a nadie. Siempre había estado sola. Pero ahora, de repente, había un grupo de personas que, de alguna manera, me habían aceptado sin siquiera conocerme del todo.
A pesar de la calidez en sus expresiones, de las sonrisas despreocupadas y la extraña sensación de que aquí no era una intrusa, mi instinto seguía gritando que no bajara la guardia. Había vivido demasiado tiempo en un mundo donde la confianza era un lujo peligroso.
Pero, al mismo tiempo... ¿qué podía perder? Si esto era una trampa, si todo era un engaño... ¿qué era lo peor que podía pasar? ¿Que me mataran?
Solté un suspiro.
No es que no me importara mi vida, pero... después de todo lo que había pasado, la muerte no me parecía el peor destino posible. No después de lo que ya había soportado.
—Decidme qué pasó —mi voz sonó firme, más de lo que esperaba—. Después de la pelea.
El ambiente se tornó más serio al instante.
El reno dejó de discutir con el chico de la nariz larga y me miró con algo parecido a la preocupación. El rubio cruzó los brazos, apoyándose contra la pared, y la pelirroja desvió la mirada por un momento antes de suspirar.
Pero el Sombrero de Paja fue el primero en hablar.
—¡Ganamos, obviamente! —exclamó con su típica despreocupación, como si la respuesta fuera obvia.
Rodé los ojos.
—Eso ya lo supongo —dije—. Quiero saber cómo.
El espadachín, que hasta ese momento había permanecido en silencio, fue quien respondió esta vez.
—Los dobles eran creaciones de una Fruta del Diablo —explicó con voz firme—. No eran reales, solo copias con una parte de nuestras habilidades.
Mis manos se crisparon. Sentí un nudo en el estómago.
—¿Y mi madrastra? —pregunté, casi en un susurro.
El espadachín entrecerró los ojos, y por un instante, creí ver algo oscuro en su mirada.
—Derrotada.
No parpadeé.
No sentí nada.
—¿Y el pueblo? —pregunté.
Hubo un silencio.
La pelirroja fue la que habló esta vez.
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Editado: 03.04.2025