El suave balanceo del barco se convirtió en un arrullo que, poco a poco, empezó a sustituir los gritos y los golpes que solían despertarme en mitad de la noche. Durante años, el miedo me había condicionado a dormir con un ojo abierto, siempre esperando el próximo castigo, la próxima humillación, el próximo ataque. Pero en este barco... en este barco, la noche transcurría en calma.
La primera vez que desperté en el Thousand Sunny, lo hice con sobresalto, esperando sentir un tirón de pelo o un golpe en el costado. Pero no hubo nada. Solo el sonido de las olas chocando contra el casco y una suave brisa marina que se filtraba por la ventana. Permanecí inmóvil por varios minutos, observando el techo con los sentidos alerta, esperando algún grito, alguna señal de peligro. Pero lo único que escuché fueron risas lejanas provenientes de la cubierta.
Aquel primer día en el barco me sentí fuera de lugar. Caminé con cautela, como si cada paso fuera un error, esperando que en cualquier momento alguien me regañara. Sin embargo, nadie lo hizo. Cuando tropecé con un barril y casi lo tiro, solo recibí una carcajada del chico de la nariz larga, quien me dijo algo sobre tener cuidado con los pies. Esperaba un insulto, un regaño o que me dijeran que era torpe e inútil. Pero no pasó nada.
La tensión en mis hombros no desapareció de inmediato. Me mantuve en alerta, esperando el momento en el que todo cambiara, en el que las verdaderas intenciones de estos piratas se revelaran. Sin embargo, las horas pasaron y nada ocurrió. Nadie me golpeó por equivocarme, nadie me insultó por hablar demasiado o demasiado poco, nadie me exigió nada más allá de que comiera y descansara.
El reno fue el que más insistió en que debía recuperarme. Revisaba mis heridas, aunque por suerte no eran muchas y no eran graves, y se aseguraba de que no intentara escapar del barco. A veces me hablaba con dulzura, como si de verdad le importara, lo cual me resultaba desconcertante. Nunca antes alguien se había preocupado así por mí.
Estaba acostumbrada a ser invisible, a que nadie se molestara en hablar conmigo más allá de lo necesario, y ahora... todos ellos estaban allí, reunidos frente a mí, con expresiones que oscilaban entre la curiosidad y la emoción.
—¡Bien! —exclamó el de pelo moreno, dando un paso al frente con una enorme sonrisa—. Ya que ahora eres parte del barco, tenemos que hacer esto oficial. ¡Te daremos la bienvenida como se debe!
Lo miré fijamente, sin saber cómo reaccionar. ¿De verdad creían que ya era parte de esto? ¿Así de fácil?
El chico de la sonrisa contagiosa puso las manos en su cintura y alzó la barbilla con orgullo.
—Soy Monkey D. Luffy, el capitán de este barco. ¡Voy a ser el Rey de los Piratas!
Mis ojos se entrecerraron ante la convicción en su voz. No sonaba como una broma ni como una exageración. Lo decía con una seguridad tan desbordante que, por un momento, casi creí que realmente lo lograría.
El espadachín de cabello verde, el mismo que había estado a mi lado en el pueblo, se adelantó con los brazos cruzados.
—Zoro —dijo simplemente, sin rodeos—. Soy espadachín y el próximo mejor espadachín del mundo.
Su tono era firme, pero no arrogante. No había fanfarronería en sus palabras, solo determinación pura.
Luego, la mujer pelirroja, la que tenía un aire fuerte y decidido, se cruzó de brazos con una sonrisa algo astuta.
—Soy Nami. Me encargo de la navegación y de los mapas. Y si quieres saber cómo funcionan las cosas aquí, que sepas que todo tiene un precio —añadió con un guiño.
La observé con cautela. Había algo en ella que imponía respeto, pero al mismo tiempo, no sentí hostilidad en su tono.
—¡Yo soy Usopp! —exclamó de repente el chico de la nariz larga, dando un paso al frente con un gesto teatral—. ¡El gran guerrero del mar! Además, soy el francotirador del barco.
Parpadeé, sorprendida por su actitud. Era completamente distinto a los demás, un poco exagerado, pero de alguna forma, resultaba... entretenido.
—¡Y yo soy Sanji, preciosa! —dijo el rubio con un marcado entusiasmo, haciendo una reverencia exagerada—. Soy el cocinero de abordo, y te aseguro que cualquier cosa que pruebes de mis platillos te hará olvidar lo malo del mundo.
Fruncí el ceño ante su comportamiento. No estaba acostumbrada a recibir gestos amables de los hombres, bueno, ni de las mujeres, sin que hubiera un motivo oculto detrás. No sabía si confiar en sus palabras.
El reno que me había atendido en la enfermería se acercó con una sonrisa grande y dulce.
—Soy Chopper —dijo con voz alegre—. Soy el doctor del barco, así que si alguna vez te sientes mal, yo te ayudaré.
Era difícil mirarlo y no sentir que hablaba con un niño. Aun así, su gentileza no parecía fingida.
Después, una mujer de cabello negro y expresión serena me miró con calma antes de hablar.
—Nico Robin —dijo con voz suave—. Me encargo de la historia y la arqueología. Es un placer tenerte aquí.
Su tono tenía un matiz misterioso, pero en sus ojos oscuros no vi ninguna mala intención.
Entonces, una voz profunda y vibrante rompió el momento.
—¡Yo soy Brook! —exclamó el esqueleto vestido de traje, inclinándose con cortesía—. ¡Soy músico y también un excelente espadachín! Oh, y me gustaría pedirte algo... ¿Podrías enseñarme tu ropa interior? ¡Yohohoho!
Mis músculos se tensaron de inmediato, pero antes de que pudiera reaccionar, el rubio (Sanji, creo que dijo que se llamaba) le propinó una patada en la cabeza con furia.
—¡No asustes a la dama, maldito saco de huesos!
—¡Era solo una broma! —se quejó el esqueleto, sobándose la cabeza aunque claramente no podía sentir dolor.
No supe cómo reaccionar. Aquella interacción me resultaba tan extraña que solo pude quedarme en silencio.
Por último, un hombre enorme con gafas de sol y brazos mecánicos se acercó con una sonrisa confiada.
—¡Y yo soy Franky! —exclamó con energía—. Soy el carpintero del barco, ¡el mejor de los mejores! Si alguna vez necesitas algo, solo dime.
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Editado: 03.04.2025