Desperté con una sensación extraña en el pecho, una inquietud persistente que no me abandonó ni siquiera después de estirarme y dejar que la brisa marina me despeinara el cabello.
Habían pasado algunos pocos días desde que la tripulación me había traído al barco. A pesar de todo, aún me sentía como una extraña entre ellos. No me trataban mal, al contrario, incluso me hablaban con naturalidad, como si fuese parte del grupo, pero había algo dentro de mí que no terminaba de encajar.
Mi mente no dejaba de regresar al pueblo. O, mejor dicho, a una persona en particular.
Kaede.
La única persona que me había tratado con amabilidad en aquel lugar. La única que, cuando todos me daban la espalda, me ofrecía un techo y un plato de comida caliente.
Si de verdad iba a quedarme con estos piratas, al menos quería despedirme de ella. Se lo debía.
Me levanté de un salto y salí a la cubierta, donde ya se escuchaban las voces de la tripulación. Luffy estaba sentado sobre la barandilla, balanceando las piernas en el aire sin una preocupación en el mundo, mientras Usopp y Chopper reían por algo que, honestamente, no entendí.
Respiré hondo y solté la primera cosa que se me pasó por la cabeza.
—Quiero regresar al pueblo.
El ruido se detuvo de inmediato. Las risas cesaron y varias cabezas se giraron hacia mí.
—¿Qué? —preguntó Luffy, ladeando la cabeza.
Apreté los puños y di un paso al frente.
—Quiero volver, aunque sea solo un momento. Necesito despedirme de Kaede.
El rubio —Sanji, si no recordaba mal— frunció el ceño mientras encendía un cigarro.
—No es buena idea, Miyu —dijo, con tono serio—. Ese pueblo nunca te trató bien, ¿qué te hace pensar que ahora será diferente?
—No me importa el pueblo —contesté—. Solo quiero ver a Kaede una última vez.
—No tienes por qué despedirte —intervino la pelirroja, cruzándose de brazos—. No es como si fueras una prisionera aquí.
—Pero... ahora soy de los piratas, ¿no?
Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera pensarlas demasiado. Me di cuenta tarde de lo que había dicho cuando vi a Zoro fruncir el ceño.
—No eres "de" nadie —dijo con voz grave—. Nadie te posee.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. No estaba acostumbrada a escuchar algo así. En el pueblo, siempre había sido de alguien. De mi madrastra, de los aldeanos, de quienes quisieran lastimarme ese día.
Pero aquí... ellos me decían que no pertenecía a nadie.
Quise creerlo, de verdad. Algo en esas palabras me reconfortaba, pero... no podía.
—Igual quiero ir —insistí.
Luffy me miró fijamente por un momento, luego se encogió de hombros.
—Si eso es lo que quieres, está bien —dijo con su usual despreocupación—. Pero no irás sola.
Antes de que pudiera preguntar qué significaba eso, Zoro se adelantó.
—Yo te acompaño —dijo, sin más.
No protesté. No porque confiara en él, sino porque en el fondo sabía que volver sola sería una mala idea.
El camino de regreso a casa de Kaede fue silencioso.
Zoro caminaba a mi lado con su paso relajado pero firme, llevaba sus manos metidas en los bolsillos y la mirada fija en el frente. A pesar de la tranquilidad de su postura, podía notar la ligera tensión en su mandíbula. Era sutil, pero estaba ahí, como si aún estuviera alerta ante cualquier posible amenaza.
No lo culpaba.
El pueblo había cambiado. O, mejor dicho, la manera en que me miraban había cambiado. Ya no eran expresiones de desprecio, de odio absoluto o de asco. Ahora, sus ojos estaban llenos de temor... pero no por mí.
Era a Zoro a quien temían.
Era una sensación extraña verlos apartarse, no porque me consideraran un monstruo, sino porque ahora había alguien a mi lado que los hacía retroceder.
No estaba segura de qué pensar al respecto.
Suspiré y volví mi atención al camino. Poco después, llegamos a nuestro destino. Las paredes de madera envejecida y el techo ligeramente inclinado me trajeron una sensación de nostalgia instantánea. Durante años, este pequeño rincón había sido lo más cercano a un hogar para mí.
Toqué la puerta con suavidad, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza en mi pecho.
Unos segundos después, la puerta se abrió y ahí estaba ella.
Kaede me miró con la misma serenidad de siempre, como si no fuera una sorpresa verme aquí, como si lo hubiera estado esperando.
—Sabía que vendrías, mi niña —dijo con su sonrisa cálida.
La simpleza de sus palabras casi hizo que me emocionara.
—Kaede...
No pude decir más.
Ella abrió la puerta por completo y me hizo una seña para que entrara.
Zoro me siguió en silencio, su presencia era como una sombra firme a mi espalda.
Nos sentamos en la pequeña mesa de madera donde tantas veces había compartido un plato de comida caliente con ella. No había lujos en esta casa, pero cada rincón tenía un aire de calidez que no encontraba en ningún otro lugar.
Kaede se acomodó frente a mí y me observó con ojos sabios.
—Cuéntame todo —pidió, con voz gentil.
No necesitó insistir.
Las palabras empezaron a salir de mi boca como un río desbordado. Le conté todo. Desde el ataque de los dobles de Luffy y Zoro, hasta el enfrentamiento con mi madrastra. Le hablé de cómo mi poder había explotado en el momento en que dejé de tener miedo, y de cómo, por primera vez en mi vida, había logrado controlarlo.
Le hablé del pueblo, de cómo habían preferido odiarme en lugar de escucharme. Le conté sobre la tripulación de los Sombrero de Paja, sobre el momento en que Luffy me extendió la mano y me ofreció algo que nunca creí posible: un lugar al que pertenecer.
Kaede escuchó todo en silencio, con los ojos entrecerrados y las manos cruzadas sobre la mesa.
Cuando terminé, me quedé en espera de su respuesta, insegura de lo que diría.
Pero ella solo sonrió con ternura.
—Siempre supe que este pueblo no era tu destino, Miyu —dijo con suavidad—. Desde el momento en que llegaste a este mundo, estabas destinada a algo más grande.
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Editado: 03.04.2025