El tiempo en el barco transcurre de una manera extrañamente tranquila, algo que, por más que me lo repito, aún no termino de procesar del todo. Han pasado cinco días desde que llegué, y aunque todavía me siento fuera de lugar, ya he empezado a comprender mejor la dinámica de la tripulación y su rutina diaria.
Por lo que he escuchado, pronto zarparemos hacia el siguiente destino. No estoy segura de a dónde vamos exactamente, pero sé que estamos reabasteciéndonos de suministros y materiales. Franky, el enorme ciborg, se ha pasado la mayor parte del tiempo haciendo reparaciones en el barco. No entiendo la mitad de las cosas que dice cuando habla de "ajustes de cola" y "optimización de potencia", pero lo veo trabajar con una energía contagiosa.
Mientras tanto, Nami está concentrada en su navegación. La he visto con unas brújulas extrañas que no logro entender del todo. He intentado observarlas de cerca, pero parecen moverse por sí solas, como si estuvieran vivas.
—¿Cómo funcionan? —le pregunté un día, con curiosidad genuina.
Ella levantó la vista de su mapa y sonrió, sorprendida de que le hablara.
—Son Log Pose. Siguen los campos magnéticos de cada isla y nos llevan al siguiente destino.
—¿Eso significa que sabes exactamente a dónde iremos?
Nami soltó una risa ligera.
—Más o menos. Pero el mar siempre tiene sorpresas.
La palabra "sorpresas" no me agrada. Nunca me han traído nada bueno.
Sanji, el cocinero rubio, sigue insistiendo en que coma bien. Es casi excesivo. Cada comida que me prepara parece sacada de un banquete real.
—¡Miyu-chan! Hoy preparé algo especial para ti —anuncia con orgullo mientras coloca un plato frente a mí.
Miro la comida con sospecha.
—Es demasiado...
—¡No existe el 'demasiado' cuando se trata de una joven en recuperación! —exclama dramáticamente, con corazones en los ojos.
Tomo los cubiertos y empiezo a comer en silencio. Como siempre, la comida es deliciosa. Me cuesta creer que alguien cocine con tanto esfuerzo solo para que yo recupere fuerzas.
Chopper, también sigue pendiente de mi salud. Insiste en revisarme todos los días, lo cual encuentro innecesario, pero él no acepta un no por respuesta.
—Tienes que decirme si sientes algo raro —me dice con una expresión seria—. No puedes ignorar tu estado físico.
—Estoy bien —respondo - No tenía nada grave, la quemadura ya está prácticamente recuperada y los rasguños ya cicatrizaron.
Chopper entrecierra los ojos, sin creerme.
—Eso lo decidiré yo —afirma antes de empezar a revisarme.
Sus pequeñas patas trabajan con precisión y suavidad mientras me examina. Es extraño que alguien se preocupe por mi bienestar de esta forma, sin esperar nada a cambio y lo peor es que...¡ya estaba recuperada! Pero no sé por qué me sobre protegían tanto.
Usopp, sigue intentando hacerme reír con sus historias exageradas.
—¡Miyu, escucha esto! ¡Una vez peleé contra un monstruo marino gigante con mis propias manos y lo vencí en un duelo épico!
—Seguro —respondo sin mucha emoción.
—¡Es en serio! ¡Mi puntería legendaria y mi valentía inigualable lo derrotaron!
No sé si cree que le creo, o simplemente le gusta hablar, pero no me molesta. De alguna forma, su presencia hace que todo sea más... normal.
Pero si hay alguien que realmente me inquieta, es Zoro.
Se ha convertido en una sombra silenciosa que parece seguirme a todas partes. No dice mucho, pero siempre está cerca. A veces me asusta porque, sin darme cuenta, siento su mirada sobre mí. Cuando levanto la vista, lo encuentro observándome desde la distancia, con una expresión que no sé cómo interpretar. ¿Será que le agrado? No... eso es imposible. Tal vez no le gusta mi presencia. Tal vez no confía en mí. Y, para ser sincera, eso sería completamente normal.
Quizás solo me está vigilando.
Un día, mientras estaba en la cubierta disfrutando del viento fresco, lo vi allí, de pie, con los brazos cruzados y la mirada fija en el horizonte. No sé qué me impulsó a hacerlo, pero decidí hablarle.
—Hola, señor peliverde.
Zoro giró lentamente la cabeza hacia mí y frunció el ceño.
—Lo de peliverde vale —dijo con un tono seco—, pero... ¿señor? ¿Tan mayor me ves?
Me encogí de hombros.
—Pareces mayor que yo.
Zoro bufó con una leve sonrisa.
—Solo tengo dos años más que tú.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo lo sabes?
Él se quedó en silencio por un segundo demasiado largo.
—Lo dijiste cuando te presentaste hace unos días —respondió con aparente indiferencia—. Tal vez no lo recuerdes. Han pasado muchas cosas.
Estaba segura de que nunca dije mi edad. No insistí, pero la pregunta se quedó en mi cabeza.
En ese momento hablamos de varias cosas triviales, solo para romper el hielo ya que él era quién mas me intrigaba, aunque a decir verdad, cuando me hablaba parecía amable, e incluso sonreía.
Las noches en el barco eran silenciosas. Demasiado silenciosas. A veces me despierto de golpe, con el corazón latiendo en el pecho como si hubiera corrido kilómetros sin descanso. Me quedo en la oscuridad, agudizando el oído, esperando... algo. Un sonido que justifique la inquietud en mi pecho. Un grito. Un portazo. La furia contenida en palabras amenazantes. Pero lo único que escucho es el vaivén del mar contra el casco del barco. Algunas veces, el viento sacude la vela principal y el crujido de la madera me eriza la piel, pero no hay gritos, no hay golpes, no hay nadie acechando en la oscuridad.
Me quedo acostada, con la mirada fija en el techo de mi habitación, sintiéndome pequeña en la cama demasiado cómoda. Mi cuerpo todavía no se acostumbra a la idea de que aquí no necesito dormir en tensión, lista para reaccionar en cualquier momento. Cada músculo de mi cuerpo aún recuerda lo que es estar alerta, lo que significa esperar lo peor.
Me repito a mí misma que esto no puede durar para siempre.
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Editado: 03.04.2025