Nuevo Miembro En La Tripulación - Terminada

Capítulo 18

No podía dejar de mirarla.

Por más que intentara distraerme entrenando, durmiendo o incluso bebiendo, mis ojos siempre terminaban siguiéndola, asegurándose de que seguía ahí, de que no era un maldito sueño.

Miyu estaba de vuelta, pero no era la misma.

La niña que recordaba, la que se aferraba a mis espaldas cuando jugábamos, la que corría detrás de mí insistiendo en que le enseñara lo que aprendía con el dojo, la que reía sin miedo, ya no estaba. Ahora, en su lugar, estaba una mujer con el rostro endurecido por algo que no quería imaginar, alguien que caminaba con una tensión constante en los hombros, que hablaba poco y siempre miraba a su alrededor como si esperara que algo malo sucediera en cualquier momento.

Y verla así, me hervía la sangre.

Cada vez que pensaba en lo que tuvo que vivir para convertirse en alguien tan desconfiada, para perder la luz que tenía cuando éramos niños, el deseo de regresar a ese pueblo y borrarlo del mapa se hacía más grande. Pero lo más frustrante de todo era que no podía hacer nada para cambiar el pasado. Solo me quedaba el presente. Solo podía hacer algo ahora.

Por eso la vigilaba. Por eso cada vez que cruzaba la cubierta, mis ojos la seguían. No iba a perderla de vista otra vez.

No iba a volver a perderla.

Durante estos cinco días, la vi comenzar a integrarse poco a poco en la tripulación. Sanji le preparaba comidas especiales, asegurándose de que recuperara fuerzas. No podía soportarlo, pero por primera vez, le agradecí internamente su insistencia en alimentar a todos. Chopper revisaba su estado de salud, le daba tratamiento cuando lo creía necesario. Nami intentaba enseñarle lo básico sobre navegación, Usopp le contaba historias ridículas para hacerla reír. A veces notaba que Miyu no sabía cómo reaccionar ante todo eso, como si no entendiera por qué estaban siendo amables con ella.

Pero lo que más me sorprendió fue cómo todos parecían aceptarla sin dudar. No como una extraña, sino como una más de nosotros. Eso significaba más para mí de lo que estaba dispuesto a admitir. Pero aun así, ella seguía sin dormir.

Las noches eran silenciosas en el barco, pero yo no necesitaba verla para saber que se removía en su habitación, que despertaba sobresaltada y que no podía conciliar el sueño. Estuviera haciendo guardia nocturna o no, siempre podía escuchar el sonido de su respiración alterada o el crujido del colchón cuando se movía inquieta.

No estaba durmiendo.

Y me dolía saber que, aunque estuviera aquí, seguía atrapada en lo que fuera que vivió antes de llegar al barco. En algún punto de la tarde, después de haber pasado horas entrenando, Robin entró en la sala con un plato de onigiris.

—Sanji insistió en que comieras algo —dijo, dejándolos sobre una caja de madera.

—No tengo hambre.

—Mientes.

Bufé, pero tomé uno de los onigiris de todos modos, solo para que me dejara en paz, pero Robin no se fue.

Se quedó allí, observándome con esa mirada suya que lo veía todo.

—¿Cómo estás?

Me quedé congelado en mi sitio. No supe por qué esa simple pregunta me golpeó tan fuerte, pero en cuanto mis dedos se tensaron alrededor del onigiri, supe que algo en mí estaba cediendo.

Robin notó mi reacción y dio un paso más cerca.

—Zoro.

Dejé el onigiri de nuevo en el plato y solté las pesas que tenía en la otra mano con un golpe seco contra el suelo. Me llevé la toalla al rostro para secarme el sudor, pero la verdad era que solo quería cubrirme. Porque mis ojos se habían humedecido.

—Me alegra que Miyu esté con nosotros —dijo Robin con suavidad—. Sé lo importante que es para ti.

Apreté la mandíbula, sintiendo que un nudo se me formaba en la garganta.

No quería hablar.

No quería pensar en todo lo que había contenido durante estos días.

No quería recordar la culpa de haberla dado por muerta, de no haberla buscado.

No quería pensar en la posibilidad de que ella me odiara por eso.

—No sé qué hacer —murmuré, con la voz rota.

Robin se acercó un poco más con su presencia tranquila, sin presionarme.

—¿Sobre qué?

—Sobre todo.

Exhalé con frustración y bajé la toalla, dejando mi mirada clavada en el suelo.

—No sé cómo hablar con ella, no sé qué decirle. No sé si algún día se enterará de que nunca la busqué, de que pensé que estaba muerta, y cuando lo haga... no sé cómo va a reaccionar.

Robin cruzó los brazos, pensativa.

—Siendo honesta, es posible que al principio sea difícil para ambos.

Cerré los ojos con fuerza. No necesitaba que me lo confirmaran.

—Pero... —continuó ella— al final, no tienes por qué preocuparte.

La miré con el ceño fruncido.

—¿Por qué estás tan segura?

Robin sonrió con calma.

—Porque ella es tu hermana, Zoro. Y por más que haya cambiado, el lazo que os une sigue ahí.

Me quedé en silencio. Quería creerlo.

Dios, realmente quería creerlo, pero una parte de mí seguía llena de dudas, de miedo, de incertidumbre. Nunca había sentido algo así antes. No era miedo al dolor o a la muerte. Era miedo a perderla de nuevo.

Robin me dio una palmada en el hombro antes de salir de la habitación, dejándome solo con mis pensamientos.

Esa noche, como todas las demás, no pude dormir bien.

Después de un rato, salí a la cubierta para despejarme y, como lo había sospechado, no fui el único pues poco después, Miyu salió al exterior.

—Otra vez sin dormir —murmuré, cruzando los brazos.

Ella no se giró para mirarme.

—Supongo que sí.

Se acercó y se apoyó a mi lado.

El silencio se extendió entre nosotros, pero no era incómodo.

—No va a pasar nada, ¿sabes? —dije, sin mirarla.

Ella soltó una risa baja, sin humor.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

Me giré hacia ella, observándola con seriedad.

—Porque aquí no eres una prisionera. Nadie va a hacerte daño.

—Eso dices ahora. Pero todo cambia. La gente cambia. - dijo




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.