El viento soplaba con suavidad, agitando las velas del barco mientras el pueblo desaparecía en el horizonte. Apoyada en la barandilla de la cubierta, observé cómo aquel lugar que durante tanto tiempo fue mi prisión se reducía a un punto lejano. No sentía tristeza, pero tampoco alivio. Era una sensación extraña, como si dejara atrás algo que nunca me perteneció, pero que aún así había sido parte de mi vida.
No miré hacia atrás por mucho tiempo. No quería darle más vueltas de lo necesario. Suspiré y me giré, observando a mis nuevos compañeros. La tripulación del Sombrero de Paja parecía moverse en perfecta armonía dentro de su propio caos. Franky estaba ocupado ajustando algunas partes del barco, murmurando algo sobre mejorar la resistencia del Sunny. Nami estaba inclinada sobre un mapa con esas brújulas extrañas que aún no entendía del todo. Luffy reía con Usopp y Chopper por alguna tontería, mientras Sanji preparaba algo en la cocina y el delicioso aroma ya extendiéndose por el aire.
Y luego estaba él.
Zoro estaba recostado contra la barandilla en la otra punta de la cubierta, con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados como si durmiera, pero sabía que estaba atento a todo. Desde que subí al barco, su presencia había sido una constante silenciosa. No decía mucho, pero siempre estaba cerca. A veces, lo atrapaba mirándome, y cada vez que eso pasaba, sentía una inquietud extraña en el pecho. No sabía si me observaba porque no confiaba en mí o porque le resultaba raro tenerme aquí.
Al principio intenté ignorarlo, pero en las noches, cuando el barco se sumía en el silencio y solo quedaba el sonido del mar, su presencia en mi mente se hacía más fuerte. Dormir aún no era fácil para mí. Tal y como he recalcado varias veces, pasé demasiado tiempo esperando golpes o gritos en la oscuridad como para acostumbrarme de inmediato a la tranquilidad. Me despertaba de repente con el corazón latiéndome con fuerza y esperando un peligro que nunca llegaba. Algunas veces, incluso me levantaba y caminaba por la cubierta solo para asegurarme de que todo seguía bien.
Una noche, durante una de esas caminatas, noté una sombra en la proa del barco. Me tensé, lista para correr si era necesario, pero cuando la figura se movió, el reflejo de la luna iluminó un mechón verde familiar.
—¿Otra vez no puedes dormir? —La voz de Zoro rompió el silencio.
Me quedé quieta. Era él. No era la primera vez que charlaba con el en medio de la noche, ya estuvimos en la misma situación hace un par de días.
—No estoy acostumbrada a tanta calma.
Él se quedó en silencio unos segundos y luego se encogió de hombros.
—Sé que puede ser difícil acostumbrarte, pero cuanto antes lo hagas, antes sanará tu corazón.
Sus palabras se quedaron rondando por mi mente, obviamente tenía razón: cuanto antes deje de preocuparme, antes viviré más tranquila, pero todo requiere de un proceso, no puedo cambiar los últimos años de mi vida en apenas siete días en un barco con desconocidos porque, aunque me traten con amabilidad, siguen siendo personas a las que conocí hace apenas nueve días.
Al fin, aquel pueblo se perdió por completo de mi vista y solo nos rodeaba el mar. Los días pasaron, y aunque la vida en el barco era más cálida de lo que jamás imaginé, aún me sentía fuera de lugar. No tenía un rol en la tripulación. No era navegante, ni cocinera, ni luchadora. Me pasaba los días observando, tratando de encontrar mi sitio. Me preguntaba si los demás también lo notaban.
Un día, después de almorzar, tomé una decisión. Si iba a estar aquí, tenía que encontrar mi utilidad. Me acerqué a cada uno de los miembros de la tripulación para preguntarles cómo podía ayudar.
Sanji, con su sonrisa encantadora, me sugirió que lo ayudara en la cocina, pero aunque me gustaba la idea, sabía que nunca alcanzaría su nivel. Nami intentó enseñarme sobre navegación, pero las corrientes y brújulas me parecían un mundo completamente ajeno. Franky y Usopp me mostraron cómo reparar cosas, pero apenas entendí la mitad de lo que decían. Robin me escuchó pacientemente y luego, con su tranquila sabiduría, me dijo:
—No se trata de encontrar algo que hacer por obligación, sino de encontrar algo que te haga sentir parte de esto.
Sus palabras me dieron vueltas en la cabeza durante el resto del día.
Cuando cayó la noche, me encontraba en la cubierta, mirando el cielo estrellado y pensando en todo lo que había pasado. Fue entonces cuando la respuesta se hizo clara. No quería ser solo alguien que ocupaba un lugar en el barco. Quería poder defenderme, protegerme a mí misma y a quienes me habían aceptado sin dudarlo. Podría practicar mi don de la fruta, pero ni siquiera sé qué fruta era, ni qué tipo de poder tengo: una especie de ráfaga azul, tres huellas en mi muñeca y poder invocar a Kuro, ¿tenía el poder de domadora de animales? ¿Poder del rayo? Aunque la ráfaga no era delgada e intensa como un rayo, era más bien una luz cegadora que explotaba...pero no podía llegar a una conclusión, ¿Animales y explosiones? ¿Qué tipo de poder es ese? No podía practicar un don que no sabía que era, al menos no por ahora.
Así que visualicé lo que había en lo que parecía ser una sala de entrenamiento, la encontré un día en uno de mis paseos por el barco, y tomé una de las espadas de práctica que había visto y me dirigí a la proa, donde nadie me vería.
El primer intento fue torpe. Apenas podía sostener la espada correctamente. Mis movimientos eran rígidos y desequilibrados. Pero no me importaba. Tenía que intentarlo. Una y otra vez.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que una voz me interrumpió.
—Esa no es la forma correcta de sujetarla.
Me giré bruscamente, el corazón acelerado.
Zoro estaba apoyado contra la barandilla, mirándome con los brazos cruzados.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —pregunté, sintiéndome repentinamente avergonzada.
—El tiempo suficiente para ver que te vendría bien un maestro.
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Editado: 03.04.2025