Nuevo Miembro En La Tripulación - Terminada

Capítulo 20

El sonido del acero cortando el aire se repetía una y otra vez en la proa del barco. La brisa marina revolvía mi cabello mientras sujetaba la espada con ambas manos, sintiendo el peso del arma como si estuviera hecha de plomo.

—Otra vez —ordenó Zoro con voz firme.

Respiré hondo y volví a intentarlo.

Mis brazos temblaban por el esfuerzo, pero me negaba a rendirme. Llevaba días entrenando con él, intentando aprender lo básico, y aunque el avance era lento, no me detendría. Si iba a quedarme con ellos, si iba a ser parte de esta tripulación, necesitaba ser fuerte.

Zoro me observaba con su típica expresión seria y con sus brazos cruzados sobre el pecho. Cada vez que cometía un error, se tomaba el tiempo de corregirme, con paciencia. Era algo que no esperaba de él.

—No estás girando bien la muñeca —dijo acercándose a mí.

Antes de que pudiera reaccionar, tomó mi mano con la suya y ajustó mi agarre. Su tacto era firme y su piel áspera por el entrenamiento constante, porque sí, sabía que cuando no le veía era porque dormía o entrenaba.

—Así. Si sostienes la espada de esta manera, tendrás más control.

Asentí y repetí el movimiento.

—Mejor —murmuró—. Pero aún te falta fuerza.

Fruncí el ceño.

—Lo sé.

No era necesario que lo dijera. Yo también lo notaba. Cada vez que intentaba realizar un corte, sentía que la espada iba en una dirección diferente a la que quería. Era como si el arma no me obedeciera.

—No confías en tu propio movimiento —continuó—. La fuerza no lo es todo. La espada sigue tu voluntad. Si dudas, si piensas demasiado en el golpe, fallarás.

Me mordí el labio.

—Pero si no pienso en lo que hago, lo haré mal.

Zoro soltó una leve risa.

—Tienes razón, pero hay una diferencia entre pensar y dudar. Tienes que confiar en tu cuerpo.

Se alejó unos pasos y desenvainó su espada.

—Mírame.

Lo observé en silencio mientras adoptaba una postura firme.

—Cuando atacas, debes moverte con decisión. Como esto.

Sin esfuerzo, realizó un corte limpio en el aire, tan rápido que apenas pude seguirlo con la vista.

—No hay dudas en mi movimiento. No me pregunto si lo haré bien o mal, simplemente lo hago.

—Pero tú llevas años entrenando —protesté.

Él me miró de reojo.

—Y tú llevas días. No espero que lo hagas perfecto, pero sí espero que lo intentes en serio.

Apreté los dientes.

Era frustrante. No porque Zoro me exigiera, sino porque quería hacerlo bien. Quería mejorar. Zoro se acercó a mi, me quitó suavemente la espada de madera que usaba y me dio la suya que había desenvainado. Era bastante más pesada que la de entrenamiento, pero pronto me acostumbré a esa diferencia.

—Bien —Zoro asintió—. Ahora, atácame.

Mis ojos se abrieron de golpe.

—¿Qué?

—Vamos —insistió—. Atácame.

Tragué saliva.

—Pero...¿con esta espada? No, ¡podría herirte!

—¿Crees que me darás? - soltó una risotada - Quiero que empieces a usar una arma de verdad. No pienses demasiado. Solo hazlo.

Tomé aire y, obedeciendo a quien se había convertido en mi maestro, me lancé hacia él.

Intenté imitar su corte, con la intención de al menos rozarlo, pero Zoro se movió con facilidad, esquivando sin esfuerzo.

—Demasiado lento.

Me giré rápidamente e intenté otro ataque, pero con un simple movimiento de la espada de madera que ahora llevaba él, bloqueó el golpe con facilidad.

—Demasiado predecible.

Volví a intentarlo. Y otra vez. Y otra.

Cada vez que me acercaba, él desviaba mi ataque sin ninguna dificultad. Era desesperante.

Después de varios intentos fallidos, mi respiración estaba entrecortada, mis brazos ardían y mi ropa estaba empapada de sudor.

Zoro, en cambio, ni siquiera parecía cansado.

—¿Eso es todo lo que tienes? —preguntó, con un tono que no sonaba burlón, sino desafiante.

Levanté la espada de nuevo.

—No.

—Entonces, otra vez.

Apreté el mango con fuerza y avancé.

Me esforcé en recordar sus indicaciones, en no dudar, en no titubear. Pero de nuevo, él bloqueó el golpe con facilidad.

—No basta con ser rápida —dijo—. Si tu ataque no tiene intención de herir, no servirá de nada.

Fruncí el ceño.

—No quiero herirte.

Zoro me miró fijamente.

—Si te detienes por miedo a dañar a tu oponente, perderás.

Bajé la mirada.

—No lo entiendo.

Él suspiró y dejó la espada de madera apoyada en la pared.

—Cuando peleas, tienes que darlo todo. No puedes contenerte. No puedes dudar.

Se acercó a mí y tocó mi hombro.

—Si alguna vez enfrentas a alguien que realmente quiera matarte, no dudará. No tendrá piedad.

Levanté la vista y me encontré con su mirada seria.

—Si tú te contienes, ellos no lo harán.

Me quedé en silencio, procesando sus palabras.

Sabía que tenía razón. Si seguía dudando, si seguía sintiéndome débil, nunca sería capaz de protegerme.

—Ahora, intenta otra vez —ordenó.

Apreté los puños.

—Eso es —murmuró cuando, por primera vez, mi ataque fue más preciso.

Sentí un pequeño orgullo crecer dentro de mí, pero antes de que pudiera decir algo, un estruendo sacudió el barco.

—¿Qué demonios...? —Zoro giró la cabeza hacia la cubierta.

Gritos.

Corrimos hacia el centro del barco, y lo que vimos me hizo contener la respiración.

Un grupo de hombres armados había abordado el Sunny. Eran muchos, al menos una docena, y algunos llevaban uniformes que reconocí al instante. Marines. Otros parecían cazarrecompensas, tipos vestidos de negro con miradas afiladas y sonrisas crueles.

—¡Nos emboscaron! —gritó Usopp, disparando con su tirachinas.

Luffy ya estaba en medio de la pelea, riendo como si fuera una aventura más. Sanji lanzaba patadas sin esfuerzo, Franky disparaba ráfagas de proyectiles y Chopper había tomado su forma más grande para enfrentarse a los invasores.




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