Había pasado un día desde el ataque, pero la sensación de inutilidad seguía pesando sobre mis hombros. No importaba cuánto intentara hacer como si nada, en mi interior aún me atormentaba la imagen de mí misma, incapaz de hacer nada mientras me tomaban como rehén.
El resto de la tripulación no había mencionado el tema, lo cual agradecía, pero Zoro...
Zoro me observaba.
Lo notaba en cómo siempre parecía estar cerca, en cómo su mirada se posaba en mí cuando creía que no me daba cuenta. No decía nada, pero no se alejaba.
Su manera de preocuparse era silenciosa. Y aunque parte de mí quería alejarme de todo y encerrarme en mis propios pensamientos, otra parte agradecía que él estuviera ahí.
Esa noche, como tantas otras, me encontré de nuevo en la cubierta sin poder dormir. El mar oscuro se extendía hasta donde alcanzaba la vista, el cielo despejado permitía ver las estrellas, y la brisa fresca agitaba mi cabello con suavidad.
Me abracé las rodillas, intentando vaciar mi mente.
—Una vez más, despierta.
La voz me sacó de mis pensamientos, y alcé la mirada para encontrarme con Zoro bajando desde la torre de vigilancia.
No me sorprendía. Era como si supiera exactamente cuándo estaba aquí.
Se dejó caer a mi lado, con esa facilidad suya para hacer que su presencia se sintiera natural. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada.
Luego, Zoro rompió el silencio.
—¿Estás bien?
Sabía a qué se refería. Al ataque. A lo que había pasado. Asentí con la cabeza, sin mirarlo.
—No me hicieron heridas ni nada —respondí con simpleza.
Zoro no pareció convencido, pero tampoco insistió.
—No le des tantas vueltas —dijo finalmente.
Fruncí el ceño.
—No lo hago.
—Sí lo haces.
Me crucé de brazos, pero no dije nada.
Zoro apoyó la espalda contra la barandilla y miró el cielo.
—Te cogieron a ti, sí. Pero pudo haber sido cualquiera.
No supe qué responder.
—¿O es que crees que si hubieran atrapado a otro, habría reaccionado distinto?
Lo miré de reojo.
Zoro no hablaba sin pensar. Si decía eso, era porque realmente no le importaba quién hubiera sido. El hecho de que me hubieran tomado como rehén no me hacía débil, solo me tocó a mi.
Apretando los labios, volví la vista al mar.
Tal vez tenía razón y no debía darle tantas vueltas.
Sentí su mirada sobre mí, como si estuviera evaluando algo.
—Oye —dijo de repente.
Giré la cabeza.
Zoro señaló con la barbilla mis manos.
—No he podido dejar de fijarme en esas vendas. ¿Aún no se te han curado?
Automáticamente, escondí las manos entre mis piernas.
—No son heridas recientes.
Zoro alzó una ceja.
—¿Entonces?
Me quedé callada un momento.
—Es algo personal —dije al final.
Él pareció sorprenderse, pero no insistió de inmediato. Su mirada pasó de mis manos a mi rostro.
—No tienes que decirme nada —comentó encogiéndose de hombros—. Pero si en algún momento quieres contármelo, estaré dispuesto a escucharte.
Desvié la mirada.
—Lo sé.
Zoro no dijo nada más.
No me presionó.
Dejé escapar un suspiro y volví a mirar el mar.
No sabía cuánto tiempo pasamos ahí en silencio, pero por primera vez desde el ataque, la presión en mi pecho se sentía un poco menos pesada.
****
El filo de la espada brillaba bajo el sol de la mañana mientras mis manos la aferraban con fuerza. No era la de madera con la que había comenzado, sino una real. Aunque aún estaba lejos de dominarla, ya no sentía que me iba a caer con cada movimiento.
Habían pasado varios días desde el ataque, y aunque la impotencia de aquel momento todavía pesaba sobre mí, lo usaba como motivación. Estaba dispuesta a, como mínimo, no ser un estorbo para la tripulación.
Zoro estaba frente a mí, observándome con los brazos cruzados. Era temprano, la brisa del mar se sentía fresca y el resto de la tripulación estaba ocupada con sus propias tareas. Habíamos estado entrenando todas las mañanas desde que el ataque sucedió, y aunque al principio mis movimientos eran torpes y mi resistencia mínima, ahora mi cuerpo estaba empezando a acostumbrarse.
Ya no entrenaba con la espada de madera, ya no se me dormían los brazos después de unos minutos.
Ya no me caía al suelo por la fatiga.
—Bien —dijo Zoro, inclinando apenas la cabeza—. A ver qué tienes hoy.
Asentí y me coloqué en posición.
Respira.
Observa.
Ataca.
Me lancé hacia él con la espada firmemente en mis manos. Mi golpe fue rápido, dirigido a su costado, pero Zoro lo bloqueó con facilidad, como siempre.
—Más rápido.
Reajusté mi postura y volví a atacar, esta vez apuntando más alto. Él bloqueó de nuevo y contraatacó con un movimiento que me obligó a retroceder.
Los músculos de mis brazos ardían, pero en lugar de soltar la espada, la sostuve con más firmeza.
Zoro me hizo una señal con la mano.
—Vuelve a intentarlo.
No dudé.
Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente, avanzando con una velocidad que hace unos días me habría sido imposible. Intercambiamos golpes durante un rato, cada uno más fuerte que el anterior.
Zoro tenía una fuerza abrumadora, eso ya lo sabía, pero estar entrenando con él me hacía darme cuenta de cuán grande era la diferencia entre nosotros. Aun así, no me trataba como si fuera débil.
No me trataba como si fuera alguien que necesitara que le bajaran la dificultad.
Y eso me hacía seguir adelante. Después de un intercambio rápido de golpes, él logró hacerme perder el equilibrio. Caí de rodillas, respirando con fuerza.
—¿Ya te cansas? —preguntó con su típica expresión tranquila.
Levanté la cabeza y lo fulminé con la mirada.
—No.
Zoro sonrió apenas y me ofreció la mano.
—Entonces arriba.
Tomé su mano y me puse de pie, sacudiéndome el polvo de la ropa.
Mi respiración era pesada, pero en mi interior sentía algo diferente a la frustración de los primeros días.
#4782 en Fanfic
#18814 en Otros
#2446 en Aventura
one piece, amor adolescente drama, zoro luffy law chopper sanji
Editado: 03.04.2025