El Log Pose nos había guiado hasta aquella isla sin nombre, o al menos, sin un nombre que nos fuera familiar. Desde la cubierta del barco, observé cómo nos acercábamos lentamente al puerto, esperando ver a alguien, a quien fuera, recibirnos o, al menos, observarnos con curiosidad. Pero no había nadie.
Era extraño.
Desde aquí, la isla se veía... normal. Más que normal, diría que perfecta. Calles impecables, edificios coloridos, balcones llenos de macetas con flores frescas, puestos de mercado que aún tenían mercancía en exhibición, como si alguien hubiera planeado abrir su negocio esa misma mañana y simplemente nunca hubiera llegado.
Pero ni una sola persona.
—¡Qué sitio tan genial! —exclamó Luffy de repente, con su entusiasmo característico.
Yo no podía evitar tensarme. Algo estaba mal. Muy mal.
—¿No te parece un poco raro, Luffy? —preguntó Nami, frunciendo el ceño mientras ajustaba el Log Pose en su muñeca—. No hay nadie, pero todo parece en perfecto estado.
—¡Exacto! —Luffy sonrió—. ¡Eso significa que podemos explorar sin que nos molesten!
—Esa no es la parte importante, idiota —gruñó Zoro, cruzándose de brazos.
—No me gusta esto... —murmuró Chopper, abrazando su sombrero con inquietud.
—Si hay algo raro, debemos estar atentos —dijo Sanji con calma, aunque noté cómo sus ojos escaneaban el puerto con cautela.
Finalmente, decidimos que Luffy, Zoro, Sanji, Chopper, Brook, Nami y yo bajaríamos a explorar mientras Usopp, Franky y Robin se quedaban en el barco organizando algunas cosas y, sobre todo, vigilando que nadie nos robara la embarcación.
Descendimos por la pasarela y mis botas resonaron en la madera del muelle. Aquel sonido, tan simple, hizo que un escalofrío recorriera mi espalda. Tal vez porque, en medio de aquel inquietante silencio, hasta el sonido más insignificante se sentía amplificado.
Me abracé a mí misma de manera instintiva. No era que tuviera miedo exactamente... solo que... algo no estaba bien.
—¿Te pasa algo? —La voz grave de Zoro a mi lado me hizo girar la cabeza.
—No lo sé... Solo... No me gusta esto.
—Tampoco a mí.
Su sinceridad, de alguna manera, me reconfortó.
Nos adentramos en la ciudad. A cada paso que dábamos, la sensación de inquietud solo aumentaba. Era como si la isla entera estuviera congelada en el tiempo, como si todo el mundo se hubiera desvanecido en un abrir y cerrar de ojos.
Caminamos por lo que parecía una avenida principal. Tiendas con mercancía perfectamente acomodada, faroles en las calles, incluso la fuente en el centro de la plaza tenía agua corriendo con total normalidad.
Pero nadie.
Ni un alma.
—Esto es muy raro —susurró Chopper.
—Tal vez la gente huyó por algo... —sugirió Nami.
—¿Y dejaron todo intacto? —Sanji negó con la cabeza—. No lo creo.
—¡Miren! —Brook señaló hacia una cafetería con mesas en el exterior—. ¡Hay tazas con café aún caliente!
Nos acercamos y, efectivamente, había tazas de café humeantes y platos con comida apenas tocada. Como si alguien hubiera estado desayunando aquí hacía solo unos minutos.
—Definitivamente, la gente desapareció de repente —afirmó Nami, su expresión era tensa.
Me mordí el labio, observando a mi alrededor. Sentía que algo nos observaba.
Entonces, lo vi.
—Zoro... —lo llamé en voz baja, señalando discretamente hacia un callejón.
Había una sombra allí. Una figura, por un segundo, se asomó y desapareció en la esquina.
—Lo vi —respondió él, con el ceño fruncido.
—¿Alguien nos está espiando? —preguntó Sanji, notando nuestra tensión.
—Voy tras él —dije, impulsivamente.
—¡Espera! —Zoro intentó detenerme, pero yo ya me había echado a correr.
No podía explicar qué me impulsó a hacerlo. Quizás la certeza de que ese alguien era la única pista que teníamos.
Corrí por el callejón, doblando la esquina justo a tiempo para ver la figura moverse ágilmente entre los edificios. Se movía con rapidez, pero no como si intentara escapar desesperadamente... sino como si quisiera guiarnos.
—¡Miyu, para! —escuché la voz de Zoro tras de mí, pero no me detuve.
Finalmente, la figura desapareció dentro de un edificio de apariencia más antigua que los demás.
Me frené en seco frente a la entrada, jadeando.
El resto de la tripulación me alcanzó en cuestión de segundos.
—¿Qué demonios te pasa? —Zoro me fulminó con la mirada.
—Alguien entró aquí.
—Podrías haber caído en una trampa —gruñó.
—Sí, lo sé, pero... no lo sé. Tenía que hacerlo.
Sanji suspiró.
—Bueno, estamos aquí de todos modos, ¿no? Vamos a entrar.
Empujamos la puerta y entramos en el edificio. Era una biblioteca, con estanterías repletas de libros y un aroma a papel viejo impregnando el aire.
Y allí, en el centro de la sala, con los brazos cruzados y mirándonos con aire indiferente, un pirata con vaqueros y camiseta amarilla y gorro de ¿vaca?
—Os ha costado seguirme—dijo con un tono tranquilo y molesto.
—¡Torao! —exclamó Luffy con una gran sonrisa mientras saltaba para abrazar a ese tal Torao—. ¡Te echaba de menos!
El nuevo chico suspiró.
—Supuse que llegaríais tarde o temprano —murmuró.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Nami.
—Estoy buscando a mi tripulación. Nos separamos en la última isla y cuando llegué aquí, descubrí que la isla estaba completamente vacía —respondió, con el ceño fruncido—. No encontré rastro de gente.
—Nosotros tampoco hemos visto a nadie —dijo Chopper.
—Eso significa que todos desaparecieron al mismo tiempo.
Un silencio tenso se apoderó de la sala.
—Si tú no lo has hecho... ¿Quién fue? —pregunté.
El pirata fijó su vista en mi, extrañado, escaneándome con la mirada.
—¿Quién es ella? — me señaló
—Es Miyu, nuestra nueva nakama — se me adelantó Luffy con una gran sonrisa.
—Ah, entiendo— dijo antes de continuar, me parecía un poco borde ese Torao.
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Editado: 03.04.2025