La semana había pasado en un suspiro. Después de los sucesos en la última isla, la calma en el barco era un cambio que todos parecian agradecer. No había luchas, ni misterios extraños, ni enemigos acechando. Solo días tranquilos en los que cada uno hacía lo suyo: algunos entrenaban, otros descansaban, otros cocinaban o hablaban. Era... agradable. Me di cuenta de que empezaba a sentirme realmente cómoda.
Cada día seguía una rutina sin planearlo. Por las mañanas, desayunábamos juntos mientras charlábamos de cualquier tontería. Luffy comía como si su vida dependiera de ello, Sanji regañaba a Usopp y Chopper por pedir postres antes de tiempo, y Nami le daba un golpe en la cabeza a Luffy si intentaba robar comida extra. Robin observaba todo con su sonrisa serena, el resto comían tranquilamente.
Yo pasaba gran parte de mi tiempo entrenando con él. Lo extraño era que, aunque la espada de verdad ya no se sentía como un peso imposible de manejar, mis movimientos aún eran torpes. Me frustraba, pero Zoro nunca se molestaba por eso. A veces me corregía con paciencia, otras simplemente me dejaba intentar hasta que lo hiciera bien por mi cuenta.
—No pienses tanto —me dijo una tarde mientras bloqueaba mi ataque con facilidad—. Tus manos están listas, pero tu cabeza no deja de meterse en el camino.
—¿Y qué se supone que haga? —bufé, retrocediendo para intentarlo otra vez.
—Deja de pensar.
Lo miré con el ceño fruncido.
—Eso no tiene sentido.
Zoro sonrió con burla.
—No tienes que entenderlo ahora. Solo sigue practicando.
Así eran la mayoría de nuestros entrenamientos. A pesar de que a veces me frustraba, disfrutaba esos momentos. No solo porque mejoraba, sino porque sentía que había alguien que confiaba en mí lo suficiente como para querer que me hiciera más fuerte.
Por las tardes, cuando no estaba entrenando, me unía a los demás en sus actividades. Luffy y Usopp inventaban juegos ridículos que terminaban con Sanji lanzándoles patadas por hacer demasiado ruido en la cocina o en cualquier sitio. Nami y Robin disfrutaban de té mientras hablaban de cosas que a veces entendía y a veces no. Chopper me pedía que lo ayudara con algunas de sus mezclas médicas.
Me gustaba ese ambiente. Me hacía sentir que de verdad pertenecía a este lugar.
Pero las noches eran diferentes.
No siempre dormía de un tirón. No porque tuviera miedo, sino porque mi cuerpo aún estaba acostumbrado a despertarse en medio de la noche. Sin embargo, ya no era lo mismo que antes. Ya no me levantaba alerta ni con el corazón acelerado. Simplemente salía a la cubierta y observaba el mar en calma.
Algunas noches estaba sola. Otras, no.
Estos días me encontré por primera vez a Brook. Él estaba en la cubierta, mirando el cielo estrellado mientras tarareaba una canción.
—¿No puedes dormir, Miyu-san?
—Supongo que aún no me acostumbro a tanta paz.
Brook rió con su clásico "Yohohoho" y me miró con sus cuencas vacías.
—El mar de noche es hermoso, ¿no crees?
Asentí. Hablamos un rato sobre cosas sin importancia. Sobre las estrellas, sobre las historias de Brook cuando estaba vivo, sobre música. Era relajante escuchar su voz tranquila y la forma en que hablaba de la vida con tanta pasión a pesar de ser un esqueleto.
Otra noche, fue Law a quien encontré. Él estaba sentado en la cubierta, mirando el horizonte con su típica expresión de fastidio.
—¿No puedes dormir? —pregunté, acercándome.
Él suspiró.
—No es eso. Solo tengo muchas cosas en la cabeza.
Me senté a su lado.
—¿Sobre tu tripulación?
Law me miró de reojo y asintió.
—Sí. Aún no tengo idea de dónde están.
No supe qué decir. Yo no sabía lo que era tener una tripulación a la que proteger. Pero sí sabía lo que era perder personas importantes.
—Los encontrarás —dije al final—. Es solo cuestión de tiempo.
Law me miró fijamente, como si intentara ver si realmente creía en lo que decía. Luego, soltó un suspiro y desvió la mirada.
—Sé que los encontraré, pero espero que sea pronto y que todos estén bien.
Después de eso, pasamos un rato en silencio. No fue incómodo. De hecho, fue agradable.
Pero la mayoría de las veces, era Zoro a quien me encontraba.
La primera vez, estaba en la torre de vigilancia, aparentemente dormido. Me sorprendió verlo bajar en cuanto me vio.
—¿Otra vez despierta?
—¿Tú qué haces aquí?
Zoro se encogió de hombros.
—Vigilando.
Me crucé de brazos.
—Pensé que estabas durmiendo.
—Yo también lo pensé.
Solté una risa pequeña. Nos quedamos en la cubierta, en silencio al principio. Luego empezamos a hablar, sin darnos cuenta de cómo pasó.
—Dijiste que entrenaste con alguien hace mucho, ¿cierto?
Asentí.
—Sí. Pero no por mucho tiempo.
—¿Quién fue?
—Mi padre...y mi hermano. Aunque mi padre era el que más me enseñaba, mi hermano era con el que más practicaba.
Zoro apretó la mandibula ante mi respuesta.
—¿Era bueno?
Pensé en ello un momento.
—Sí, muy bueno, ambos lo eran.
Noté a Zoro...¿temblar? No lo sé, tal vez le incomodaba hablar de esto...o sea, ambos estaban muertos, así que puede ser incomodo para alguien estos temas, por lo que decidí no continuar esa conversación.
No hablamos mucho más después de eso, pero desde entonces, cada vez que nos encontrábamos en la cubierta en la madrugada, hablábamos un poco más. No eran conversaciones profundas, pero eran... cómodas.
Y así pasaron los días.
Sin darme cuenta, empecé a relajarme cada vez más. Dejé de pensar que algo malo pasaría en cualquier momento. Dejé de sentir que tenía que estar en guardia todo el tiempo. Me acostumbré a la rutina del barco.
Me acostumbré a las risas, a las peleas absurdas, a los entrenamientos duros, a las noches tranquilas.
Por primera vez en mucho tiempo, me sentí en casa.
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Editado: 03.04.2025