El pueblo tenía un ambiente apacible, casi pintoresco, pero yo no podía disfrutarlo. Desde que había puesto un pie en él, mi mente había estado ocupada con una sola cosa: aquel anciano misterioso y las palabras que me había dicho el día anterior. "Tu hermano aún vive".
Era imposible. Tenía que ser una equivocación, una mentira, un malentendido. Pero aun así, cada vez que cerraba los ojos, aquellas palabras volvían a resonar en mi cabeza. Por eso, desde el momento en conseguí dos días más en la isla, supe que tenía que aprovechar el tiempo. Tenía que encontrarlo de nuevo.
Apenas terminamos el desayuno, aproveché la distracción del grupo para escabullirme. Nami y Robin estaban entretenidas viendo un puesto de joyería, Luffy ya había salido corriendo hacia algún lado con Chopper y Usopp, y Sanji estaba demasiado ocupado coqueteando con cada mujer que pasaba como para notarme desaparecer.
Con pasos rápidos, me dirigí a la casa donde me habían llevado a la fuerza el día anterior. No fue difícil encontrarla; el camino ya estaba grabado en mi memoria. Las calles del pueblo eran de piedra, irregulares, algunas con musgo creciendo entre las grietas. Cada vez que pasaba por un callejón, algunas personas me miraban con desconfianza, otras simplemente bajaban la vista y seguían con sus asuntos.
Cuando llegué, me detuve frente a la puerta de madera desgastada. La fachada seguía igual de deteriorada, con grietas en las paredes y la pintura descascarada. Inspiré hondo y llamé con los nudillos.
Nada.
Golpeé de nuevo, esta vez con más fuerza.
Silencio.
Di un paso atrás y miré alrededor, como si esperara que alguien apareciera. No había señales de vida dentro de la casa, pero yo sabía que el anciano tenía que estar allí.
Golpeé de nuevo, esta vez acompañando los golpes con mi voz.
—¡Sé que estás ahí! ¡Ábreme!
Esperé. Nada.
Apoyé la frente contra la puerta y cerré los ojos, exhalando con frustración.
No podía ser que me soltara algo tan grande y luego desapareciera sin más. No después de haber removido algo tan profundo dentro de mí.
Me separé de la puerta y di la vuelta a la casa, buscando otra entrada, una ventana abierta, alguna forma de espiar dentro. Pero todo estaba asegurado. Si el anciano estaba dentro, no tenía intención de dejarme entrar.
Apreté los puños y me mordí el labio. No iba a rendirme tan fácil.
Decidí volver al pueblo y preguntar. Alguien tenía que conocerlo.
El mercado seguía tan animado como antes, con los comerciantes gritando ofertas y los aldeanos caminando de un lado a otro. Me acerqué al primer vendedor que vi, un hombre de mediana edad que vendía frutas en una mesa improvisada.
—Disculpe, señor —dije, intentando sonar casual—. Estoy buscando a un anciano que vive en la casa al final de esa calle. ¿Lo conoce?
El hombre frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No sé de qué hablas.
Su respuesta fue seca, casi automática.
Pasé al siguiente puesto, donde una mujer vendía telas y bordados.
—Disculpe, ¿sabe quién vive en la casa vieja al final del pueblo?
—No tengo idea.
Su tono fue cortante, y su mirada, esquiva.
Empecé a notar un patrón. Cada persona a la que le preguntaba reaccionaba de la misma manera: negaban conocerlo, respondían rápido y evitaban mirarme a los ojos.
Algo no estaba bien.
Después de recibir la misma respuesta de al menos diez personas más, me encontré deambulando sin rumbo, sintiéndome cada vez más frustrada. Si nadie en el pueblo sabía nada, entonces ¿de dónde había salido ese hombre? ¿Era posible que no fuera realmente parte del pueblo?
Suspiré y me dejé caer en un banco de piedra en una pequeña plaza.
Las dudas me carcomían. ¿Había sido una broma? ¿Me estaba aferrando a una mentira?
Mi instinto me decía que no, que el anciano había hablado en serio, pero si no podía encontrarlo... ¿qué hacía perdiendo el tiempo?
—Miyu.
Mi nombre me sacó de mis pensamientos. Levanté la vista y vi a Robin de pie frente a mí, mirándome con su habitual calma.
—Has estado desapareciendo mucho hoy —comentó, cruzándose de brazos.
—Solo estaba dando un paseo —mentí rápidamente.
Robin me observó en silencio por unos segundos, como si estuviera analizándome. Con ella, mentir era casi imposible.
—Si necesitas ayuda con algo, puedes pedírmelo —dijo finalmente.
Quise decirle que sí, que me ayudara a descifrar el papel que me habían dado, que me ayudara a encontrar al anciano, pero algo dentro de mí me detuvo.
"No puedes decírselo a nadie."
Las palabras del anciano me resonaron en la cabeza.
Negué con una pequeña sonrisa.
—Gracias, pero estoy bien.
Robin pareció dudar por un momento, pero finalmente asintió y se alejó, dejándome de nuevo con mis pensamientos.
La frustración hervía en mi pecho. Si nadie iba a darme respuestas, tendría que encontrarlas yo misma. Pero el día pasó, y a pesar de mis esfuerzos, no obtuve nada.
Volví a la casa dos veces más, golpeé la puerta hasta que mis nudillos dolieron, pero nadie abrió. Busqué en los alrededores, intenté ver por las ventanas, incluso consideré forzar la cerradura, pero todo fue inútil. Cuando el sol comenzó a ocultarse, supe que había perdido un día entero sin conseguir nada. Con el ánimo por el suelo, volví al barco.
El ambiente era el mismo de siempre: Luffy y Usopp gritaban sobre alguna tontería, Sanji preparaba la cena mientras lanzaba cumplidos a Nami y Robin, y Franky y Brook discutían sobre algo absurdo.
Intenté actuar normal, fingir que no tenía un peso gigante sobre mis hombros.
Cuando Sanji puso un plato de comida frente a mí, murmuré un "gracias" sin ganas.
—¿Todo bien, Miyu? —comentó, observándome con el ceño fruncido.
—Si, todo bien.
Sanji pareció poco convencido, pero no insistió.
Mastiqué la comida sin apenas saborearla.
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Editado: 03.04.2025