El crujir de la madera bajo mis botas era el único sonido que me acompañaba mientras caminaba por las calles silenciosas de aquella maldita isla medieval. La noche se extendía sobre el pueblo, y el frío aire de la madrugada me mantenía alerta, aunque en realidad no lo necesitaba. Mi sangre hervía de frustración, suficiente para mantenerme despierto.
Miyu.
La había visto. Se había escabullido cuando creía que nadie la veía. Lo peor es que lo logró, porque el inútil de Usopp se quedó dormido durante su guardia. Ya me encargaría de patearle el trasero más tarde. Ahora mismo, lo único que importaba era encontrarla y sacarla de donde demonios se había metido.
Mis pasos me llevaron hasta una casa destartalada del pueblo. Por fuera, parecía abandonada. Maderas rotas, ventanas polvorientas, una puerta vieja y maltratada. Pero no me engañaba. Vi con mis propios ojos cómo Miyu se colaba dentro.
—¿Qué demonios estás haciendo...? —murmuré para mí mismo, apretando los puños.
¿Por qué hacía estas cosas? ¿Por qué se ponía en peligro de esta manera? Cada vez que creía que se estaba acostumbrando a la vida en el barco, hacía algo así.
Me quedé quieto, observando la casa. Por un momento, dudé.
Si entraba tras ella, no habría forma de esconder lo que realmente era. No sería un simple espadachín enfadado con su nakama. No. Sería un hermano desesperado porque su hermana se metía en problemas.
Maldita sea.
Apreté los dientes y me acerqué más. Estaba a punto de entrar cuando alguien saltó por la ventana.
Miyu salió, con una expresión que mezclaba frustración y confusión.
Por todos los demonios del mar.
Me contuve con todas mis fuerzas para no gritarle allí mismo.
Ella no me vio de inmediato, pero cuando levantó la mirada y me encontró frente a ella, su rostro cambió.
—¿Disfrutaste de tu paseo nocturno? —pregunté
La miré, completamente molesto. Ella parpadeó, sorprendida por el tono duro de mi voz.
—Zoro, yo... —intentó decir.
—¿Qué demonios estabas pensando? —le interrumpí, noté como mi ceño cada vez estaba más marcado—. ¿Escaparte en plena noche? ¿Sola?
—Tenía que hacerlo... —murmuró.
Eso me hizo enfurecer aún más.
—¿Tenías que hacerlo? —repetí con ironía—. ¿Así llamas a meterte en una casa abandonada, en medio de un pueblo desconocido, sin decírselo a nadie?
Miyu se mordió el labio, sin responder de inmediato. Pero yo no había terminado.
—No podía —soltó ella, mirándome directamente a los ojos.
—¡Eso es una estupidez! —mi voz se elevó apenas un poco, pero aquello pareció ser suficiente para ella.
Ese destello en su mirada.
Ese momento en el que su postura cambió, en el que su cuerpo se tensó.
Se asustó.
Mi voz había sido demasiado dura.
Mi estómago se encogió de inmediato.
Mierda...la siguiente persona en gritarle después de aquellos monstruos que la "cuidaban", era yo..
Cerré los ojos y respiré hondo, obligándome a calmarme. Cuando volví a abrirlos, ya no había tanta ira en mi expresión.
Suspiré y pasé una mano por mi cara, sintiéndome agotado.
—No se trata solo de ti, Miyu —dije con más calma, pero aún con firmeza—. ¿No confías en nosotros?
—No es eso...
—Entonces, ¿por qué actúas como si estuvieras sola?
—No quise preocuparos... —susurró.
—Miyu... —mi voz ya no sonaba tan dura, aunque seguía habiendo firmeza en ella—. Si algo es importante para ti, también es importante para mi.
Ella no discutió. Simplemente asintió y caminó a mi lado en silencio.
—Vámonos - sentencié.
El día siguiente en la isla, algo en Miyu cambió. No sonreía como antes, se perdía en sus pensamientos, distraída. Intenté sonsacarle el motivo, pero me evitaba.
Cuando zarpamos, nuestra relación no mejoró.
Para colmo, discutimos.
La entendía. Para ella, yo no era más que un desconocido demasiado encima suyo. Y tenía razón, pero eso no hacía que fuera más fácil para mí.
Y yo... yo intenté respetarlo.
Pero cada vez que la veía con esa mirada perdida, cada vez que notaba su cansancio, algo dentro de mí se retorcía. Entrenaba solo en la cubierta o en la torre de vigilancia, haciendo ejercicios una y otra vez con pesas, intentando liberar toda la frustración acumulada, pero no era suficiente.
No podía evitarlo.
No podía simplemente ignorar que ella estaba sufriendo y que no podía hacer nada.
Una noche, después de uno de mis entrenamientos, dejé caer las pesas al suelo y me dejé caer sobre la madera, mirando el cielo estrellado. Cerré los ojos, intentando calmar mi mente que no paraba de torturarme Protegerla y mantener mi identidad oculta era jodidamente difícil. No podía comportarme como su hermano. No podía simplemente decirle que todo iba a estar bien, porque sabía que no me creería. No podía abrazarla cuando veía que estaba mal. No podía abrazarla directamente.
Esa misma noche, mientras el barco se mecía suavemente sobre el mar y yo afilaba mis espadas sentado en la cubierta, Miyu apareció y se sentó a mi lado, abrazando sus piernas.
—Lo siento —murmuró, después de un largo silencio—No estoy pasando por un buen momento —admitió con la mirada baja—. Mi cabeza no deja de darle vueltas al pasado... y no sé qué hacer con eso.
Un dolor sordo se instaló en mi pecho.
No.
No era ella quien debía disculparse.
Era yo.
Suspiré y negué con la cabeza.
Dejé mi espada a un lado y la miré.
—Entonces dilo —dije.
—¿Decir qué?
—Que no sabes qué hacer —repetí desesperado, aunque lo oculté—. No tienes que resolverlo sola.
—No puedo contarlo —murmuró—. No aún.
No insistí más, aunque estaba deseándolo, pero tenia que aguantarme por ahora así que solo asentí, para darle espacio y me lo contara cuando a ella le pareciera mejor.
—Está bien.
Me quedé en silencio, observándola.
Y solo quedaba esperar.
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Editado: 03.04.2025