El vaivén del barco sobre las olas se volvió parte de mi rutina diaria. Después de todo lo que había pasado, necesitaba estabilidad, y la encontré en los días tranquilos que siguieron. Volví a entrenar con Zoro, retomando el ritmo que había dejado durante un día y medio por nuestra pequeña discusión. Aunque al principio hubo algo de tensión entre nosotros, poco a poco todo volvió a la normalidad. Era fácil entenderse con Zoro incluso cuando no hablábamos demasiado, cuando el sonido del acero chocando contra el aire hablaba por sí solo.
—Pensé que ya habías renunciado —bromeó él un día, mientras bloqueaba mi ataque con facilidad.
Rodé los ojos y ajusté mi postura.
—Ni en sueños.
Él soltó una risa baja y continuamos, el choque de nuestras espadas llenaba la cubierta con un ritmo constante.
Fuera del entrenamiento, empecé a pasar cada vez más tiempo con Nami, Robin y Chopper. Nami tenía un humor afilado y era divertida cuando quería serlo, Robin era una compañía tranquila e inteligente, y Chopper... bueno, era Chopper. No podía evitar sonreír cada vez que el pequeño reno se entusiasmaba con cualquier tontería. Nos gustaba sentarnos en la cubierta a charlar, disfrutando del clima mientras Sanji nos traía aperitivos con su característico entusiasmo por servirnos.
—Mademoiselle Miyu, aquí tienes —decía con una reverencia exagerada mientras me ofrecía un plato de bocadillos—. Todo hecho con amor y dedicación.
—Gracias, Sanji —respondía con una sonrisa, mientras Chopper devoraba lo que tenía delante.
Entre risas, chismes y charlas sobre todo y nada a la vez, los días pasaban más rápido de lo que esperaba.
También me divertía molestando a Law. Había descubierto que verlo fruncir el ceño o suspirar con resignación cada vez que le hacía una pregunta tonta o invadía su espacio era bastante entretenido.
—¿Por qué eres tan aburrido, Law? —le pregunté un día, apoyándome en la barandilla mientras él intentaba leer un libro.
Sin levantar la vista, solo pasó la página con calma.
—¿Por qué eres tan molesta, Miyu?
—Porque es divertido.
Él exhaló un suspiro, pero noté el pequeño tirón en la comisura de sus labios. Me encantaba fastidiarlo.
Claro que también pasaba tiempo con el resto. Luffy siempre encontraba formas de arrastrarnos a juegos absurdos, Usopp contaba historias exageradas que a veces me preguntaba si en realidad eran ciertas, Brook nos entretenía con su música y Franky siempre tenía algún proyecto entre manos que llamaba mi atención.
Todo parecía en paz, y estos momentos era cuando me planteaba si era real o si me había muerto en aquella isla en la que viví tantos años.
Hasta que llegamos a Velmara.
Desde la distancia, la isla parecía sacada de un cuento. Extensos prados verdes se extendían hasta donde alcanzaba la vista, montañas bajas rodeaban el horizonte y una gran ciudad portuaria se alzaba en el centro. Desde el barco, podía ver el bullicio del mercado, la gente yendo y viniendo, los barcos atracando y las risas que flotaban en el aire.
—Se ve como un buen lugar para abastecernos —comentó Nami, con una expresión aprobatoria.
—¡También para comer! —exclamó Luffy, con los ojos brillando de emoción.
—Dicen que es famosa por su mercado de especias —añadió Sanji.
Pero no era eso lo que capturó mi atención.
Era la gran cúpula de cristal en el centro de la ciudad.
Un edificio enorme, elegante, que parecía ser un laboratorio o una academia.
—¿Qué es ese lugar? —pregunté, sin apartar la vista.
Robin se giró hacia mí.
—Es un centro de conocimiento. Hay laboratorios, academias y una de las bibliotecas más antiguas de esta región.
Mis dedos se crisparon alrededor de la barandilla del barco.
Una biblioteca antigua.
Mi mente se encendió al instante.
El papel.
¿Y si ahí podía encontrar algo que me ayudara a descifrarlo?
Era perfecto. Tenía que ir.
Pero, por supuesto, nada es tan fácil.
Cuando bajamos al puerto, la ciudad nos recibió con los brazos abiertos. La gente de Velmara era hospitalaria y cálida, invitándonos a probar sus especialidades, a recorrer sus calles llenas de colores y aromas únicos. Me obligaron a distraerme con la emoción del momento.
Y era raro, pues lo normal era temerle a los piratas, pero a ellos no parecía importarle.
El mercado estaba lleno de puestos de especias, telas exóticas y artesanías impresionantes. Me perdí entre los olores de canela, cardamomo y otras especias que ni siquiera podía nombrar.
—Huele increíble —murmuré, mientras caminábamos por los estrechos pasillos llenos de vendedores.
Sanji estaba en su paraíso personal, comprando ingredientes con una concentración tan intensa que casi podía verlo brillar.
—Con esto podré preparar algo extraordinario —declaró, mientras cargaba bolsas llenas de especias y productos frescos.
Por otro lado, Luffy y Usopp ya habían desaparecido en alguna feria cercana, probablemente devorando todo lo que encontraban.
Yo, sin embargo, tenía otros planes.
Cuando finalmente encontré un momento de calma, me separé del grupo y me dirigí hacia el enorme edificio de la cúpula de cristal, la cual estaba prácticamente al lado.
Pero, como lo sospeché, no iba a ser tan sencillo.
Apenas intenté acercarme a la entrada, un guardia me detuvo con un gesto firme.
—Lo siento, pero la biblioteca no está abierta al público sin un permiso especial.
Fruncí el ceño.
—¿Permiso especial?
—Solo los académicos, investigadores y miembros de la comunidad científica tienen acceso —explicó sin ninguna emoción en su voz.
Sentí cómo mi esperanza se desmoronaba un poco.
—Debe haber alguna forma de entrar.
El guardia negó con la cabeza.
—No sin la autorización adecuada.
Apreté los labios, frustrada.
Me alejé con las manos en los bolsillos, intentando no patear una piedra por enojo.
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Editado: 03.04.2025