El sonido metálico de las máquinas zumbaba dentro de mi cráneo como una maldita tortura. Sentía cada músculo agarrotado, la piel fría y el cansancio estaba hundiéndose en mis huesos. A mi alrededor, Robin intentaba aguantar aunque parecía estar en su límite y Chopper y Miyu ya se habían quedado inconscientes.
Joder.
El aire olía a químicos y metal, y la tenue iluminación verdosa del laboratorio hacía que todo se sintiera más opresivo, más irreal. Las correas de kairoseki que nos mantenían sujetos a esas malditas máquinas estaban drenando nuestra energía.
Era un milagro que Robin y yo todavía estuviéramos conscientes.
Ella jadeaba pesadamente, con los ojos entrecerrados pero encendidos de determinación. Yo no estaba mucho mejor. Mi cuerpo temblaba por el esfuerzo de resistir las ondas de extracción. La sensación era como si me estuvieran arrancando algo esencial, como si mi propio ser estuviera siendo despedazado desde dentro.
Miyu y Chopper ya no respondían.
—Maldición... —gruñí entre dientes, tratando de mover siquiera un dedo.
Pero era imposible.
Desde su maldita cabina de observación, el Dr. Rhovan nos miraba con una sonrisa satisfecha, como si fuéramos meros sujetos de prueba en su retorcido experimento.
—Fascinante... —murmuró, mientras revisaba unas pantallas. Su tono era frío, profesional, completamente indiferente a lo que nos estaba haciendo.
—¡Detén esto ahora! —escupió Robin, con una voz tensa pero firme.
Rhovan alzó una ceja con interés.
—Curioso, aún tienes fuerza para hablar. Aunque no por mucho tiempo.
Apretó un botón y de inmediato sentí una nueva oleada de dolor recorrer todo mi cuerpo.
Mis dientes rechinaron por la presión, mi vista se nubló por un momento y mis músculos se contrajeron involuntariamente.
Robin dejó escapar un pequeño jadeo y vi con horror cómo intentaba usar su habilidad.
Unas pocas manos florecieron en el aire, débiles, inestables. Se extendieron temblorosas hacia Miyu y Chopper, intentando alcanzar los cables que los mantenían conectados a la máquina infernal.
—¡Idiota! —le gruñí, con la voz quebrada por el dolor. —¡Vas a acabar contigo misma!
Pero ella no se detuvo.
Robin siempre había sido fuerte, demasiado fuerte. Lo veía en su mirada, en la forma en que apretaba los labios con determinación. Estaba dispuesta a desgarrarse si eso significaba liberar a Miyu y Chopper.
Pero no lo logró.
Los científicos que operaban las máquinas parecieron notar su intento y de inmediato aumentaron la intensidad de las ondas.
Robin ahogó un grito.
Las manos que había creado desaparecieron en un instante. Su cuerpo tembló y por un momento pensé que iba a colapsar también.
Mierda.
Cerré los ojos un segundo, tratando de no perder la consciencia. Todo esto estaba mal, terriblemente mal. Nunca había sentido tanta impotencia en estos últimos años. No podía usar mi habilidad, no podía moverme, no podía hacer nada más que aguantar y ver cómo nos destruían poco a poco.
El pitido rítmico de las máquinas monitorizando nuestros signos vitales comenzó a alterarse.
Uno de los científicos miró una de las pantallas con una expresión calculadora.
—La extracción de los sujetos 3 y 4 está casi completa, Dr. Rhovan.
Robin dejó escapar un jadeo entrecortado.
—No...
Mis puños se cerraron con fuerza, aunque apenas tenía fuerzas para apretar los dedos.
No podía permitirme el lujo de caer.
Pero mi visión se nublaba, mi cuerpo ya no respondía como quería, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que realmente...
Podría ser el final...de no ser por lo que pareció una explosión.
****
El sonido de la puerta destrozándose bajo la presión de mi ataque resonó como un trueno en el interior del laboratorio. El metal se dobló y crujió como si fuera papel y los escombros volaron en todas direcciones. No me importaba nada más que entrar. Nada más que ver con mis propios ojos que mis compañeros estaban bien.
Pero no lo estaban.
Mis ojos recorrieron la escena con rapidez, y lo primero que sentí fue un frío terrible en el pecho.
Miyu estaba inconsciente.
Mis pasos retumbaron contra el suelo mientras me lanzaba hacia ella sin pensarlo, sintiendo que el corazón se me encogía con cada segundo que pasaba sin verla moverse.
—¡Miyu! —rugí, con la garganta seca.
Extendí la mano para arrancarle aquellas cosas de su cuerpo, pero entonces una voz me detuvo.
—¡No lo hagas!
Era Law.
Giré la cabeza y lo vi, apenas consciente, con el rostro torcido de dolor, los dientes apretados mientras intentaba alzar la voz con la poca energía que le quedaba.
—Si los desconectas de repente... —jadeó, respirando entrecortadamente—, puede tener consecuencias graves.
Frené mi impulso a regañadientes, sintiendo que la furia se acumulaba en mi interior como un volcán a punto de estallar.
—¿Entonces qué demonios hago? —gruñí.
—Hay que hacerlo desde la cabina —murmuró Law, con la voz apagándose—. Probablemente tengan los controles allí.
No esperé a escuchar más.
Giré sobre mis talones y me impulsé con todas mis fuerzas hacia la cabina de observación. No me importaban las alarmas que seguían sonando, ni los guardias que se interponían en mi camino. Los corté con un solo movimiento de mi espada, ni siquiera merecían que les dedicara más tiempo.
En cuanto llegué, atravesé el cristal con una de mis espadas, destrozándolo en mil pedazos y obligando a los bastardos que estaban dentro a retroceder. Casi todos huyeron en cuestión de segundos, todos excepto uno.
Mis ojos se clavaron en el hombre que se mantenía de pie, mirándome con una sonrisa calculadora.
El cabrón que dirigía todo esto.
—Vaya, vaya... —musitó, cruzándose de brazos con calma—. Así que aquí está el detonador de la mente de Miyu. Qué interesante... muy interesante.
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Editado: 03.04.2025