Desde que recuperé este papel y puedo entenderlo, no ha salido de mi mente. Ahora comprendo los símbolos. Es absurdo.
He pasado horas mirándolo sin comprender nada, intentando descifrarlo, buscando respuestas en libros, en mapas, en cualquier rincón dentro de mis posibilidades en el que pudiera encontrar una pista. Y ahora, después de todo lo que ocurrió en ese maldito laboratorio, de repente lo entiendo.
O al menos, creo entenderlo.
Porque aunque los símbolos ya no son un misterio para mí, aunque las palabras ahora tienen significado, no tienen ningún sentido juntas.
Frases dispersas.
Palabras sueltas.
Códigos sin una conexión aparente.
Nada encaja.
Resignada, doblo el papel y lo guardo en mi bolsillo por décima vez en el día. No tiene caso seguir dándole vueltas ahora. Tengo que volver con los demás antes de que alguien empiece a sospechar. Han pasado días desde la batalla, y la situación en el pueblo ha cambiado drásticamente. Cada vez hay menos aldeanos en el hospital.
Gracias a Chopper, Law y los demás médicos del pueblo, la gente se ha recuperado más rápido de lo esperado. Algunos han vuelto a sus hogares, otros han retomado sus trabajos y muchos han intentado seguir adelante con sus vidas, como si jamás hubieran sido prisioneros de ese lugar.
Como muestra de gratitud, nos han ofrecido riquezas y provisiones para nuestro viaje. Grandes sacos llenos de frutas, verduras, carne, pan recién horneado y barriles de agua potable han sido llevados hasta el barco. Además, nos han entregado oro, joyas y objetos de valor que la gente ha querido regalarnos en agradecimiento por haberlos salvado.
Luffy, por supuesto, aceptó todo sin dudarlo, encantado con la idea de un banquete en el barco.
—¡Es un tesoro del pueblo, así que lo aceptaremos con gusto! —exclamó con una gran sonrisa, mientras Nami brillaba de emoción al contar las monedas.
Los aldeanos insistieron en que era lo mínimo que podían hacer por nosotros.
Y aunque Zoro no ha dicho nada, he notado que, desde aquel día, está más protector conmigo. Es sutil. Apenas perceptible para el resto, pero yo lo noto. Se mantiene cerca de mí, asegurándose de que esté bien. No lo dice, no lo admite, pero su mirada es suficiente para confirmarlo. Es su forma silenciosa de demostrar su preocupación, ¿por qué estará tan obsesionado conmigo?
Finalmente, Luffy tomó una decisión.
—¡Nos vamos!
Se veía satisfecho con la victoria. Había peleado, había ganado y había comido hasta el cansancio. Para él, eso era suficiente. Y como siempre, su determinación marcaba el rumbo de todos. La tripulación se reunió en el puerto para despedirse de los aldeanos, quienes nos agradecieron una vez más por haber salvado su isla.
—¡No olvidaremos lo que hicieron por nosotros! —dijeron con sonrisas, mientras las velas del barco se desplegaban al viento.
Las últimas voces del pueblo se fueron apagando poco a poco, hasta que Velmara quedó atrás en el horizonte. El barco se mecía con suavidad en el mar abierto. La brisa salada revolvía mi cabello, pero no presté atención. Me alejé del resto y me tumbé en una zona retirada de la cubierta, buscando un poco de tranquilidad. Saqué el papel una vez más. Lo observé en silencio.
Las palabras estaban ahí.
Pero la verdad seguía oculta.
Suspiré, preguntándome qué demonios significaba todo esto.
****
No dormía, o al menos no lo suficiente como para llamarlo descanso. Al principio, el insomnio había sido solo una molestia, despertares repentinos sin razón aparente, pero ahora era un tormento. Cada vez que cerraba los ojos, las sombras del pasado me atrapaban y la misma pesadilla se repetía una y otra vez. El miedo me estrangulaba, la angustia quemaba mi pecho, los gritos resonaban en mi cabeza con tanta claridad que parecía real. Cada imagen era más nítida, cada sonido más fuerte y al despertar, la sensación de que todo había sucedido de nuevo me dejaba paralizada. Mis ojeras eran más notorias, sentía el cuerpo pesado, la mente nublada, incluso hablar se volvía agotador. Y todo desde que supe que mi hermano sigue vivo.
Pero lo peor de todo era la frustración. No entendía nada. Aquel anciano que me dio el papel... ¿Cómo supo tantas cosas de mí? A veces pensaba que todo había sido una broma cruel, un juego enfermizo diseñado para romperme poco a poco. Pero si era solo una mentira, ¿cómo podía saber tanto sobre mi pasado? Si no fuera por eso, probablemente ya me habría rendido.
Esa noche, no pude más. La pesadilla fue demasiado intensa. Los rostros de mis padres desfigurados por el terror, los gritos de mi hermano llamándome por mi nombre, la sangre cubriendo el suelo, el cuchillo desgarrando su piel, el sonido de la carne siendo cortada y, aquel suceso por el cual mis manos están vendadas... Abrí los ojos de golpe, jadeando. Mi respiración era errática, mi cuerpo entero temblaba, mi corazón latía tan rápido que sentía que explotaría en mi pecho. No podía seguir ahí, no podía quedarme quieta. El pánico me dominó y, sin pensarlo, salí corriendo.
No sabía a dónde iba, solo quería esconderme. Las sombras en los pasillos del barco parecían moverse, como si me acecharan. Los latidos en mis oídos eran ensordecedores. Mis piernas me llevaron hasta algún sitio oscuro, corrí hasta lo que parecía una mesa y me metí debajo. Me hice un ovillo, abrazando mis rodillas con fuerza, tapándome los oídos con las manos. No quería escuchar nada, no quería ver nada, no podía volver a dormir. Si volvía a tener esa pesadilla, si volvía a revivirlo una vez más, podría matarme.
Pasé las horas ahí, inmóvil. El tiempo dejó de tener sentido, la única constante era mi respiración errática y el miedo consumiéndome desde dentro. No sé cuánto tiempo pasó hasta que alguien entró en el lugar. Las luces se encendieron de golpe, cegándome por un instante. Escuché un jadeo de sorpresa.
—¿Pero qué...?
La voz me era familiar. Sanji.
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Editado: 03.04.2025