Fijamos nuestra vista en un solo objetivo: infiltrarnos entre los militares. Para eso, cada uno debía conseguir un uniforme. No fue difícil, cada uno ya tenía a su objetivo marcado y, en cuestión de minutos, varios cuerpos inconscientes yacían amontonados a nuestro alrededor mientras nos hacíamos con su ropa.
Sanji ya se estaba acomodando su chaqueta, Luffy y Brook hacían lo mismo, y Nami y Robin comenzaban a quitarse su ropa para ponerse los uniformes. Fue ahí cuando la escena se tornó ridícula: Sanji y Brook, apenas vieron a las chicas en ropa interior, comenzaron a sangrar por la nariz como grifos abiertos.
—¡Esa es la mejor parte de una infiltración! —exclamó Brook con lágrimas en los ojos, justo antes de recibir un golpe en la cabeza.
—¡Comportaros, idiotas! —gruñó Zoro, dándole un puñetazo a cada uno.
Las chicas solo se rieron, acostumbradas a semejantes reacciones, mientras yo me preparaba para salir a cazar mi propio uniforme. Pero antes de que pudiera moverme, Zoro apareció cargando a dos soldados inconscientes y los dejó caer frente a mí.
—Toma, te traje uno —dijo con indiferencia.
—Ah... gracias —respondí, un poco sorprendida, pero sin cuestionarlo demasiado.
Mientras los demás terminaban de vestirse, empecé a quitarle la ropa al soldado que me había traído, y cuando me dispuse a cambiarme, noté que Zoro se giraba dándome la espalda, cubriéndome para que el resto no me vea
—No pasa nada, no tengo problema —le dije con una ligera sonrisa.
—Yo sí tengo un problema con que esos pervertidos te vean en ropa interior —respondió seco, sin voltear.
No pude evitar reír por lo bajo y apresurarme a cambiarme. Una vez lista, fue él el último en vestirse. Ahora, completamente uniformados, nos infiltramos entre los soldados con un solo objetivo: liberar a tantos esclavos como fuera posible.
El plan comenzó de inmediato. Nami y Robin se movieron con naturalidad entre los militares, acercándose a un grupo de esclavos encadenados en una de las calles secundarias. Con una llave que Robin había conseguido de uno de los soldados, comenzaron a soltar las esposas de varios de ellos. Al principio, las personas parecían aterradas, sus ojos reflejaban confusión y miedo, como si no creyeran lo que estaba pasando.
—Tranquilos, estamos aquí para ayudarlos —susurró Nami, aflojando las cadenas de una mujer de cabello canoso que apenas podía sostenerse en pie.
La anciana la miró con incredulidad, llevándose una mano temblorosa a la muñeca liberada.
—¿Quiénes son ustedes? —murmuró con voz rasposa.
—Somos piratas —dijo Robin con calma—, pero no somos sus enemigos.
La mujer nos miró, luego vio a los soldados caídos a nuestro alrededor y a los otros esclavos liberándose. Su respiración se volvió entrecortada y, de repente, unas lágrimas silenciosas resbalaron por sus mejillas.
—Pensé que moriríamos aquí... —susurró.
—No hoy —aseguró Nami con una sonrisa—. Vamos, hay una salida por el muro.
Con un poco de ayuda, logramos guiar a varios esclavos hacia un hueco en la muralla que ya habíamos roto previamente. Uno a uno, fueron escapando, algunos aún con el miedo en la mirada, otros con una chispa de esperanza que hacía mucho no veían.
Todo parecía ir bien, hasta que una sensación extraña recorrió mi cuerpo.
Mi katana...
A pesar de estar oculta en su vaina y cubierta con una tela, pude sentirlo. Un pulso. Como si estuviera latiendo. Fruncí el ceño y miré a mi alrededor. Nadie parecía haberse dado cuenta, todos estaban concentrados en la misión. Pero yo... yo sentía cómo la katana vibraba con una especie de energía que nunca antes había percibido.
Tragué saliva y sin pensarlo demasiado y comencé a caminar. Mis pies se movieron solos, guiándome hacia la imponente estructura que se alzaba en el centro de la isla: la forja legendaria de la que había hablado Zoro. Cuanto más me acercaba, más fuerte se hacía esa sensación. Era como si la espada me estuviera guiando.
Tras liberar a más de una docena de esclavos, el plan parecía marchar bien... hasta que, de la manera más absurda posible, nos descubrieron. Todo ocurrió en un instante. Luffy, con su infinita confianza y su sentido de la justicia torcido, se acercó a un soldado que tenía una expresión de agotamiento y sufrimiento en el rostro.
—¡Oye, amigo! —le dijo con una sonrisa—. ¿Necesitas ayuda? Ven que te suelto las esposas.
El soldado parpadeó confundido, sin entender qué estaba pasando, y antes de que pudiera reaccionar, Luffy ya le estaba buscando las esposas en las manos, como si fuera otro esclavo, peor obviamente no tenía.
—¡Luffy, espera! —intentó detenerlo Nami, pero era demasiado tarde.
El soldado no dudó en gritar con todas sus fuerzas, alertando a los demás militares de la zona. En cuestión de segundos, el caos estalló. Las alarmas resonaron en toda la base y decenas de soldados aparecieron de la nada, rodeándonos con espadas y rifles en mano.
—¡Nos descubrieron! —gritó Brook.
—¡Luffy, eres un idiota! —vociferó Nami, golpeándolo en la cabeza.
Pero ya no había tiempo para reclamos, la batalla había comenzado. En medio del alboroto, un militar corpulento de cabello rubio y cicatrices en el rostro se fijó en Sanji con una mirada peligrosa.
—Vaya, vaya... —murmuró, lamiéndose los labios con una expresión perturbadora—. Un hombre atractivo como tú se vería mejor encadenado en mi colección personal.
Sanji se detuvo en seco, su expresión se oscureció en el acto.
—¿Qué demonios dijiste?
—Voy a llevarte conmigo, chico bonito. Siempre quise un juguete como tú.
Hubo un segundo de silencio antes de que un aura de puro enfado envolviera a Sanji. Sus músculos se tensaron y sus ojos se encendieron con una furia absoluta.
—...Eres un bastardo enfermo —susurró, su tono tan gélido que incluso yo sentí un escalofrío.
—¡Ah! ¿Estás en contra de los gays? — dijo furioso y ofendido.
#4936 en Fanfic
#19531 en Otros
#2587 en Aventura
one piece, amor adolescente drama, zoro luffy law chopper sanji
Editado: 03.04.2025