La penumbra de la habitación era tranquila, con el leve vaivén del barco meciéndome en una calma engañosa, porque mi mente estaba lejos de encontrar descanso. Miraba fijamente el techo, los pensamientos enredándose unos con otros sin dejarme un solo momento de paz. El recuerdo de lo ocurrido en la batalla seguía fresco en mi mente: la katana, las llamas azuladas, el poder que nunca antes había manifestado de esa manera. No entendía cómo había sucedido, ni por qué mi don se había fusionado con la espada, ni cómo Kuro, mi pequeño y adorable zorrito, se había transformado en aquella bestia gigantesca y feroz.
Suspiré, sintiendo el peso de tantas preguntas sin respuesta. Decidí invocar a Kuro, esperando encontrar algo de consuelo en su presencia. En un destello de energía, su forma pequeña y esponjosa apareció frente a mí, mirándome con sus ojos brillantes y curiosos. Nada de aquel ser majestuoso y temible de antes, solo el Kuro que siempre conocí, el que cabía perfectamente entre mis brazos y solía dormirse en mi regazo sin preocupaciones cuando estaba sola.
—¿Cuándo creciste tanto, eh? —le pregunté en un susurro, más para mí que para él.
Kuro ladeó la cabeza, soltando un suave sonido que a mis oídos se sintió adorable. Se acercó rápidamente, restregando su hocico contra mi mejilla y buscando caricias con impaciencia, su suave pelaje me hacía cosquillas. Solté una pequeña risa y lo acaricié, dejando que sus movimientos distraídos y juguetones me arrancaran un momento de paz.
—No tienes idea de lo increíble que fuiste, Kuro. Parecías un guardián legendario... ¿Cómo pasó eso? —susurré mientras enredaba mis dedos en su pelaje.
Kuro solo hizo un ruidito, cerrando los ojos de placer bajo mis caricias, completamente ajeno a mis pensamientos atormentados. Sonreí sin darme cuenta, jugando un poco con él, dándole pequeños toques en la nariz y observando cómo intentaba atraparlos con su patita. Momentos así me recordaban que no todo tenía que ser tan complicado.
Pero, inevitablemente, mi mente volvió al papel que se había deshecho, a la revelación de que mi hermano estaba vivo. Había pasado años sin pensar en él porque creía que no existía, que todo había quedado en un pasado distante y roto, incluso a veces pensaba si fue real o un sueño. Pero ahora... ahora no podía sacármelo de la cabeza.
¿Cómo sería él?
Tal vez alguien con la personalidad de Luffy, despreocupado, fuerte, con una risa contagiosa que hiciera imposible sentirse mal a su lado. Hubiera sido divertido tener un hermano así, alguien que con su sola presencia lograra hacer desaparecer las preocupaciones, que siempre avanzara sin dudar, como un huracán imparable. Pero Luffy tenía mi edad, era imposible que fuera él. Mi hermano tenía, al menos, dos años más que yo.
Sanji y Zoro entraban en esa edad.
Solté una risa baja ante la idea. Ojalá fuera uno de ellos. Sanji era un buen hombre, aunque pasara el día coqueteando con todas las mujeres que veía, tenía un corazón noble y siempre cuidaba de todos sin importar qué. Pero...
Mi mente se detuvo en Zoro.
Sería bonito si él fuera mi hermano.
Siempre me protege, siempre está pendiente de mí de una manera silenciosa, sin hacerlo obvio, pero yo lo noto. Y ambos compartimos la misma pasión por la espada. Vengo de una familia de espadachines y él es el mejor espadachín que conozco, con un talento y una determinación que pocos pueden igualar.
Me imaginé por un instante cómo sería si realmente fuera él. Si en lugar de ser solo mi compañero de tripulación, de batallas, fuera mi hermano. Tener a alguien como él a mi lado siempre, no solo como nakama, sino como familia de sangre.
Me gustaba la idea.
Pero era imposible.
Mi único recuerdo de mi hermano era borroso, un niño al que solía llamar "Yoyo" cuando apenas tenía cinco años. No recordaba su verdadero nombre, ni nuestro apellido, ni el nombre nuestros padres. Y aunque su cabello hubiera sido castaño, rubio o moreno quién sabe si ahora podría haber cambiado completamente, teñido de colores, rapado, cubierto de cicatrices o tatuajes. Podría ser cualquiera, en cualquier parte del mundo.
Era una búsqueda imposible.
Suspiré, pasando los dedos entre el pelaje de Kuro, dejando que el movimiento rítmico me calmara.
—Quizás algún día lo encuentre, Kuro —murmuré, cerrando los ojos mientras el sueño empezaba a arrastrarme lentamente—. Algún día...
No valía la pena seguir dándole vueltas. No ahora.
Ya habría tiempo para descubrir la verdad.
Por ahora, solo necesitaba descansar.
****
La luz del amanecer se filtraba por la ventana, y al abrir los ojos, me sorprendí sintiéndome increíblemente llena de energía. No había rastro del agotamiento del día anterior ni del peso de las dudas que habían rondado mi cabeza antes de dormir. Me incorporé en la cama, estirándome con una sonrisa. Algo en mi interior me decía que hoy sería un buen día.
Me vestí rápidamente y, guiada por el aroma del desayuno recién hecho, bajé a la cocina, donde Sanji ya estaba preparando la comida. Sin pensarlo mucho, me acerqué a ayudarle a poner la mesa.
—Mira quién se ha levantado de buen humor —comentó Sanji con una sonrisa, mientras colocaba un plato de pan recién horneado sobre la mesa.
—Sorprendente, ¿verdad? Después de todo lo de ayer, pensé que amanecería arrastrándome —dije mientras distribuía los cubiertos.
Sanji soltó una pequeña risa y me miró con curiosidad.
—Y hablando de ayer... —empezó mientras vertía café en las tazas—. ¿Cómo lo hiciste? Tu poder, la katana, ese zorro gigante... Fue impresionante.
Me detuve un momento, pensando en su pregunta. ¿Cómo lo hice? La verdad era que ni yo misma lo sabía.
—No tengo ni idea —respondí finalmente, encogiéndome de hombros—. Simplemente... sucedió.
Sanji me observó con atención, como si intentara leer en mi rostro una respuesta que ni yo tenía, pero al final simplemente sonrió.
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Editado: 03.04.2025