Nuevo Miembro En La Tripulación - Terminada

Capítulo 61

El aire fresco de la mañana no bastaba para despejar mi mente. Mi cabeza seguía atrapada en lo que había sucedido en el dormitorio de las chicas. Había estado a punto de decírselo. A punto. Pero lo arruiné. Me maldije a mí mismo mientras terminaba de asegurar mis katanas en el cinturón. Sentí el peso extra de la nueva espada, la que había recogido el día anterior. No era cualquier katana. Era idéntica a la de Miyu, y aunque no entendía el motivo, sabía que no podía ignorarlo.

Me dirigí a la cubierta, donde los demás ya estaban reunidos. La tensión en el aire era evidente. Estábamos por explorar el último segmento de la isla, la parte más misteriosa, la que tal vez escondiera respuestas. Luffy, por supuesto, estaba emocionado, sonriendo de oreja a oreja mientras balanceaba los brazos con energía.

—¡Vamos, vamos! ¡Seguro encontramos algo increíble ahí dentro! —gritó con su típica emoción, listo para saltar de la cubierta.

Nami suspiró y cruzó los brazos.

—No sabemos qué nos espera. Esta isla ha estado llena de sorpresas, y no todas han sido buenas.

Miyu se ajustó la katana a la cintura y miró la isla frente a nosotros. Su semblante era serio y concentrado.

—Tenemos que ir. Algo... algo me llama desde ahí.

Todos giramos a verla.

—¿Cómo que te llama? —preguntó Usopp con nerviosismo.

Ella frunció el ceño y llevó una mano al mango de su katana.

—No lo sé, es una sensación extraña. Como si esta espada quisiera llevarme a algún sitio.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Sentí lo mismo. Un tirón invisible que parecía empujarme hacia la isla. Pero no dije nada. No podía hacerlo. No quería que Miyu sospechara nada todavía.

—Entonces no perdamos más tiempo —dijo Robin, con esa calma que siempre la caracterizaba.

Zarpamos, siguiendo la única ruta posible hacia el último segmento de la isla. Un error, un desvío en la dirección, y terminaríamos atrapados en un mar imposible de cruzar. La tensión aumentó mientras nos acercábamos a la costa. Frente a nosotros, la tierra era árida y silenciosa. No había vegetación, ni rastros de vida. Solo un inmenso templo en el centro de la isla.

—Se dice que este lugar guarda los recuerdos perdidos de aquellos que han sido olvidados —murmuró Brook, con un tono más sombrío de lo habitual.

Un viento helado sopló, y sin darnos cuenta, todos nos pusimos en guardia.

Descendimos del barco con cautela, avanzando entre el suelo seco y resquebrajado. El templo era gigantesco, construido con piedra oscura y con inscripciones que ninguno de nosotros podía leer. La sensación de que algo nos observaba se hizo más fuerte.

—Es aquí —susurró Miyu de repente.

Se detuvo y puso una mano sobre su katana.

—La espada... quiere que entremos.

Chopper se estremeció y se abrazó a sí mismo.

—Esto no me gusta...

Pero no había otra opción. Empujamos la enorme puerta del templo y entramos. Un pasillo largo y sombrío nos recibió, con antorchas que se encendieron solas a nuestro paso.

—Qué acogedor... —murmuró Sanji con ironía.

Seguimos avanzando hasta que llegamos a una gran cámara sellada. Justo en el centro, una enorme puerta de piedra con símbolos antiguos bloqueaba nuestro camino.

Miyu dio un paso adelante, y su katana empezó a brillar con un resplandor azul.

—Esto...

Extendió la mano y, como si la llamara, la puerta se estremeció y empezó a abrirse lentamente. Un viento cálido nos envolvió, y entonces...

Apareció ella.

Una figura translúcida emergió en el centro de la habitación. Era una mujer de cabellos oscuros y ojos intensos. En su mano, sostenía una katana.

Mi respiración se detuvo.

Mis manos se fueron instintivamente a la boca, cubriéndola.

—Mamá... —susurré para mi mismo, sintiendo un nudo en la garganta.

Miyu tembló a mi lado.

—No puede ser... —dijo con la voz quebrada.

Podía verla, podía sentir su presencia. Su voz, su calidez.

—Mis hijos... —susurró el espíritu.

Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar su voz.

Tragué saliva. Un recuerdo sepultado en lo más profundo de mi mente amenazó con salir a la superficie. Aquel trágico día.

—Teníamos una vida juntos, una familia —su voz sonaba más débil—. Pero fuimos arrebatados el uno del otro.

Cerré los puños con fuerza. Mi respiración era errática. Miyu no dejaba de mirarla con los ojos abiertos de par en par, como si no pudiera creer lo que veía.

Yo lo recordaba.

Recordaba el caos.

Recordaba el miedo.

Recordaba la sangre.

Pero antes de que nuestra madre pudiera decir algo más, el suelo tembló violentamente.

Un estruendo rompió la quietud del templo, y la imagen de nuestra madre comenzó a desvanecerse.

—¡No! —gritó Miyu, intentando acercarse.

—¡Miyu, atrás! —le advertí, sujetándola por el brazo.

Pero era demasiado tarde. Con un último destello, nuestra madre desapareció en el aire.

Y varias voces resonaron en el lugar. Aunque habían pasado muchos años, aunque éramos pequeños, los reconocí al instante...los asesinos de nuestros padres.

****

Mi corazón latía con una fuerza intensa, como si quisiera salirse de mi pecho. La imagen frente a mí era irreal, imposible, pero allí estaba... mi madre.

Su cabello castaño, el mismo que yo heredé, caía en suaves ondas enmarcando su rostro. Sus ojos marrones, cálidos y profundos, me miraban con esa dulzura que aún recordaba en mis sueños. Incluso tenía aquel pequeño lunar en la mejilla, el mismo que de niña solía tocar con mis dedos mientras ella me abrazaba. Era ella. No había duda.

Temblé, incapaz de moverme. Mi garganta se cerró por la situación y mis piernas amenazaron con fallarme. ¿Cómo era posible? ¿Por qué estaba aquí? La lógica me decía que no podía ser real, pero mis ojos, mi alma, se aferraban a lo que estaba viendo.

—Mis hijos... —su voz sonó tan clara, tan viva, que un escalofrío me recorrió la espalda.




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