Nuevo Miembro En La Tripulación - Terminada

Capítulo 62

¿Qué... había... dicho? ¿Los Roronoa?

El peso de esas palabras cayó sobre mí como un martillazo. Mi mente se quedó en blanco y un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras intentaba procesarlo. Mis ojos se abrieron con una mezcla de terror y desconcierto.

Mi rostro debía estar reflejando todo el pánico que sentía, porque lo notaron.

—¡No! ...¡Yo...! —La voz de Zoro temblaba y las lágrimas seguían rodando por su rostro, brillando bajo la tenue luz de la cámara en la que estábamos.

—Oh... —El hombre que nos había atrapado en esta pesadilla rio con burla—. ¿Ah? Ah, esto es muy divertido, o sea que ella no recuerda...Pobre pequeña... —Su tono era burlón, cruel, saboreando cada palabra—. Esto es mucho mejor de lo que esperaba.

Sentí su mano tocar mi cabeza con fingida dulzura.

Mi piel se erizó.

—¡No la toques! —rugió Zoro con una furia que jamás le había escuchado antes.

—No soy yo quien la está ahogando.

Sus palabras fueron como una daga.

Zoro...

Los gritos de mis nakamas retumbaron a mi alrededor.

—¡Para! ¡Para!

—¡Haz que pare!

—¡Suéltala! ¡No!

Las voces comenzaron a volverse un eco distante, como si estuviera bajo el agua, atrapada en la profundidad de algo que no podía comprender.

Pero la voz de Zoro...Esa la escuchaba con claridad.

—¡Miyu! ¡¡No!! ¡¡Por favor!!

¿Por qué sonaba así? ¿Por qué estaba desesperado? Era él quien me estaba sujetando. Era su brazo el que se había convertido en una soga, robándome el aire, impidiendo que pudiera gritar o defenderme.

—¡Suéltala, pedazo de mierda! —Zoro gritó con rabia, pero también con un terror indescriptible, como si estuviera tan perdido como yo.

Podía sentirlo. Su desesperación, su impotencia. ¿No era él quien controlaba su cuerpo? ¿Acaso estaba siendo manipulado? Podría ser, pero no importaba. Ya no importaba nada.

El aire dejó de entrar en mis pulmones. La presión en mi garganta se hizo insoportable. Mis párpados comenzaron a cerrarse. No podía más.

El sufrimiento... la lucha... todo se volvió distante. Y de repente, la oscuridad se desvaneció. El dolor desapareció. El frío se disipó. Un aroma familiar me envolvió y, cuando abrí los ojos, me encontré en un campo de flores moradas. La brisa cálida acariciaba mi piel y el sol brillaba en lo alto del cielo.

Conocía este lugar. Era nuestro sitio. Aquel campo en el que solíamos pasear juntos, mi familia y yo. Mis pies se hundieron en la hierba y el viento mecía los pétalos de las flores con suavidad. Todo era tan sereno, tan hermoso, que por un momento olvidé que hacía solo un segundo estaba muriendo.

—¡Miyu!

Esa voz... Me giré y vi una figura corriendo hacia mí.

Mi madre. Su sonrisa resplandecía y sus brazos se abrieron para recibirme. Corrí hacia ella sin dudarlo. Me envolvió en su abrazo y sentí su calidez, su amor, su protección.

—Pensé que te habías perdido —susurró mientras me acariciaba la mejilla con dulzura—. No te vuelvas a alejar de mí, ¿vale?

Su voz era tan real, tan llena de amor, que mi corazón se encogió.

—Vamos, papá y tu hermanito nos están esperando para seguir jugando —dijo, extendiéndome la mano con ternura.

No dudé en tomarla. Era pequeña. Mis dedos eran diminutos en comparación con los suyos. Miré mis manos y me di cuenta de que algo había cambiado.

Mi cuerpo... Era el de una niña. Volvía a tener cinco años.

Pocos pasos más adelante, entre el mar de flores, un cabello verdoso sobresalía. Lo reconocí al instante. Era igual que el pelo de papá.

Era un niño de siete años, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

—Miyu, ¿por qué te has alejado? —me preguntó, molesto, antes de darme un leve golpe en la cabeza.

Me quejé y llevé mis manos al lugar donde me había golpeado.

—¡Ah! ¡Yoyo me ha pegado!

—Zo-ro —me corrigió con fastidio—. Me llamo Zoro, no Yoyo. Ya podrías aprendértelo.

Ah...con que Zoro...todo ahora estaba teniendo mucho sentido...

Le saqué la lengua con burla mientras frotaba mi cabeza.

—No os peleéis —intervino nuestro padre con una sonrisa.

Su voz me envolvió con la misma calidez de siempre.

Corrí a sus brazos.

—¡Papá!

Me abrazó con fuerza.

—Tu hermano tiene razón, Miyu. No debes alejarte. Podría pasarte algo, y no nos lo perdonaríamos nunca.

Supe que tenía razón.

—Vale... no me separaré más —susurré contra su pecho.

Él sonrió y me revolvió el cabello.

—Bien. Ahora ve a jugar con tu hermano.

Zoro extendió su mano hacia mí.

—Vamos, Miyu. He visto unos conejos por ahí. Vamos a intentar atraparlos.

Tomé su mano sin dudarlo y corrimos juntos por el campo.

El viento nos rodeaba, los pétalos de las flores danzaban a nuestro alrededor.

Mis padres nos miraban desde la distancia, sentados sobre la hierba, disfrutando del simple placer de vernos jugar.

La risa de Zoro resonó junto a la mía mientras nos revolcábamos en el suelo.

Éramos niños otra vez.

Éramos felices.

Si esto era la muerte...No quería volver a vivir.

****

Tras ver a aquellos dos monstruos, hubo una extraña presencia que me absorbió por completo...como si quisiera apoderarse de mí, pero ahí se quedó, no hubo más de lo que sospechara.

—¡No le miréis a los ojos! —gritó Sanji.

Pero, probablemente, ya lo habíamos hecho todos y, aunque al principio no pude entender a qué se refería, segundos después lo comprendí...y de la peor forma...

—¡Zoro! ¿¡Qué haces!? —escuché aquel grito de mi capitán que llegó a estremecerme...pues...¿a qué se refería?

Al girar la cabeza...vi mi peor pesadilla...vi algo que nunca podré borrar de mi cabeza: yo estrangulando a mi propia hermana.

Aquella escoria controlaba el cuerpo cuando le mirabas a los ojos.

—Z...Zoro...¿por...qué...? —escuchar a mi hermana decir eso a duras penas...por mi culpa...empezó a matarme por dentro.




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