Nuevo Miembro En La Tripulación - Terminada

Capítulo 65

El cuerpo de Zoro yacía entre mis brazos, pesado, inmóvil, su respiración débil como el último aliento de una llama a punto de extinguirse. La sangre empapaba mis manos, cálida y pegajosa, mientras el cristal maldito seguía incrustado en su pecho, cruel testamento de la pesadilla en la que nos habían sumido. Su rostro, aunque pálido, aún conservaba esa expresión desafiante, esa testarudez que siempre había llevado como bandera, aunque con una leve sonrisa. Pero ahora... ahora su fuerza se desvanecía.

—No te atrevas... —mi voz tembló, el miedo me ahogaba—. No te atrevas a dejarme otra vez, Zoro...

Lo acomodé con cuidado en el suelo, asegurándome de que su cuerpo no sufriera más daño, mis manos temblorosas le acariciaron la cara, como si ese gesto pudiera mantenerlo con vida. Mi mente era un torbellino de emociones que ardían, y en el centro de ese caos, una única sensación dominaba todo: furia.

Una oscuridad espesa nubló mi visión mientras algo ardía en lo más profundo de mi ser. El aire se volvió denso, chispeante, cargado de energía contenida al borde de estallar. Y entonces, sentí las llamas.

Al principio fueron solo pequeñas lenguas de fuego reptando por mis brazos, recorriendo mi piel con un calor familiar, pero en un abrir y cerrar de ojos, explotaron en un resplandor azulado que envolvió todo mi cuerpo. El dolor dejó de existir, reemplazado por la pura intensidad de la transformación. Sabía lo que estaba ocurriendo, lo había sentido antes, pero nunca con tal fuerza, nunca con esta ira descontrolada que ahora se apoderaba de cada rincón de mi mente.

Desde mi interior, Kuro emergió. No como una sombra acechante, no como un murmullo en mi cabeza, sino con toda su magnificencia. Su forma titánica de tres metros de altura se alzó en medio del templo derruido, su pelaje azulado ondeando entre las llamas, sus ojos como brasas ardiendo con la misma furia que yo sentía. Sus colmillos relucieron al abrir su hocico en un rugido ensordecedor, y sus garras, afiladas como dagas, se prepararon para la masacre que estaba por venir.

Desenvainé mi katana con un chasquido, su hoja reflejando las llamas azules que ahora danzaban en mis ojos. Todo mi ser se había convertido en un arma de destrucción, y aquellos monstruos... aquellos bastardos que nos habían arrebatado tanto... pagarían con cada gota de su sangre.

La batalla estalló con la violencia de una tormenta.

Los monstruos rugieron, pero no era miedo lo que reflejaban sus ojos, sino la misma crueldad de siempre. Uno de ellos ya estaba al borde de la muerte, herido gravemente por los ataques de Zoro, su cuerpo marcado por profundos cortes, su respiración entrecortada. Pero eso no era suficiente. No hasta que su existencia fuera borrada por completo.

Me lancé sobre él con la velocidad de un relámpago, mi katana rasgando el aire antes de hundirse en su carne con un sonido húmedo y satisfactorio. Kuro atacó al otro, su enorme cuerpo moviéndose con la agilidad de un depredador experimentado, desgarrando carne, rompiendo huesos, arrancando gritos que resonaban como música en mis oídos.

Gritos.

Gritos de dolor.

Gritos de desesperación.

Los mismos gritos que tantas veces había imaginado cuando recordaba la noche en la que mis padres fueron asesinados. Ahora, los verdugos estaban en el otro extremo de la espada. Ahora, eran ellos quienes suplicaban.

No me detendría.

Los espadazos caían como una lluvia implacable, cada corte abriendo nuevas heridas, cada movimiento cargado con el peso de todo el odio y sufrimiento acumulado en mi alma. Kuro se movía a mi lado, una sombra letal que despedazaba sin piedad, sus fauces cerrándose sobre la carne, sus zarpas arrancando miembros con una facilidad aterradora.

Nada más existía.

No sentía el dolor de los golpes que lograban alcanzarme, no percibía el polvo y los escombros cayendo a mi alrededor, pude ver a mis compañeros retirándose del templo, poniéndose a salvo. Ahora si que no tenía que contenerme, ahora solo veía rojo. Solo veía la venganza convirtiéndose en realidad frente a mis ojos.

Mi cuerpo se movía sin que mi mente lo guiara, impulsado solo por la furia y la necesidad de acabar con cada pedazo de esas criaturas hasta que no quedara nada reconocible de ellos. Mi katana ardía como una extensión de mi alma, cortando, perforando, quemando.

Ellos gritaron.

Ellos sufrieron.

Y yo... disfruté cada segundo.

El templo tembló con la magnitud del combate. Las paredes crujieron, las vigas se partieron, los cimientos cedieron bajo la presión de nuestra batalla. Pedazos del techo comenzaron a derrumbarse, columnas enteras se vinieron abajo, reduciendo el lugar a un campo de ruinas y cenizas. Pero yo no me detenía.

Sentí el crujido de los huesos bajo mi hoja.

Sentí la calidez de la sangre bañando mi piel.

Sentí la carne desgarrarse bajo mis manos.

No paré.

No hasta que sus voces dejaron de escucharse.

No hasta que sus cuerpos quedaron reducidos a retazos inservibles de carne carbonizada.

No hasta que la última respiración escapó de sus labios podridos.

Solo cuando el silencio reinó nuevamente, mis piernas cedieron y mi cuerpo se desplomó contra los escombros, las llamas que me envolvían comenzando a extinguirse poco a poco. Kuro se mantuvo erguido unos segundos más con sus ojos brillando en la penumbra antes de desvanecerse en la nada, como una sombra disipándose en la brisa.

Mi katana cayó de mis manos con un sonido metálico.

Mi vista se nubló.

Mi cabeza se volvió un torbellino de imágenes borrosas.

Y entonces, la oscuridad me reclamó, arrastrándome al olvido.

¡Hasta aquí el capítulo de hoy!

Espero que lo hayáis disfrutado muchísimo!

Mil gracias por el apoyo~

SPAM:

AUTORA DE: Kaori, la esfera mágica.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.