Nuevo Miembro En La Tripulación - Terminada

Capítulo 67

Mi vista era completamente borrosa. No podía ver nada... nada, salvo una luz brillante que titilaba en la distancia. Normalmente dicen que no debes seguir la luz, pero ignoré el pensamiento que rondaba mi cabeza y me dejé llevar.

Avancé sin prisa, como si mi cuerpo flotara en un espacio infinito. No sentía dolor, ni frío, ni calor, solo la extraña sensación de estar en algún lugar donde el tiempo no existía. Y entonces, cuando llegué al final de aquel resplandor, me encontré con algo inesperado. Un prado, vasto y colorido, cubierto de hierba verde y flores silvestres moradas, tal y como lo que vi cuando me desmayé en las manos de Zoro. Todo se sentía irreal, demasiado perfecto. Mi corazón, o lo que fuera que tenía en este momento, se encogió al ver una figura tumbada en medio del campo.

Avancé con cautela con mi respiración atrapada en la garganta. A medida que me acercaba, el aire se hizo más denso, más pesado, y cuando finalmente vi su rostro, mi mente se negó a aceptar lo que estaba viendo.

Zoro.

Pero no era el Zoro pequeño que recordaba y que había visto hace un rato, con su cara de travieso, con algunas tiritas pegadas en la mejilla por alguna caída tonta, con las rodillas raspadas y su ropa manchada de barro, sino el guerrero cubierto de cicatrices, con una mirada que podía cortar como una espada.

—¿Qué... qué haces aquí? —pregunté, sintiendo que mi voz apenas salía.

Zoro se reincorporó lentamente y se sentó en la hierba. Yo me senté a su lado sin siquiera pensarlo. Cuando sentí sus brazos rodeándome y su cabeza apoyarse en mi hombro, un escalofrío recorrió mi cuerpo.

—Si hubiera sabido que la muerte era así de bonita, tal vez no me hubiera importado morir antes —susurró con una voz tan serena que me aterrorizó.

Muerte.

Esa palabra me golpeó con fuerza, arrancándome el aliento. Así que esto era... el final.

—¿Qué haces aquí? —repetí, mi voz temblorosa, incapaz de procesar la idea de que él estuviera en el mismo lugar que yo.

Zoro exhaló despacio, su tono seguía tranquilo, pero había una sombra en sus ojos cuando respondió:

—Lo mismo que tú. Ambos estamos en la enfermería de Chopper. Supongo que nuestros corazones dejaron de latir.

Mis labios se entreabrieron, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta. A través del rabillo del ojo, vi una lágrima deslizarse por su rostro, brillando bajo la luz dorada del prado.

—¿El tuyo... también? —murmuré, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a nublar mi propia visión. No me molesté en ocultarlas.

Zoro se giró hacia mí y con el pulgar limpió una de mis lágrimas antes de tomarme en un abrazo más fuerte, ocultando mi rostro en su clavícula mientras sus dedos acariciaban mi cabello con ternura.

—Sí —susurró.

Mi cuerpo se estremeció y me aferré a él, sintiendo cómo temblaba ligeramente. No sabía cuánto tiempo pasamos así, abrazándonos en aquel mundo entre la vida y la muerte. Pero pronto, mis párpados comenzaron a pesar.

—No te duermas —me pidió en un murmullo, apartando con suavidad un mechón de mi rostro.

Yo negué con la cabeza, mis ojos clavados en los suyos.

—Tenemos que aguantar lo máximo posible, Kiki —pronunció con un tono cálido, casi paternal.

Kiki...claro, yo le llamaba Yoyo porque no sabía pronunciar su nombre y el me llamaba Kiki a modo cariñoso, ya que mi nombre real era Miyuki, ahora lo recordaba.

—¿Por qué? —pregunté, sin entender.

Si ya estábamos muertos... ¿qué sentido tenía luchar?

Zoro sonrió con dulzura.

—Porque vendrán a salvarnos.

Mi mente trató de procesar sus palabras. ¿Cómo era eso posible? Debió notarlo en mi expresión porque su sonrisa se amplió.

—¿Cómo nos van a salvar? —pregunté, pero antes de terminar la frase, sentí algo tirando de mi brazo.

Mis ojos se abrieron de golpe.

—¿Qué...?

—Nos vemos en breve —dijo con tranquilidad, justo antes de desaparecer ante mis ojos.

—¡Zoro! ¡Zoro! —grité, tratando de aferrarme a él, pero fue inútil. Todo a mi alrededor se oscureció.

Cuando abrí los ojos de nuevo, me sentí abrumada por la confusión. La luz me cegó y mi cuerpo entero se sintió pesado, adolorido. El sonido de mi propia respiración fue lo primero que escuché, seguido de voces lejanas.

Mi mente tardó en reaccionar.

El prado. Zoro.

—¡Zoro! —grité mientras me incorporaba de golpe, solo para ser recibida por un dolor punzante en el abdomen que me obligó a jadear.

—Miyu—escuché la voz de Chopper, pero la ignoré.

—Con cuidado, Kiki, te harás daño.

Esa voz...

El aire se atascó en mis pulmones. Miré a un lado y ahí estaba él.

No pensé, no razoné. Simplemente salté de la camilla y me abalancé sobre él, ignorando el dolor en mi cuerpo.

—¡Ay! —se quejó, pero no intentó detenerme. En cambio, me abrazó con más fuerza, su cuerpo cálido, su respiración temblorosa.

—Ha pasado tanto tiempo... tantos años... —susurró, y cuando me separé un poco, vi las lágrimas en su rostro.

Abrí la boca para responder, pero una voz nos interrumpió.

—¡Miyu! —gritó Law— ¿¡Qué estás haciendo!?

—Es mejor que vuelvas a tu camilla antes de que el mapache o el cirujano te amarre a ella —susurró Zoro con gracia.

Regresé a mi cama a regañadientes, viéndolo limpiarse las lágrimas mientras soltaba una pequeña risa.

—¿¡Tú sabes lo difícil que ha sido!? —gritaba Chopper, llorando.

Yo aún no entendía la situación.

—¡Estúpido Marimo! —apareció Sanji, pateando la puerta con furia. Se lanzó sobre Zoro y lo agarró del vendaje del pecho.

—¿¡Cómo se te ocurre hacer eso!? —vociferó, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas.

Zoro estaba tan sorprendido como yo.

—¿¡Con quién me voy a pelear si te vas de esta forma!? —Sanji apretó la mandíbula con su voz quebrándose levemente.

—¡Sanji! ¡Suelta a mi paciente! —gritó Chopper.

Sanji se apartó de Zoro con un suspiro pesado antes de volverse hacia mí.




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