Nuevo Miembro En La Tripulación - Terminada

Capítulo 68

Pasaron un par de días en la enfermería bajo los constantes cuidados de Chopper y las revisiones minuciosas de Law. Sanji se encargaba de llevarles todas las comidas, asegurándose de que no les faltara nada, y ellos pasaban las horas descansando y poniéndose al día. Había tantas cosas que contar, tantos momentos perdidos que necesitaban recuperar. Miyu escuchaba con atención cada palabra de su hermano, absorbiendo todo lo que le explicaba sobre su familia, cosas que ella, por ser pequeña en aquel entonces, jamás había aprendido o notado. Descubrió que pertenecían al clan Roronoa, que su padre, Arashi Roronoa, había sido el jefe del clan, y que su madre, Hanae Roronoa era la boticaria del pueblo, incluso antes de casarse. Recordó cómo la gente solía visitarla en busca de remedios para sus dolencias, y cómo de niña se ponía celosa cuando su madre tenía que atender a otros en lugar de pasar tiempo con ella. Siempre era Zoro quien la distraía, llevándola al jardín a jugar o enseñándole las técnicas nuevas que había aprendido de su padre.

Después de hablar sobre su familia, la conversación cambió hacia algo aún más misterioso: la aparición de su madre en el templo. ¿Por qué estaba ella allí? Zoro le explicó que aquella isla no era cualquier lugar, sino la legendaria Isla de los Clanes, un sitio donde se reunían los jefes de cada uno y, al parecer, donde habían enterrado a sus padres. Miyu asintió con comprensión y, con un dejo de nostalgia en la voz, preguntó si deberían ir a llevarles flores y limpiar sus lápidas. Su hermano, sin dudarlo, estuvo de acuerdo.

Luego, la conversación tomó un rumbo más sombrío cuando comenzaron a hablar sobre el pasado de Zoro. Aunque él parecía nervioso al principio, ella lo escuchó con una sonrisa tranquila, sin juzgarlo, solo queriendo entender. Le dijo que había sido valiente, que aquellos piratas eran personas de mal corazón y que, aunque matar nunca está bien, ellos también eran asesinos, ladrones y gente que atacaba a inocentes. Lo que él hizo no solo había sido una cuestión de supervivencia, sino que, en cierto modo, había salvado a muchos futuros poblados de saqueos y muertes. Zoro sintió un nudo en el pecho. Siempre había temido el momento en que Miyu supiera de esa parte de su pasado, pero ella lo veía desde otra perspectiva, incluso lo consideraba algo bueno porque significaba que el mundo estaba un poco más limpio de esa clase de personas.

Cuando ambos se recuperaron lo suficiente y Chopper junto a Law les dieron el visto bueno, salieron de la enfermería. Se pusieron la ropa más formal que tenían y bajaron del barco. Zoro, ahora que ya no había secretos entre ellos, no ocultó en lo más mínimo su instinto de protección hacia Miyu. Caminaban juntos, recogiendo las flores más bonitas y las hojas más frescas que encontraban en el camino, hasta que finalmente llegaron al templo.

Para sorpresa de Zoro, el lugar estaba en un estado completamente distinto al que recordaba. Giró la cabeza hacia su hermana con incredulidad.

—¿Esto lo hiciste tú? —preguntó con asombro.

Ella se rascó la cabeza, algo avergonzada.

—Creo que se me fue un poco de las manos —murmuró.

Zoro la observó en silencio y sus ojos se posaron en sus manos. Durante esos días, no había llevado sus vendas y, sorprendentemente, nadie había dicho nada al respecto ni la había mirado raro. Agradecía ese pequeño gesto, ese respeto hacia ella. Sin embargo, ahora su expresión se ensombreció.

—Justo cuando descubrí que eras mi hermano, te quedaste inconsciente, lleno de sangre... por mi culpa.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero Zoro se inclinó y le besó la cabeza con suavidad.

—Estoy bien —le aseguró—. No fue tu culpa. Te estaban manipulando.

Miyu apretó los labios con frustración.

—Entonces perdí el control —confesó—. Con la katana, con Kuro, con mi poder de las llamas azules... lo destrocé todo.

Zoro la miró con orgullo. No solo porque su hermana era fuerte, sino porque, a pesar de todo, su corazón seguía siendo puro. Ambos comenzaron a apartar los destrozos, y por suerte, las estatuas bajo las cuales descansaban sus padres estaban intactas. Con un cubo, un trapo y agua que habían traído del barco, limpiaron el lugar con esmero, dejando todo en orden antes de colocar las flores.

Se arrodillaron frente a las lápidas y juntaron sus palmas, cerrando los ojos para rezar en silencio las plegarias tradicionales japonesas.

Cuando los abrieron de nuevo, su corazón casi se detuvo.

Frente a ellos, con expresiones serenas y cálidas, estaban sus padres.

Miyu se llevó las manos a la boca, conteniendo un sollozo, mientras que Zoro, con una expresión de asombro y emoción, se cubría el ojo con la cicatriz.

—Habéis crecido tanto... y estáis juntos —dijo su madre con ternura.

—Es un honor veros —añadió su padre con orgullo—. Y veo que ambos tenéis las gemelas carmesí.

Zoro y Miyu miraron automáticamente los mangos de sus katanas.

—Mandé a hacer esas espadas para vosotros—continuó su padre—. Eran un regalo para cuando cumplierais diez y doce años, pero... no pudimos estar ahí cuando eso pasó.

Las lágrimas amenazaban con desbordarse.

—Me alegra que las espadas hayan encontrado a sus dueños —prosiguió con suavidad—. Ha sido un camino difícil para todos, pero ya se ha terminado.

Su madre sonrió con dulzura.

—Esas katanas son parte de nosotros —dijo—. Pusimos nuestra esencia en ellas, y cuando logren dominarlas por completo, descubrirán su verdadero poder.

Miyu y Zoro asintieron, sin palabras.

—Mientras tanto, cuidaros y protegeros el uno al otro —pidió su madre—. Y no os peleeis.

Miyu no pudo evitar sonreír entre lágrimas. Su madre siempre les repetía eso cuando eran niños, pues aunque solían fastidiarse el uno al otro, en el fondo, su relación siempre había sido fuerte y buena.

—Los estaremos observando —añadió su padre—. Habéis encontrado compañeros de buen corazón. No os separéis de ellos.




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