La lluvia en Inglaterra caía como siempre: fina, persistente, como si nunca fuera a terminar. Toru caminaba apurado, encogido dentro de su abrigo para que sus apuntes no se mojaran. Acababa de salir de su última clase y solo le quedaba volver a la residencia estudiantil. Los autos se reflejaban en los charcos y pasaban con frecuencia, levantando agua a los costados. Tenía demasiado frío; no estaba pronosticado lluvia para ese día y el clima empeoraba a cada paso mientras cruzaba el campus casi vacío. Al llegar a la residencia, escuchó murmullo y se asomó con curiosidad. Un grupo de estudiantes adultos miraba las noticias y comentaba entre ellos.
—¿Otro más? Ya es la cuarta vez en el día…
—¿Qué estará ocurriendo? Ya son miles de desaparecidos y nadie tiene una explicación.
Toru sintió un escalofrío y se acercó a ver mejor la televisión.
“Se han registrado más de 340 desaparecidos en los últimos dos días.”
“Lo único que se sabe hasta ahora es que todos tienen en común una tormenta fugaz que aparece y desaparece con personas.”
Toru retrocedió y volvió a dirigirse hacia su habitación, apurado para poder estudiar; no podía desperdiciar tiempo ya que debía sacar buenas notas o, si no, perdería la beca de la universidad. Subió las escaleras con pasos rápidos; lo único que tenía en mente era llegar y encerrarse, pero entonces, como todos los días… la vio.
Ella.
Sentada en el pasillo, con la espalda apoyada en la pared, leyendo un libro. Él intentó pasar de largo, como si no la hubiera visto. Como si no la extrañara…
—¿En serio? —dijo ella sin levantar la vista.
—¿Otra vez me vas a ignorar? —seguía sin levantar la mirada.
El ambiente se volvió tenso. Toru intentó evadirla.
—Estoy realmente ocupado, lo siento —murmuró Toru, aunque fue lo suficientemente fuerte como para que Asami lo escuchara.
—¿Ocupado, sí? —respondió ella con un tono sarcástico.
Toru ignoró el comentario y se dirigió hacia su habitación.
Cuando Toru giró la llave de su habitación, el clic metálico sonó más fuerte de lo normal, o tal vez era su propio pulso retumbando en sus oídos. Entró y cerró la puerta detrás de él, y se acercó a su escritorio dejando sus apuntes sobre este, soltando un pequeño suspiro cansado. Tenía que estudiar, sí, pero la presencia de Asami verdaderamente lo había dejado desconcertado. Se sentó frente al escritorio, tratando de obligarse a estudiar mientras la imagen de ella en el pasillo seguía rondando por su cabeza.
¿Por qué tenía que afectarle tanto? ¿Por qué ella, justamente ella?
Toru apretó su lápiz entre los dedos, sintiendo cómo la frustración le recorría los brazos. No quería pensar en ella, no ahora. No sabiendo que tenía tanto por perder si llegaba a bajar siquiera un poco el ritmo.
Pero su mente insistía.
Recordó la manera en que Asami ni siquiera lo miró para reprocharlo. Recordó su tono seco, apagado.
Respiró hondo, intentando despejar su mente. Pasó página de su cuaderno e intentó mantener la concentración, pero…
Nada.
Su vista recorría las líneas de texto, a pesar de que no podía retener ni una palabra.
—Concéntrate… —murmuró para sí mismo mientras apoyaba los codos sobre el escritorio y apoyaba su cabeza sobre su mano.
El silencio de la habitación y la lluvia vista desde la ventana, que empezaba a aligerarse, no ayudaban en nada.
Ya rendido, dejó su lápiz sobre el escritorio y se inclinó hacia atrás en la silla, dejando caer su cabeza sobre el respaldo.
Realmente no podía seguir así. No iba a avanzar ni una página si su mente seguía estancada en el pasillo… o en ella.
No podía seguir así, se dijo a sí mismo; debía despejar su mente.
Se levantó de la silla, miró hacia la ventana.
La lluvia ya parecía acabar; se había vuelto tan fina. Entonces se le ocurrió salir a comprar algo para comer y así, de paso, despejar un poco su mente.
Se dirigió a la puerta, tomó un paraguas que estaba al costado de esta, abrió la puerta, soltó un suspiro y salió de su habitación. Miró al pasillo: no había nadie; al parecer Asami ya se había ido a su habitación. Caminó por el pasillo, giró y bajó las escaleras y, de igual manera que arriba, acá también no había ni un solo rastro de vida, tan solo el televisor que seguía prendido dando un programa casual. Cruzó el living y se dirigió hacia la entrada.
Abrió el paraguas y empezó a caminar en la vereda hacia una tienda cercana. Miraba los pájaros sobre las ramas de los árboles esperando que cesara la lluvia para poder cantar al sol. También estaban los autos que pasaban, no tan frecuentemente esta vez. Vio también un perro todo mojado jugando debajo de la llovizna con los charcos, pero de repente sintió que algo no estaba bien: alrededor suyo se estaba empezando a oscurecer. Miró arriba sacando su paraguas y se percató de que, por encima de él y alrededor suyo, las nubes se tornaron tres veces más oscuras a comparación de las demás, como si un gran chubasco estuviera por caer sobre él.
De repente empezó a sentirse ligero, como si sus 81 kg pasaran a ser 5 kg. Toru recordó la noticia de la televisión y trató de mantener la compostura, pero sin duda lo que estaba pasando sonaba a lo que los medios decían:
“Se forma una gran tormenta fugaz en la cual desaparecen personas”, pensó él.
Cuando su mente volvió a tierra se percató de que no podía moverse; estaba paralizado. No sabía si era miedo o simplemente lo habían detenido en el tiempo.
De golpe, un hilo de luz cayó desde esas nubes y, con ello, una ventisca dirigida hacia él. No venía ni del sur ni del este, sino desde arriba hacia abajo, y al mismo tiempo que caía el hilo de luz, todo alrededor suyo: las gotas, el viento, la ventisca, los autos, el perro saltando sobre el agua… cada movimiento se detuvo como si el tiempo se congelara. Cuando el hilo de luz tocó el suelo, se marcó una línea que nacía y crecía desde lados contrarios de donde cayó el hilo de luz, y cuando dejaron de crecer, el suelo que los rodeaba se abrió en donde estaba la línea.
Editado: 22.11.2025