Nuevos Inicios

Dinámica Familiar

Empezar de nuevo es algo a lo que estaba acostumbrada. Toda su vida había estado pasando de una ciudad a otra, dejando amigos, recuerdos y hasta costumbres atrás. A veces le parecía que no tenía raíces en ninguna parte, pero por lo menos ya era mayor de edad, y muy pronto podría irse de la casa para empezar su propia historia. Esta vez, por fin, sería por decisión propia.

—Hija, te prometo que esta será la última mudanza, ¿sí? —Su madre la miraba con ojos de cachorrito, con esa mezcla de dulzura y culpabilidad que usaba cada vez que debían empacar y partir de nuevo.

Bellá suspiró, pero esbozó una media sonrisa. Ya estaba acostumbrada a escuchar esas palabras, al igual que estaba acostumbrada a ver cómo las promesas de estabilidad se rompían con la misma facilidad con la que se cerraban las maletas.

—Madre —sacudió la cabeza en forma burlona—. Eso lo dijiste en las últimas tres mudanzas y aquí estamos otra vez. Pero, bueno, por lo menos falta poco para mi última mudanza de verdad.

Su madre arqueó una ceja, cruzándose de brazos.

—¿Última mudanza? —preguntó con curiosidad.

Bellá sonrió con emoción contenida. Había postulado para una universidad y la habían aceptado gracias a sus calificaciones y a ciertos favores que le debían. Pronto estaría lejos, pero esta vez porque ella lo había decidido, no porque las circunstancias la obligaran.

—Sí, ya sabes... Universidad, independencia, mi propio espacio. —Se encogió de hombros, pero sus ojos brillaban con la emoción de lo que estaba por venir.

Su madre dejó las cosas que tenía en la cama y la miró con un aire nostálgico.

—Hablando de eso, mi niña... —Hizo una pausa, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras—. ¿Cuándo es que te vas?

La pregunta la tomó por sorpresa. Se giró para quedar frente a frente con su madre, tratando de descifrar en su expresión si la idea la entristecía o la aliviaba.

—Madre... —Bellá entrecerró los ojos con suspicacia—. ¿Ya me estás echando? —Se rió con suavidad, intentando quitar lo tenso de la situación.

Su madre chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

—No digas tonterías, niña. Claro que no quiero que te vayas. Pero supongo que es inevitable. —Le sonrió con tristeza y le acarició la mejilla—. Aunque suene egoísta, me gustaría que te quedaras un poco más. No sabes lo vacío que se sentirá esto sin ti.

Bellá sonrió con ternura y la abrazó por la espalda, apoyando la barbilla en su hombro.

—Tranquila, aún tienes que soportarme por tres meses más. Te prometo que me haré notar cada día. —Le guiñó un ojo, intentando aliviar la melancolía de su madre.

La mujer suspiró, recordando cada una de las veces que habían tenido que empacar y mudarse, dejando atrás más de lo que querían. Sabía que su hija tenía razón, esta vez la decisión era diferente, pero aún así no podía evitar sentir que el tiempo se le escapaba de las manos.

Estaba a punto de seguir hablando cuando la puerta se abrió de golpe y su hermano y su padre irrumpieron en la habitación.

—Oye, enana, perdón por interrumpir su maravillosa charla de despedida —dijo su hermano con una sonrisa burlona—, pero quería decirte que te conseguí una vacante en mi trabajo. Empiezas la otra semana.

Bellá alzó las cejas con sorpresa. Había aprovechado que su hermano trabajaba en la mejor empresa de la ciudad y le pidió que le consiguiera algo mientras buscaba apartamentos. Pero no esperaba que lo lograra tan rápido.

—Eso es genial. ¡Podré fastidiarte más! —exclamó con una carcajada antes de darle un leve golpe en la cabeza y salir corriendo.

—¡Ven aquí! —gritó él, persiguiéndola por la casa.

Aunque ambos tenían ya 19 años, seguían siendo los mismos mellizos que adoraban molestarse mutuamente. A pesar de los cambios que se avecinaban, esa dinámica entre ellos no cambiaría jamás. Su madre y su padre los observaron desde el umbral de la puerta con sonrisas nostálgicas. Pronto la casa sería más silenciosa, pero por ahora, querían disfrutar esos momentos en los que aún estaban todos juntos, como siempre lo habían estado.

Después de la pequeña persecución por la casa, Bellá y su hermano terminaron en la cocina, donde su padre ya estaba preparando café. Se sentaron en la mesa, aún riendo por la travesura.

—No puedo creer que en tres meses te vayas —comentó su hermano, revolviéndole el cabello—. La casa se va a sentir rara sin tu bulla constante.

—¿Bulla? —Bellá fingió indignación—. Si aquí el que hace más ruido eres tú.

Su madre se sentó junto a ellos y los miró con cariño. Aunque le dolía admitirlo, sabía que pronto vendrían los cambios.

—Vamos a hacer algo —propuso su padre, sirviendo café—. Aprovechemos estos meses al máximo. Hagamos reuniones familiares, salgamos más juntos.

—¡Sí! —dijo Bellá emocionada—. Además, tengo que buscar apartamento. Tal vez puedan ayudarme.

—Por supuesto —afirmó su madre—. Y mientras tanto, puedes empezar a trabajar con tu hermano. Te vendrá bien acostumbrarte a la rutina de adulto.

—Uf, rutina de adulto suena aburridísimo —se quejó Bellá, haciendo una mueca.

Su hermano rió.

—Créeme, lo es. Pero tiene sus ventajas.

Bellá sonrió. Sabía que le esperaba una nueva etapa en su vida, pero estaba lista. No importaba cuántas veces se hubiera mudado antes, esta vez sería diferente. Esta vez, sería realmente su decisión.

Esa noche, mientras estaba en su habitación, miró alrededor. Las paredes blancas estaban repletas de fotos y recuerdos. Cada uno representaba un pedazo de su historia, un lugar en el que había vivido. Se sentó en su cama, pensando en lo que vendría. Había pasado demasiado tiempo sintiéndose como una nómada, y ahora por fin podría construir algo propio.

A lo lejos, escuchó la risa de su hermano y el sonido de su madre tarareando en la cocina. Cerró los ojos y sonrió. Tres meses más. Solo tres meses más para atesorar esos momentos antes de que todo cambiara para siempre.




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