La semana transcurrió con rapidez. Bellá había aprovechado los días para familiarizarse con la ciudad y organizarse antes de empezar su nuevo trabajo. Su hermano, fiel a su estilo, no paraba de hacer bromas sobre lo mucho que extrañaban a la pequeña "destroza cosas", aunque en el fondo estaba claro que se sentía orgulloso de ella.
—¿Lista para tu primer día? —preguntó su hermano mientras conducía hacia la empresa donde trabajaba.
—Sí, aunque tengo un poco de nervios —admitió Bellá, ajustándose el blazer.
—Bah, será pan comido. Además, tendrás al mejor hermano del mundo cerca por si necesitas ayuda —dijo con una sonrisa orgullosa.
Bellá rodó los ojos con una sonrisa. Cuando llegaron, se sintió un poco abrumada por el tamaño del edificio. Las enormes ventanas de cristal reflejaban el cielo, y la entrada principal estaba llena de empleados que iban y venían con prisa. Su hermano la guió hasta el piso donde se encontraba su nuevo jefe.
—Aquí es —anunció él, deteniéndose frente a una puerta elegante de madera oscura—. Entra con confianza, y trata de no meter la pata en tu primer día, ¿vale?
—Gracias por la presión extra —ironizó Bellá antes de tomar aire y golpear suavemente la puerta.
—Adelante —respondió una voz desde el interior.
Cuando Bellá entró en la oficina, sintió que el tiempo se detenía. Sentado detrás de un enorme escritorio de roble, revisando unos documentos, estaba el hombre con el que se había encontrado en la tienda días atrás. Christofer. Su Christofer.
Él alzó la vista al notar su presencia y su expresión pasó de la sorpresa al reconocimiento.
—Bellá… —murmuró, dejando la pluma sobre la mesa.
Bellá parpadeó, sintiendo cómo su estómago daba un vuelco. ¿Él era su jefe? ¿El mismo hombre que la había sostenido con firmeza y la había mirado como si fuera alguien importante? Sintó una punzada de incredulidad, pero rápidamente recompuso su expresión.
—Señor Christofer… —dijo con un tono profesional, aunque su mente aún intentaba procesar la situación—. Es un placer trabajar con usted.
Él esbozó una sonrisa ladeada y se acomodó en su asiento, entrelazando las manos sobre el escritorio.
—Vaya, el placer es mío, Bellá. Parece que el destino tiene un sentido del humor interesante.
—O tal vez es solo una coincidencia —respondió ella, tratando de mantener la compostura.
—No creo en las coincidencias —murmuró él, con una mirada intensa que la hizo tragar saliva.
Antes de que el silencio se volviera incómodo, la asistente de Christofer entró en la oficina con una carpeta en la mano.
—Señor, aquí están los documentos que solicitó. Ah, y su nueva asistente ya llegó —dijo, sin notar la tensión en el ambiente.
—Sí, ya la conocía —respondió Christofer con una leve sonrisa antes de volver su atención a Bellá—. Bienvenida al equipo. Como mi asistente personal, estarás trabajando directamente conmigo, asegurándote de que mi agenda esté organizada y que todo fluya sin problemas.
Bellá asintió, tratando de ignorar el extraño cosquilleo en su pecho.
—Lo entiendo. Haré mi mejor esfuerzo.
Christofer se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos sobre el escritorio.
—No tengo dudas de ello, Bellá. Será interesante trabajar contigo.
Y con esa simple frase, supo que su primer día de trabajo iba a ser mucho más complicado de lo que había imaginado.
A medida que pasaban los días, Bellá comenzó a adaptarse a su nuevo trabajo. Sin embargo, trabajar con Christofer no era tan sencillo. Cada interacción con él estaba cargada de una tensión electrizante que la hacía sentir vulnerable y desafiada al mismo tiempo.
El segundo día, Christofer la invitó a una reunión con un cliente importante. Durante la junta, Bellá notó cómo él la observaba de reojo, evaluando cada uno de sus movimientos. A pesar de sus nervios, logró mantenerse firme y responder con profesionalismo. Al final de la reunión, Christofer se acercó a ella y le susurró al oído:
—Me has sorprendido, Bellá. Pero no te relajes demasiado, esto apenas comienza.
A partir de ese momento, su relación se volvió un juego de provocaciones sutiles y miradas cargadas de significado. Cada día, Christofer encontraba la manera de desafiarla, ya fuera con un comentario, un roce accidental o una sonrisa que parecía ocultar un sinfín de intenciones.
Bellá, lejos de amedrentarse, decidió responder con la misma intensidad. Se aseguraba de demostrarle que podía estar a su altura, que no se dejaría intimidar fácilmente. Pero, en el fondo, sabía que ese juego tenía un límite peligroso, uno que no estaba segura de querer cruzar.