Aquí tienes el texto con los errores ortográficos corregidos:
El enfrentamiento entre Bellá y Christofer alcanzó un nuevo nivel. La tensión entre ellos se volvía cada vez más evidente, una batalla no solo de inteligencia y profesionalismo, sino también de voluntades y emociones reprimidas.
A la mañana siguiente, Bellá llegó a la oficina con su característico aire de seguridad. Sus tacones resonaban en el suelo de mármol mientras caminaba hacia su escritorio, lista para un nuevo día de desafíos.
—Buenos días, señor Christofer —saludó con una ligera sonrisa, colocándole sobre el escritorio su agenda del día.
Él la miró con una mezcla de fascinación y sospecha. Había aprendido a no subestimarla.
—Buenos días, Bellá. Veo que estás de buen humor.
Ella inclinó la cabeza levemente.
—Siempre lo estoy. ¿Algo en particular que necesite de mí hoy?
Christofer apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó las manos. Su mirada oscura recorría a Bellá con una intensidad que casi hacía que el aire se espesara.
—Sí. Necesito que me acompañes a una cena de negocios. Será con mi familia, pero también con inversionistas clave. Así que vístete acorde.
Bellá alzó una ceja, sin inmutarse.
—¿Una cena con su familia? ¿Desde cuándo mi rol de asistente incluye reuniones familiares?
—Desde que eres la persona en quien más confío para negociar conmigo —respondió él con tranquilidad.
Ella contuvo una sonrisa de satisfacción. Sabía que se había ganado su respeto, pero no dejaría que eso le diera una ventaja fácil.
—Muy bien, señor Christofer. Estaré lista a la hora indicada.
Más tarde, cuando llegó la hora de la cena, Bellá se presentó con un vestido negro elegante, sofisticado pero sin ser excesivo. Cuando Christofer la vio, sus labios se curvaron en una sonrisa aprobatoria.
—Definitivamente sabes cómo hacer una entrada.
Bellá le dedicó una mirada firme.
—Solo hago mi trabajo.
La cena transcurrió en un lujoso salón privado de un prestigioso restaurante. La familia de Christofer, junto con algunos socios importantes, ya estaban presentes. Al sentarse a la mesa, las miradas curiosas de los familiares de Christofer se posaron en Bellá.
—¿Y tú quién eres? —preguntó su hermano con una sonrisa divertida.
—Soy su asistente —respondió ella con naturalidad.
—Oh, vamos, no seas tímido, hermano. ¿Cuándo piensas casarte? Mamá ya está preocupada —bromeó su hermano, ignorando por completo a Bellá y a la vez provocando risas entre los presentes.
—Sí, Christofer, ya es hora de que sientes cabeza —agregó otro familiar con una sonrisa pícara—. No puedes quedarte soltero para siempre.
El hermano de Christofer miró a Bellá con una expresión juguetona.
—¿Y tú qué opinas, Bellá? ¿Podrías soportar el carácter de mi hermano todos los días?
Bellá, sin perder la compostura, le devolvió la sonrisa con astucia.
—No sé, parece que ustedes son los que más sufren su carácter. Quizás debería preguntarles a ustedes primero.
Las risas estallaron en la mesa, pero Christofer entrecerró los ojos, divertido. Antes de que la conversación se desviara más, él carraspeó y esbozó una sonrisa segura.
—Muy pronto —respondió con aparente seguridad, antes de tomar la mano de Bellá y entrelazar sus dedos con los de ella—. De hecho, quiero presentarles a mi prometida.
Bellá sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Abrió los ojos levemente sorprendida, pero no dejó que el desconcierto se reflejara en su rostro. En su lugar, apretó la mano de Christofer con una leve sonrisa.
—Es un placer conocerlos —dijo con un tono sereno, aunque su mente trabajaba a toda velocidad.
El hermano de Christofer alzó las cejas, sorprendido y claramente entretenido.
—Vaya, Christofer, ¿nos lo ocultaste todo este tiempo? Y con razón, es impresionante.
—Más bien, tal vez fue Bellá quien lo convenció —agregó otro familiar—. Debe tener una paciencia de oro.
Antes de que Bellá pudiera responder, Christofer soltó una leve risa y la miró con intensidad.
—Créeme, ella puede manejarme mejor que cualquiera de ustedes.
Las felicitaciones y los brindis no se hicieron esperar. Bellá se mantuvo serena, siguiendo el juego de Christofer, pero sabía que después tendrían que hablar seriamente.
Cuando la cena terminó y se encontraron a solas en el auto, ella rompió el silencio.
—¿Prometida? —repitió con ironía, cruzándose de brazos.
Christofer suspiró, apoyando la cabeza en el asiento.
—Era la única forma de salir de ahí sin más presión. Pero escucha, podemos aprovechar esto. Casémonos por seis meses. A cambio, recibirás una gran suma de dinero por tu tiempo.
Bellá lo miró con una mezcla de incredulidad y diversión.
—¿Me estás proponiendo un matrimonio por contrato?
—Exactamente. Es un trato de negocios —confirmó él—. Ambos ganamos.
Ella lo miró fijamente, calibrando la propuesta. Podía ver la lógica detrás de su razonamiento, pero también sabía que esto complicaría las cosas.
—¿Cuánto tiempo durará este contrato? —con un tono de aceptación.
—Por lo menos unos seis meses —dijo él, recargado en el asiento sin mirarla—. Tiempo suficiente como para fingir ser la pareja más maravillosa y en el quinto mes una pelea que genere nuestro divorcio.
—¿Y qué esperas de mí durante esos seis meses? —preguntó con calma.
Christofer sonrió con astucia.
—Que mantengamos las apariencias. Que convenzas a todos de que realmente somos una pareja. Yo, a cambio, garantizaré que tengas todo lo que necesites.
Bellá tamborileó los dedos en su pierna. No era una propuesta descabellada. Pero también era un juego peligroso.
—Si acepto, necesito mis propios términos —advirtió—. No quiero que mi vida profesional se vea afectada. Y quiero una cláusula de salida, por si esto se complica.
Él asintió, sin perder la calma.
—De acuerdo. Redactaremos un contrato con todos los detalles. Nada de sentimientos, solo un negocio.