Nuevos Inicios

Casita De Verdad?

La reunión con los padres de ambos novios estaba en marcha. La cena se llevaba a cabo en un restaurante exclusivo, reservado solo para la ocasión. La mesa estaba elegantemente dispuesta con copas de vino y platos refinados, pero Bellá apenas podía concentrarse en la comida. Sabía que estas reuniones eran necesarias para mantener la farsa, pero eso no significaba que fueran fáciles.

—Entonces —dijo la madre de Christofer con una sonrisa cálida—, ¿dónde quedará la casa que han comprado?

Bellá parpadeó, confundida.

—¿Casa? —repitió, sin entender.

Los padres de Christofer intercambiaron miradas, pensando que tal vez era una sorpresa que su hijo le había preparado. Christofer, con una tranquilidad estudiada, sacó su teléfono y deslizó la pantalla hasta llegar a unas imágenes.

—Sí, nuestra casa. Es mi regalo de bodas para ti —dijo, girando el teléfono para mostrárselo.

Bellá sintió cómo su respiración se detenía. En la pantalla había fotos de una hermosa casa de dos pisos, con ventanales amplios, un jardín espacioso y una fachada que le resultaba terriblemente familiar. Sintió un nudo formarse en su garganta mientras miraba la imagen con incredulidad.

Algo en su pecho se apretó y, sin previo aviso, lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

Los presentes se quedaron en silencio. Bellá, al notar lo que estaba ocurriendo, se asustó. No lloraba. No delante de otros. Se levantó abruptamente de la mesa y salió del restaurante sin mirar atrás.

—Bellá —murmuró Christofer, sorprendido y preocupado.

Sin dudarlo, se levantó y la siguió. Cuando la encontró afuera, estaba de espaldas, respirando agitadamente mientras trataba de recuperar la compostura. Se acercó con cautela y colocó una mano en su hombro.

—Bellá, ¿qué pasa? —preguntó en un tono más suave de lo que estaba acostumbrado a usar con ella.

Ella se estremeció ante su contacto, pero no se alejó. Tomó una bocanada de aire y cerró los ojos por un momento antes de hablar.

—Esa casa… —murmuró—. Es exactamente como la que tenía cuando era niña. Pero no una real, sino de juguete.

Christofer frunció el ceño, esperando a que continuara.

—Cuando era pequeña, solía jugar con una casa así —dijo con voz temblorosa—. Era mi escape. Jugaba a tener una familia feliz, una donde todos se querían, donde nadie lastimaba a nadie… donde yo podía ser una niña sin miedo.

Hizo una pausa, sintiendo que su voz temblaba más de lo que le gustaría.

—Pero mi tío… —susurró, con la mirada perdida—. Él la destruyó. No soportaba verme aferrada a algo así. Me quitó esa ilusión y la convirtió en algo más… usó mi dolor para entrenarme, para hacerme más fuerte, para endurecerme. Me enseñó que los sueños eran para los débiles.

Christofer sintió un peso en su pecho al escucharla. No la había visto nunca tan vulnerable, tan frágil. No era la mujer desafiante y segura que conocía en la oficina, ni la estratega que jugaba a su nivel. Frente a él, en ese momento, solo había una mujer con heridas profundas.

Sin pensarlo demasiado, se acercó y la abrazó. Sintió cómo su cuerpo se tensaba por un instante antes de relajarse ligeramente contra él.

—No tienes que ser fuerte todo el tiempo, Bellá —susurró—. No conmigo.

Ella cerró los ojos, dejando que la calidez del momento la envolviera por un instante. Luego, tomó aire y se separó, recuperando poco a poco su máscara de siempre.

—No necesito que me salves, Christofer —dijo, con una pequeña sonrisa que no alcanzó a borrar la tristeza en su mirada.

Él la observó en silencio antes de asentir.

—Lo sé. Pero tampoco tienes que cargar todo sola.

Ella lo miró por un largo momento antes de susurrar un simple "gracias". Luego, se giró hacia la puerta del restaurante.

—Será mejor que volvamos antes de que comiencen a sospechar.

Christofer la siguió, pero ahora algo había cambiado entre ellos. Algo que ninguno de los dos estaba listo para admitir, pero que estaba ahí, creciendo en la sombra de su falso matrimonio.

Cuando volvieron a la mesa, las miradas de los padres de ambos se posaron en ellos con curiosidad, pero nadie hizo preguntas. Bellá retomó su lugar con una sonrisa forzada, y Christofer, con su acostumbrada compostura, levantó su copa en un brindis.

—Por el futuro —dijo, mirándola directamente.

—Por el futuro —repitió Bellá, aunque en su interior sabía que ese futuro era incierto, y que su trato con Christofer estaba comenzando a significar más de lo que ambos querían admitir.

La cena continuó, pero entre ellos, las emociones aún flotaban en el aire, creando una conexión silenciosa, una promesa no dicha de que, a pesar de todo, ninguno de los dos estaba realmente solo.

Más tarde, en el camino de regreso, el silencio entre ellos no era incómodo, pero sí estaba cargado de pensamientos. Christofer mantenía una mano en el volante mientras observaba a Bellá de reojo. Ella, con la mirada fija en la ventana, parecía estar procesando todo lo ocurrido.

—¿Quieres verla en persona? —preguntó de pronto.

Bellá giró el rostro hacia él, sorprendida por la pregunta.

—¿La casa? —susurró.

—Sí. Podemos ir ahora si quieres. Está en las afueras de la ciudad. Quiero que la veas con tus propios ojos.

Ella lo pensó por un momento. Parte de ella quería negarse, quería alejarse de cualquier cosa que removiera ese pasado que tanto se había esforzado en enterrar. Pero otra parte, más valiente, le susurraba que debía enfrentarlo. Que tal vez, solo tal vez, esto no tenía que ser un recuerdo doloroso, sino el inicio de algo nuevo.

Finalmente, asintió.

—Llévame.

Christofer sonrió levemente y desvió la ruta. A medida que se alejaban del centro de la ciudad, el ambiente se volvía más tranquilo, con menos ruido y luces. Cuando finalmente llegaron, Bellá bajó del auto con el corazón latiendo con fuerza. Frente a ella estaba la casa, su casa. O al menos, lo más cercano a lo que alguna vez imaginó.




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