El sol, ya bajo en el horizonte, teñía el cielo con tonos de naranja y rosa mientras Bellá y Christofer se encontraban en el coche que los llevaría al hotel, al final de su viaje hacia la luna de miel. El día había sido largo, repleto de emociones contradictorias que se habían mezclado con la ceremonia, los votos y todo lo que habían vivido hasta ese momento. A pesar de lo que había sucedido, la atmósfera era algo tensa, como si aún no pudieran comprender que aquello era real. No podía creerlo, y lo peor de todo es que sentía que él tampoco lo hacía.
Durante las dos semanas previas, las conversaciones entre ellos habían pasado de frías a intensas, con esa atmósfera extraña en la que no sabían si el odio y la atracción competían por dominar sus corazones. Bellá se encontraba confundida por el cambio, por la relación que había comenzado como un simple trato, pero que estaba tomando rumbos inesperados. Su matrimonio, en principio, era solo una estrategia, un acuerdo, pero a medida que los días pasaban, algo cambiaba. Algo en él la hacía sentir que tal vez, solo tal vez, esto no era solo un contrato vacío. Pero no se atrevía a aceptarlo.
La llegada al hotel, un lujo de cinco estrellas, fue lo suficientemente impactante como para hacer que Bellá se sintiera fuera de lugar. La fachada del edificio, la decoración interior, los detalles en cada esquina… todo parecía tan ajeno a su vida diaria. Pero lo peor era la incomodidad que sentía en su pecho, ese nudo persistente. Christofer caminaba a su lado, elegante y tranquilo, pero Bellá no podía evitar notar cómo su presencia la hacía sentirse aún más pequeña.
En la recepción, la joven recepcionista les dio una sonrisa profesional y les informó que sólo quedaba una suite disponible. Bellá frunció el ceño al escuchar las palabras. No podía ser, ¿una suite? En su mente, no estaba preparada para compartir esa habitación con él. Ya era bastante extraño que estuvieran casados, pero ahora, esto, la idea de pasar la noche juntos en un espacio tan cercano, la hacía sentirse incómoda, insegura. De inmediato, su rostro se tornó rojo, y aunque intentó disimularlo, el rubor de sus mejillas fue inconfundible.
—No se preocupe, señora. ¡Es una suite impresionante! —la recepcionista le dijo con una sonrisa, intentando aliviar la tensión, pero Bellá apenas pudo responder. La incomodidad creció, y Christofer notó el cambio en su actitud, aunque él trató de no darle mucha importancia.
La habitación, cuando llegaron, no ayudó a calmar las aguas. La suite era de una elegancia imponente, con techos altos y ventanales que daban una vista panorámica del mar. Bellá estaba abrumada por la belleza del lugar, pero lo único que sentía en su pecho era una creciente ansiedad. No quería pensar en eso. Miró a Christofer, que ya estaba dejando sus maletas en el closet. Él parecía cómodo, sereno, como siempre, pero ella no podía relajarse.
—Voy a ir al bar —dijo Bellá sin mirar demasiado a Christofer, como si no quisiera que él notara su incomodidad. La presión en su pecho parecía aumentar, y no podía soportar estar allí un segundo más. Necesitaba escapar, aunque fuera solo por un momento.
Christofer no dijo nada. Le lanzó una mirada ligera, la misma que le daba siempre: serena y sin preocupaciones. Pero al instante en que Bellá cerró la puerta detrás de ella, algo en su interior se tensó. No sabía por qué, pero algo no le parecía bien. Sin pensarlo mucho, dejó las maletas a un lado y se dirigió hacia la puerta. No quería perderla de vista.
La encontró en el bar del hotel, sentada sola en una mesa, con una copa de vino en la mano. El ambiente del lugar era relajado, elegante, con luces tenues que daban una sensación acogedora. Bellá estaba mirando al frente, aparentemente absorta en sus pensamientos, con la copa en la mano. La forma en que su dedo giraba lentamente la copa, como si no estuviera prestando atención a nada, hizo que Christofer se sintiera aún más intrigado.
Se acercó, sin hacer ruido, y se sentó frente a ella sin decir una palabra. Al principio, Bellá no lo miró, pero después levantó la vista lentamente, y sus ojos se encontraron. Fue un momento extraño, como si ambos se estuvieran evaluando sin hablar, sin saber qué hacer con todo lo que había pasado entre ellos en tan poco tiempo. Algo se había roto, algo había cambiado, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a reconocerlo.
—¿Todo bien? —preguntó finalmente Christofer, su voz suave, tranquila, como si todo lo que estuviera sucediendo fuera solo una pequeña tormenta en su vida.
Bellá lo miró durante unos segundos más, pero antes de responder, dio otro trago largo a su vino. La forma en que sus labios se curvaban alrededor de la copa, su mirada perdida, lo hizo sentir que había algo más debajo de esa fachada. La tensión entre ellos era palpable, y no solo por el alcohol que ya corría en sus venas.
—Sí, estoy bien —respondió Bellá con una voz más baja de lo que pensaba. Intentó sonar normal, pero algo en sus palabras denotaba que no lo estaba. A pesar de sus intentos de mantenerse compuesta, se sentía vulnerable. En ese instante, los dos se dieron cuenta de que ya no podían seguir en su pequeño mundo de indiferencia.
Se pidió otro par de copas, y la conversación comenzó a fluir. Las palabras parecían salir con facilidad, tal vez porque el alcohol suavizaba la tensión. Bellá se permitió relajarse un poco, hablar más de lo que lo había hecho en días, y Christofer no la presionaba, solo escuchaba. Pero con cada copa, algo más comenzaba a suceder entre ellos. El ambiente del bar, íntimo y cálido, parecía envolverlos, y por primera vez desde que estaban casados, Bellá dejó de sentirse tan aislada de él.
No fue hasta que, inconscientemente, se miraron por largo rato en silencio, cuando Bellá se dio cuenta de lo que sucedía. Algo en la forma en que Christofer la observaba había cambiado. Ya no estaba tan distante, tan seguro de sí mismo, como si una vulnerabilidad que él mismo no había sabido manejar comenzara a aparecer. Bellá, al sentir su mirada sobre ella, dejó su copa sobre la mesa, se levantó y se dirigió hacia la puerta, sin decir una palabra. Instintivamente, Christofer la siguió.