Habían pasado seis meses desde que Bellá y Christofer comenzaron su contrato de matrimonio. Al principio, todo había sido un acuerdo sin emociones, solo un trato entre dos personas que no tenían nada que ver el uno con el otro, excepto la necesidad de cumplir con un compromiso. Pero ahora, con el contrato a punto de expirar, la idea de que su “relación” llegara a su fin se sentía más dolorosa de lo que ninguno de los dos quería admitir.
A lo largo de estos seis meses, algo había cambiado entre ellos. Lo que empezó como una fría convivencia pactada, se transformó en algo más. Había risas que antes no estaban allí, gestos de cariño espontáneos, pequeñas atenciones que solo una pareja real compartiría. Compartían más que un espacio; compartían una historia, momentos que ya no podían fingir que no significaban nada. Pero, aunque todo parecía indicar que lo que sentían era real, ninguno de los dos había tenido el valor de decirlo en voz alta.
El último día
Bellá despertó esa mañana con un nudo en el estómago. Sabía que hoy debía ser el día en que hablara. No podía seguir ocultando lo que sentía, ni el secreto que llevaba guardado en su interior. Tenía que ser honesta con Christofer. Lo había intentado antes, pero siempre encontraba una excusa para no hacerlo, un motivo para postergarlo. Pero el tiempo se había agotado. Si no le decía la verdad hoy, tal vez nunca lo haría.
Miró de reojo a Christofer, quien aún dormía a su lado, su expresión tranquila y serena. No parecía tener idea del torbellino de emociones que ella estaba experimentando.
—Hoy es el último día del contrato —fue la primera frase que él dijo cuando despertó, con voz ronca y entre sueños.
Bellá tragó en seco y asintió.
—Sí… el último día.
Un incómodo silencio se extendió entre ellos. Ella lo miró, con el corazón acelerado, esperando que él dijera algo más, que insinuara que no quería que esto terminara. Pero él solo la observaba, con esa mirada insondable que nunca lograba descifrar del todo.
Finalmente, respiró hondo y decidió hablar.
—Christofer, yo… hay algo que necesito decirte. Algo importante.
Él arqueó una ceja, notando el temblor en su voz.
—Dime.
—Lo que hemos vivido estos meses… No sé tú, pero para mí ha sido real. No ha sido solo un contrato. No ha sido solo un papel. Yo… yo me enamoré de ti, Christofer.
Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas. Se sintió expuesta, vulnerable, aterrada de lo que él pudiera responder.
Christofer se quedó en silencio, y en su rostro apareció una expresión indescifrable. Su mandíbula se tensó y, por un momento, pareció querer decir algo, pero se contuvo.
—Bellá… —susurró, pero su voz se apagó.
Ella sintió su pecho apretarse.
—Dime que para ti también significó algo. Que no fui la única que sintió esto.
Él bajó la mirada por un instante y suspiró.
—No puedo hacer esto… —dijo, en voz baja, casi como si se lo dijera a sí mismo.
El dolor la atravesó como una cuchilla.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con un hilo de voz.
Él se pasó una mano por el cabello, frustrado.
—Quiero decir que esto… nosotros… no tiene sentido. Nuestro acuerdo llega hasta aquí. No podemos seguir con algo que comenzó con una mentira.
Las palabras la golpearon como un puñetazo en el pecho.
—¿Crees que ha sido una mentira? —susurró.
—No lo sé —murmuró él—. Solo sé que… que no puedo permitirme sentir esto.
Bellá sintió que las lágrimas amenazaban con desbordarse.
—No puedes o no quieres, Christofer…
El silencio fue su respuesta.
El corazón de Bellá se rompió en mil pedazos. No podía creerlo. Había esperado que él le dijera que la amaba, que le dijera que quería estar con ella. Pero, en lugar de eso, él la estaba alejando.
Respiró hondo y se armó de valor para decir lo último que le quedaba.
—Estoy embarazada.
El tiempo pareció detenerse.
Christofer la miró fijamente, como si no hubiera escuchado bien.
—¿Qué dijiste?
—Que estoy embarazada —repitió, con lágrimas en los ojos—. De ti, Christofer.
Él no reaccionó de inmediato. Su rostro se mantuvo inexpresivo, como si aún estuviera procesando sus palabras.
—¿Cuánto tiempo…?
—Tres meses —susurró ella.
Christofer se pasó una mano por la cara, aturdido.
—Bellá…
—No quiero que me des ninguna respuesta ahora —dijo ella, su voz quebrada—. Solo quería que lo supieras.
Él la miró, su expresión cambiando, como si por fin entendiera la magnitud de lo que estaba ocurriendo.
—Bellá, espera… —se acercó a ella, intentando sujetar su mano, pero ella se apartó.
—No. Ya no quiero esperar más.
Se levantó de la cama, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
—¿A dónde vas? —preguntó él, su voz sonando más desesperada de lo que quería admitir.
—Me voy. No puedo quedarme aquí esperando a que decidas qué hacer con lo que siento y con nuestro hijo. No quiero ser la única que luche por esto.
Christofer sintió pánico.
—Bellá, por favor… No te vayas así.
—¿Así cómo? ¿Destrozada? —se giró para mirarlo con los ojos llenos de lágrimas—. Tú lo hiciste. Tú me empujaste a esto.
Él avanzó hacia ella, tomándola de los brazos con suavidad.
—No quiero que te vayas.
—No digas eso si no lo sientes, Christofer. Porque duele demasiado.
Él tragó saliva, sintiendo que la estaba perdiendo.
—Te amo, Bellá.
Ella cerró los ojos con fuerza.
—Entonces, ¿por qué tardaste tanto en decirlo?
El silencio volvió a invadir la habitación.
Con el corazón destrozado, Bellá se soltó de su agarre y caminó hacia la puerta.
—Adiós, Christofer.
Él quiso detenerla, quiso correr tras ella, pero sus pies no se movieron. Solo la vio irse, sabiendo que, esta vez, tal vez no habría una segunda oportunidad.
Y cuando la puerta se cerró tras ella, Christofer sintió por primera vez en su vida lo que era el verdadero vacío.