Cinco años.
Cinco años desde que dejó atrás la ciudad que había sido su hogar. Desde que cerró la puerta de la casa donde pensó que podría ser feliz. Desde que decidió seguir adelante sin mirar atrás.
Cinco años desde que perdió a Christofer.
Bella había construido una vida nueva, lejos de los recuerdos que la perseguían. En otra ciudad, con otro trabajo y con una pequeña que se convirtió en su mayor razón para seguir adelante. Evangelin era su mundo entero. Una niña de cabello negro azabache y ojos de distinto color, uno azul profundo y el otro verde esmeralda, una combinación tan única como el hombre al que alguna vez amó.
Cada vez que Bella miraba a su hija, veía en ella el reflejo de Christofer.
Sus gestos, la forma en que inclinaba la cabeza cuando estaba confundida, el ceño ligeramente fruncido cuando algo no le gustaba… todo en Evangelin le recordaba al hombre que aún no lograba olvidar.
Pero eso ya no importaba.
O al menos, eso intentaba repetirse.
Sin embargo, la vida tenía una manera cruel de arrastrarte de vuelta a donde juraste no regresar.
Cuando su madre cayó enferma, Bella no tuvo otra opción. Tenía que volver.
El regreso fue más difícil de lo que imaginó. Caminar por aquellas calles, ver los lugares que alguna vez compartió con él… todo despertaba recuerdos enterrados. A cada paso, su corazón latía más fuerte, como si temiera encontrarse con fantasmas del pasado.
Pero nunca esperó que el destino la enfrentara con el único fantasma al que aún no podía olvidar.
El hospital tenía ese olor característico que mezclaba desinfectante y tristeza. El sonido de los monitores, los murmullos de las enfermeras, las luces blancas y frías… todo contribuía a la sensación de vacío en su pecho.
Bella caminó con paso firme por los pasillos, pero por dentro se sentía temblorosa. No era fácil ver a su madre en ese estado, tan frágil, tan vulnerable.
Pero lo que no esperaba, lo que jamás pensó que pasaría…
Era encontrarse con él.
Christofer.
Estaba ahí, de pie frente a la habitación de su madre, con su porte imponente y su expresión inescrutable.
El tiempo no lo había cambiado demasiado. Su cabello seguía siendo oscuro, pero ahora tenía un ligero desorden que antes no estaba ahí. Su mirada, sin embargo, era diferente. Más fría. Más dura. Como si los años hubieran construido una barrera impenetrable entre él y el mundo.
Bella sintió que el aire le faltaba.
No había estado preparada para esto.
Él también la vio.
Sus ojos se encontraron, y el tiempo pareció detenerse.
Cinco años.
Cinco años sin verse.
Cinco años sin hablar.
Cinco años sin saber nada el uno del otro.
Y ahora, estaban cara a cara.
Christofer no dijo nada al principio. Solo la observó, como si estuviera procesando el hecho de que realmente estaba ahí.
Bella sintió que su corazón latía con fuerza en su pecho.
Tantas cosas que quería decir. Tantas preguntas. Tantos recuerdos.
Pero lo único que salió de su boca fue un susurro:
—Hola, Christofer.
Su voz sonó más frágil de lo que esperaba.
Él tardó en responder. Como si estuviera eligiendo con cuidado sus palabras.
—No sabía que habías vuelto.
Bella desvió la mirada, tratando de recomponerse.
—Solo por mi madre. Está… muy mal.
Algo cambió en la expresión de Christofer.
—Lo sé. He estado viniendo a verla.
Bella parpadeó, sorprendida.
—¿Tú… la has estado visitando?
Él asintió.
—Siempre me llevé bien con tu madre. Me pidió que viniera.
Bella sintió un nudo en la garganta.
No esperaba eso.
Antes de que pudiera procesarlo, una voz infantil interrumpió el tenso silencio entre ellos.
—Mami, ¿quién es él?
Bella sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Evangelin estaba de pie junto a ella, sosteniendo su mano con fuerza.
Los ojos de Christofer se posaron en la niña.
Por un momento, su expresión fue indescifrable.
Bella sintió su corazón acelerarse.
Él la estaba mirando. Estaba viendo a Evangelin.
—Es… un amigo de la familia, cariño —dijo Bella con voz temblorosa.
Evangelin lo miró con curiosidad.
—Hola, señor. Mi nombre es Evangelin.
El tiempo pareció detenerse.
Los ojos de Christofer se clavaron en la niña.
Bella vio cómo su cuerpo se tensó, cómo su mirada cambió, cómo su expresión se endureció.
Lo había reconocido.
Lo supo en el instante en que vio los ojos de Evangelin.
Uno azul.
Uno verde.
Exactamente como los de él.
El silencio se volvió insoportable.
Bella vio cómo los labios de Christofer se separaban levemente, pero ninguna palabra salió de ellos.
Su mirada iba de Bella a Evangelin, como si no pudiera creer lo que tenía frente a él.
Como si estuviera atando los cabos.
Como si se estuviera dando cuenta de la verdad que le habían ocultado durante cinco años.
—Evangelin… —murmuró su nombre en un tono tan bajo que apenas fue audible.
Bella sintió que su cuerpo temblaba.
No quería que esto sucediera así.
No así.
El silencio se rompió cuando Evangelin jaló la mano de Bella, sin comprender la tensión en el ambiente.
—Mami, tengo hambre —dijo con una inocencia que solo hizo que el momento se sintiera aún más desgarrador.
Bella respiró hondo.
No podía quedarse ahí.
No ahora.
No cuando el pasado amenazaba con alcanzarla de golpe.
—Vamos, amor —dijo, mirando a su hija y evitando la mirada de Christofer.
Dio un paso.
Pero antes de que pudiera moverse más, la voz de Christofer la detuvo.
—Bella.
Su tono ya no era frío.
Ya no era distante.
Era un tono lleno de preguntas. De incredulidad.
De dolor.
Bella cerró los ojos con fuerza.
No podía hacer esto ahora.
Sin decir más, tomó a Evangelin de la mano y caminó, alejándose de él.