Daoh retiró cuidadosamente el proyector de hologramas de la arrugada y pecosa mano de su abuelo. El anciano de párpados caídos le dedicó una mirada brillante, dio una respiración profunda y finalmente articuló:
—Escuché que irás a Varox.
No podía ser de otra manera, su abuelo seguía teniendo contactos con el área militar, de seguro estaba al tanto de hasta cuántas veces iba a mear al día.
—Sí, pronto bajaremos a una de sus naves.
Les dijeron que los Varoxianos no aceptarían a intrusos en su planeta, por lo que esperaba mostrar una buena imagen, tal vez así, los Varoxianos serían más amistosos con los terrícolas.
—Ah, Varox es como la tierra —alabó el mayor, su voz cargada de un profundo anhelo—, tan azul y tan verde, los remolinos que forman sus nubes son preciosos.
Daoh no tuvo palabras para responder, no sabía qué decirle, no cuando se ponía melancólico.
—Espero que podamos tener un buen tratado —decidió irse por la rama política, a su abuelo, como canciller jubilado le gustaba todo lo relacionado con esa rama de las ciencias sociales—, dicen que el agua de Varox es mejor que la del planeta Orión.
Los humanos no tenían una forma lógica de producir agua en las naves madre tierra, fue de ese modo que se vieron obligados a negociar con otras formas de vida. El planeta Orión, del mismo tamaño que una luna, tenía la cantidad suficiente de agua como para venderles unos cuantos litros al mes; después de todo, esos tipos no usaban el agua más que para limpiar sus casas.
—Daoh, si consiguen un tratado de comercio, me aseguraré de llevar a tu abuela, aunque sea una vez.
El joven miró a la anciana dormida.
Ocupaba la camilla contigua, pero se la pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo.
—Sí, esperemos que suceda.
Una de las uñas de Daoh comenzó a brillar, con el dedo anular la tocó y el holograma se proyectó.
—¡Número 032!
—¡Señor, sí, señor! —respondió como un cántico.
—Los Varoxianos han adelantado la reunión, nos preparamos para el abordaje, llega al hangar cuatro en quince minutos.
Los ojos de Daoh estuvieron a nada de abandonar su cara.
¡El hangar cuatro estaba al otro lado de la nave madre tierra! Tenía que atravesar toda la nave para llegar a la zona de embarque.
—Señor, sí, señor —respondió entrecortado.
El holograma de su uña se apagó, él se apresuró hacia la salida, levantando su mano en el aire.
—Cuídate, abuelo, volveré cuando termine la reunión.
—Dios te bendiga, hijo, espero vuelvas con buenas noticias.
El anciano le sonrió, si bien, se tornó más serio y agregó:
—Y nunca se lo muestres a nadie.
Daoh entendió el mensaje, pero no respondió, solo agitó un brazo con más energía mientras corría.
Las puertas se fueron abriendo al captar su presencia, mientras él apretaba el abdomen y ponía en práctica todo lo que había aprendido durante el entrenamiento. Inhalar por la nariz y exhalar por la boca, no parecía funcionar, porque a mitad de camino ya estaba sudando.
A su fortuna le sonrió el hecho de que todos estaban en la hora de la merienda, como tal no había demasiados transeúntes.
Uno de los aseadores empujaba un carrito con un sistema de gravedad incorporado, haciendo levitase por diez centímetros del piso. Daoh lo vio, estaba en toda la intercepción y chocarían si él no se detenía, pero sus piernas no traían frenos incorporados, aceleró y se encogió un poco, saltó.
El hombre del aseo lo miró con la boca abierta, mientras su cuerpo giraba en el aire y caía grácilmente al otro lado.
—Lo siento, señor Yerad.
Daoh continuó su camino, subió a un ascensor y la capsula se cerró, él pudo tragar aire con más facilidad. El ascensor lo llevaría al hangar cuatro, pero no significaba que el aliento se hubiese recuperado para entonces, ni se había fijado en el camino que recorría, solo había visto unas manchas borrosas al desplazarse, pero si llegaba tarde lo iban a reprender, no solo a él, sino a todos sus compañeros.
Lo odiarían si aquello ocurría.
Su respiración fue lo suficientemente fuerte como para dejar un parche blanco en el vidrio del ascensor. Su mano se elevó y dibujó una viñeta, le gustaba hacer eso cuando era más pequeño, liberar el vapor de su boca para estrellarlo contra un vidrio y luego trazar cualquier línea, era una forma sana de divertirse dentro de la nave.
La capsula se detuvo y el vidrio se retiró, rápidamente salió para darse cuenta que había mucho movimiento. Los mecánicos estaban revisando todas las naves, a su vez, los soldados rasos se estaban vistiendo.
—¡032!
Daoh atendió al llamado.
—Señor, sí, señor.
—Entra rápido a la capsula de vestiduras, ustedes serán la primera línea y los cancilleres aprobaron varios trajes de nanobots.