Daoh siempre gustó del sol.
Desde niño le encantó estar expuesto a los rayos del enorme sol amarillo que estaba en la galaxia Zeo’n como la bautizaron los primeros humanos en llegar allí. Cerca del gran sol, había uno más pequeño, prácticamente giraba a su alrededor como un aro, su color era naranja, un naranja muy encendido.
A él le encantaba mirarlo.
Ignoraba para entonces la influencia del sol en los humanos.
Así como murieron sus padres por la falta de sol, los dos soles de Zeo’n mantuvieron con vida a los humanos, pero más allá de ese simple hecho, a quienes estaban muy expuestos a él en su niñez, despertó en las nuevas generaciones dones, dones inexplicables que no estaban al alcance de la comprensión humana.
Los científicos los llamaron supremos.
Humanos que alcanzaron etapas hasta el tiempo desconocidas, sin embargo, lejos estaban de tener dicha calificación. La mayoría de supremos eran arrebatados de sus familias, llevados a una nave científica donde eran estudiados a fondo, pasando por innumerables pruebas para descubrir de dónde provenían sus dones.
Dichos dones iban desde una mejora específica en un sentido, por ejemplo, una audición superior incluso a la de los animales, otros podían crear pequeñas chispas luminosas con la energía de sus cuerpos, un diminuto grupo era capaz de escuchar los pensamientos ajenos, así mismo, otros fueron capaces de prever pequeños fragmentos del futuro. Eran los dones más comunes entre los supremos, nunca antes se registró un don relacionado con la gravedad.
Daoh no supo en qué momento lo desarrolló, pero de un momento para otro fue capaz de hacer levitar las cosas si desde su cerebro salía la orden. No era complicado con objetos pequeños, pero con objetos grandes dolía, la presión en su cabeza era insoportable.
Su abuelo, siendo un canciller, sabía cuál era el destino para un supremo y él no permitiría tal tortura. Se decidió que Daoh jamás, jamás, mostraría sus dones de supremo al mundo, no importaba qué, él no lo haría.
Sus pestañas se alejaron y despertó, aturdido, confuso y sediento.
Su cabeza zumbaba y sus oídos captaban unos extraños pitidos, luego el aire que entró por su nariz fue anormal, olía extraño, demasiado puro y fresco.
—Hasta que despiertas.
El joven humano alzó su vista, encontrando al hombre azul.
No contestó, porque cuando movió su cabeza, un aguijonazo de dolor lo estremeció en la espalda.
—Mejor si estás quieto, 032 —aconsejó, sentando en una esquina.
Daoh no hizo caso, se sentó y pensó en discutir, pero sus ojos vieron a través del vidrio próximo, entonces, todo cuánto quiso preguntar fue reemplazado por el abrupto sentimiento de asombro.
Un ave gigante volaba a varios kilómetros, sus plumas rojas como la sangre se abrían cuando el jinete tiraba de la brida, intentando amaestrarla, de modo paralelo, había enormes árboles alrededor, con hojas verdes y sentía frío, un frío que le hizo encoger los hombros.
—Debe ser tu primera vez en un planeta —atinó decir Velax, sentado cómodamente en una silla de madera roja.
—¿Estoy en Varox?
—Estás.
—¿Por qué? —Daoh no pudo esconder su intriga, aun con el dolor de cuerpo que cargaba.
—Te convertiste en el puente de negociación entre tu raza y la mía.
—¿Yo? —Se señaló, todavía más aturdido que antes.
—Sí.
—¿Cómo te entiendo? —Se llevó la mano a su oreja derecha, le escoció cuando se tocó.
Tenía un arete de comunicación, ardía donde habían roto su carne para instalarlo.
—Muchas preguntas para ser nuestra primera conversación, 032.
—Lo siento, estoy confundido y me duele mucho la cabeza.
Daoh se dio cuenta que su brazo estaba conectado a una intravenosa, pero era extraña, porque parecía el tentáculo de un animal, el cual llevaba un líquido con pequeñas partículas eléctricas a su sistema.
—Son síntomas normales, te desmayaste por una carencia de soles y el oxígeno, en nuestro planeta es puro, debe ser extraño para ti, tu cuerpo débil está acostumbrándose apenas.
—¿Débil?
¿Acaso lo insultaba? Quiso discutir, pero estaba demasiado sacado de la órbita como para hacerlo.
—¿Recuerdas lo que sucedió?
Daoh se quedó mirando al Varoxiano.
¡Qué bonita voz tenía! Ronca y un poco suave al final de cada palabra, podría escucharlo hablar para quedarse dormido, pero la ola de recuerdos lo estremeció.
No tenía intención de develar su don innato, pero si un Varoxiano moría allí, todas las naves madre tierra lo pagarían, probablemente, los humanos serían culpados. Saltó al campo de combate sin tener en cuenta nada, ni su propia vida, solo cumplir con su deber.
—Algo.
—Eso facilita las cosas.
Velax se puso de pie, estiró un brazalete platinado con un intrincado patrón.