Número 032

Fragmento 7. Gran árbol.

 

El codo de Daoh se apoyó en el marco de la ventana abierta, respiraba el aire puro, el cual le enfriaba sus húmedos pectorales.

Nunca antes sus fosas nasales tragaron un aire tan agradable, no se comparaba ni de lejos a los ductos de ventilación de las naves. Sin embargo, los primeros días le hizo doler la cabeza. El médico Varoxiano, un hombre más bien pequeño y encorvado, le dijo que experimentaría unos cuantos malestares al estar en Varox.

Vomitó los dos primeros días, el dolor de cabeza fue persistente y tuvo que bañarse con una extraña arena, la comida no le sentó mal ni bien, pero estaba acostumbrado a comer muy poco, los Varoxianos eran particularmente amplios con las porciones, dejó muchos alimentos y los preocupó.

Estuvo asustado el primer día, no quería hacer hijos con nadie, eso lo aterró un montón, pero el gran general no había regresado. Su buena suerte le favoreció, el Varoxiano estaba ocupado en asuntos de estado, ello le permitió a Daoh acomodarse mejor a la situación.

Su general se había comunicado con él al tercer día de estar en Varox, le informó que lo despojaba de su cargo y que, pasaba a ser parte de la gente de Varox. Sí, se deshicieron de él como si tuviese alguna enfermedad contagiosa, no sería la primera vez en la historia de las naves madre tierra que harían cosa semejante.

Después de escuchar que le fue retirado su emblema y su estatus, él era el consorte de Varox. Así lo llamó su general y lo llamaban todos los demás soldados.

Los Varoxianos que había conocido, para ese punto eran tres. El encargado de la salud, la Varoxiana que le llevaba comida y un enorme hombre parado afuera de la puerta todos los días, estos lo llamaban consorte 032.

Su vida había cambiado enormemente, pero no se sentía mal, era raro, sí, muchísimo.

No podía creer que viese plana la superficie, cuando claramente estaba parado en una cosa redonda. Era impresionante, no sabía cómo los planetas conseguían tal efecto.

El clima también era peculiar.

Sentía mucho frío en las noches, también hacía calor cuando las nubes blancas que parecían falsas se dispersaban. Si tenía un arrepentimiento, serían sus abuelos, deseaba muchísimo tenerlos con él para que pudiesen deleitarse con el panorama.

No había podido ir muy lejos, en realidad, solo podía salir al jardín del exterior bajo la mirada del cuidador y estar dentro de la casa. El gran general no había dejado ninguna instrucción o permiso para que saliese. Daoh se aburría, pero no había ante quién presentar una queja.

En lo personal, no quería encontrarse con Velax.

Le cerraban sus poros los escalofríos que pasaban por su cuerpo cuando las palabras del alíen retumbaban en sus oídos.

¿Qué quería decir con hacer descendencia? ¿Qué aparearse con él?

¡No quería!

A diferencia de los hombres humanos, estaba seguro de que los Varoxianos tendrían enormes órganos reproductores, él había visto suficientes vídeos educativos sobre el apareamiento para saber que: ¡Si una polla Varoxiana entraba en él, iba a matarlo!

La idea lo aterró muchísimo.

—Consorte 032.

El toquecito en la puerta lo hizo brincar, el agua cristalina en la que estaba metido se sacudió.

—¿Sí?

—Compruebo su estado.

—Vivo, aún —dijo él, sonriéndose.

La fémina Varoxiana se retiró y esperó, él solía tomar largas duchas al mediodía, nunca estuvo en contacto con tanta agua y desde la altura de su casa, podía contemplar una hermosa cascada, quería visitarla.

Se incorporó y el agua chorreó por su cuerpo, salió y se envolvió en una tela grande, tan grande que podría usarla para darle tres vueltas a su cuerpo. Se secó y estuvo callado durante el proceso. Agarró los pequeños acrílicos de sus uñas, eran las únicas cosas que le permitieron conservar.

Tocó uno y los nanobots emergieron, cubriendo su cuerpo con un traje sencillo que le dejaba las piernas descubiertas. Abandonó el espacio para aseo y al salir su cuerpo se puso rígido al darse cuenta que Velax estaba en la habitación.

Prácticamente sin ropa, sentado en una silla comprobando algo en una tarjeta de hologramas.

—Sales finalmente.

—Lo siento —se disculpó, queriendo no iniciar una confrontación innecesaria.

Su ojos tan curiosos y rápidos como eran, evaluaron al alíen.

Grande.

Por donde se viese era enorme.

Brazos gruesos y nervudos, pelitos casi traslucidos en sus pectorales llenos, sus uñas negras encima de sus dedos azulados, tenía abdominales fuertes, al igual que piernas resistentes, podría partirle los huesos si lo pateaba. Eso lo puso tenso, si bien, la nariz perfilada y el rostro bien parecido, lo hizo sentirse menos mal. En su cara eran más parecidos los Varoxianos a los humanos.

Paradójico, pero cierto.

—¿Te han tratado bien?

—Sí, yo estoy bien.




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