Un planeta azul cundido de vida, era la escena que Daven Miller observaba cada mañana de cada día durante los últimos día años al despertar. A través del grueso cristal resistente a los impactos de meteoros y al frío de la galaxia, no había demasiado para apreciar visualmente. Los dos soles, uno grande y descomunal, otro más pequeño, como si fuese un hijo, girando alrededor del sol más voluminoso.
Le gustaba dicho cuadro familiar, era el único vestigio de familia que queda para él. Se sentó, apartando su cabello de su frente, le molestaba en las cejas y por un motivo inexplicable, gozaba del sol en su cara cuando amanecía. Sin embargo, amanecer podía sonar ambiguo, para él nunca anochecía.
Los soles no se ocultaban, estaban siempre fijos en el mismo punto, emanando calor y crepitando con mucha energía, siempre estables, atrapados como él. Podía ser cierto, estaban destinados a estar allí, pero a su forma, también era una prisión, eran dos poderosísimos astros, si bien, no podían irse, incluso si tenían voluntad propia, estaba destinados a su lugar en la galaxia.
Empatizaba con ellos, tenía que hacerlo o hubiese perdido la cordura hacía mucho tiempo ya.
Estiró su mano y oprimió un botón táctil en la pared, la gravedad de la habitación fue reajustándose gradualmente, sus pies desnudos tocaron el frío metal, mientras estiraba sus brazos hacia arriba, alineando cada una de sus vertebras.
Rodeó la habitación dos veces haciendo sus estiramientos, pensando en qué haría. El reloj incrustado en la pared marcaba una hora, era por la mañana y había dormido más de lo usual, gracias a ese reloj sabía mucho, lo ayudaba a mantenerse ubicado espacialmente.
Soslayadamente se fijó en dos hombres a través del cristal.
Jugaban con algo, un juego de mesa, aparentemente.
No podía escucharlos, ellos tampoco a él, pero no estaba entre sus intereses lo oyesen, se rehúso a hablar desde hacía muchísimo tiempo atrás. Algunos seguramente quisieron usar la fuerza con él, pero no les sirvió de mucho en el pasado, porque si quería estar a salvo debían de mantenerlo sedado o en animación suspendida, cualquiera de las dos opciones era costosa para una civilización que se estaba desarrollando. Hallaron más económico y definitivo aislarlo, era un prisionero sin intenciones de escapar.
No pertenecía a algún sitio y si volviese a la segunda nave madre tierra, preferiría morir.
Muchas veces se había imaginado que el sol más grande liberaba una lluvia solar y calcinaba la nave donde estaba prisionero, pero no solo a él, sino también a todos los malditos humanos que vivían en la nave madre tierra número dos. Ese fue sueño en la adolescencia, luego un meteoro se estrelló contra su ventana y el cristal se había agrietado, fue la primera vez que temió por su vida.
Desde entonces, dejó de desear morir, porque siendo tan listo como era, sabía que, si estuviese resignado a la muerte de la manera que fuese, no habría miedo alguno en su sistema. Seguramente, querría vivir algo más, pero no sabía por qué.
Todo cuánto sabía y conocía se debía a los esfuerzos de los humanos por mantenerlo bajo control. Le brindaron entretenimiento, libros virtuales, audiolibros, cintas de vídeo y programas de hologramas, sabía cuantiosamente de distintos temas, pero no podía aplicarlos porque no vivía en un espacio libre.
No se le permitía salir, tampoco usar más que los objetos necesarios y estaba extremadamente prohibido poner en práctica todo lo que aprendiese en sus libros, era conocimiento, suyo sí, pero al mismo tiempo inservible porque no podía usarlo a gusto.
Sus delgados dedos de las manos se estiraron y tocaron los dedos de sus pies, debía de recortarse las uñas, pero sería en horario de la tarde, su cortaúñas debía de ponerse a cargar para que las cuchillas láser funcionasen. Su columna se ajustó y él estuvo más cómodo, a pesar de dormir flotando, a veces, se levantaba con alguna incomodidad.
Estiró su mano hacia una pequeña saliente, la primera comida estaba servida. La misma botella con agua y tres cápsulas blancas. Él las ingirió todas de golpe y después tragó, todo fue bajando por su garganta hasta que finalmente, llegó a su estómago.
En contacto con el agua, las cápsulas de alimento crecieron y fueron propiciando en su estómago la sensación de saciedad. El número 033 desconocía el contenido de las cápsulas, una vez abrió una, pero solo vio polvillos de diferentes colores y no tenían demasiado sabor, solo estaba seguro de que gracias a ellas no se moría de hambre.
Sus oídos captaron un sonido conocido, era una nave.
Estaba seguro de que no era tiempo de rotación en la seguridad.
Lentamente se acercó al vacío que lo separaba de los soldados, echó un vistazo hacia abajo, encontrando una cantidad indiscriminada de púas oxidadas. En las paredes había bombillos láser, si alguien no autorizado cruzaba el vacío, los láseres lo herirían y caería a su final en las púas largas, era la forma en que lo mantenían controlado.
Al menos, eso creían ellos.
Nunca intentó escapar, porque simplemente no hubo nunca razones para hacerlo.
Pacientemente esperó y pudo ver algo nuevo.
Cinco personas entraron, dos soldados de alto rango con armas en manos y tres personas, una vestida de negro y dos de blanco. Diplomáticos y un predicador de la palabra. La religión se había modificado, ya no adoraba solo al Dios que creó a los humanos y a la tierra, sino al Gran Dios, creador de las galaxias.
Editado: 10.11.2023