Mi mami no me dejaba jugar con muñecas.
Cada vez que le insistía en los aparadores de la juguetería del supermercado, me decía que ya era demasiado grande para ese tipo de juguetes.
Yo observaba todos esos estantes llenos de figuritas de plástico, el cabello brillante y de ojos estáticos, obsesionada con jugar con aquellos bracitos delgaditos y cuerpos elegantes, admirada al imaginar el proceso que conllevaba semejante obra de arte.
Cuando llegábamos a casa, me pasaba horas absorta, por ende, mis padres dejaron de llevarme a las compras, preocupados por esa peculiaridad que tenía por las muñecas de plástico. Hacía de todo para que me permitieran jugar con ellas, incluso le comenté a mamá que se parecía a una de ellas, a lo que me respondió con una risotada.
Aunque nunca dejé de insistirles, jamás pude obtener lo que quería.
Tiempo después, dejaron de interesarme. Mis padres creyeron que se había tratado de una simple etapa y no le dieron importancia. Tenía una vida ordinaria, salía de vez en cuando, estudiaba y pasaba las notas del colegio, empecé a salir con muchachos y las muñecas de plástico pasaron a un segundo plano.
Un día, sin embargo, encontré a mi padre llorando en la sala de estar. Nunca lo había visto tan abatido, cuando me acerqué a él, noté que traía una carta entre sus manos. Cuando por fin me dejó tomarla supe que se trataba de mamá, diciendo que lo sentía mucho, que nos había dejado.
Yo no lloré, pero papá no dejaba de hacerlo. Intenté consolarlo, diciéndole que todo estaría bien, que íbamos a salir adelante, que por ahora yo me encargaría de todo.
Cuando por fin logré convencerlo de que fuera a descansar a la cama, decidí salir al aire fresco. Me imaginé las cosas que conllevaría ser responsable de una casa, y aunque no quise pensar en los detalles de ese problema, afronté la situación lo mejor que pude. Pensé que a lo mejor papá necesitaba algo que lo hiciera sentir bien el día de hoy, así que decidí hacerle su comida favorita.
Al bajar al sótano para buscar los ingredientes, me quedé absorta observando el cuerpo de mamá colgando de aquellas cuerdas súper resistentes. Se había resistido pero al final logré que se mantuviera quieta. El vestido que le había puesto se había manchado con su sangre, así que tenía que buscar uno nuevo y su cabello se había despeinado un poco pero se le veía tan brillante y bien cuidado.
Sonreí, me alegra que nunca me hayan dejado jugar con muñecas.