Nunca Me Olvides

Capítulo seis: La espera terminaba

Sentada en uno de los peldaños de la escalera de piedra en el Prado verde, bautizado con ese nombre por su bello paisaje. Un lugar muy bonito, con un toque y deleite mágico, sublime, lleno de grandes árboles y rodeada de hierba verde de un color claro especial. Al respirar el aire puro que emanaba el espacio, te inundaba de dicha, de tranquilidad pacífica. Ese era el detalle particularmente inminente, grandioso y muy valioso, excluido de los ruidos de la ciudad. El lugar de reposo en que la mayoría de las personas se instalaban a disfrutar. Aldana no estaba al tanto de porque estaba allí. A su izquierda, Leonel admiraba engatusado el cielo despejado. Un día templado y una leve brisa los sitiaba. A ella le transitó un escalofrió, tirito de mal gusto y no lo señalaba como un buen augurio.

-¿Tenes frío, amor?- le preguntó con una gentileza que la hechizo-

Él se acercó y la rodeó en sus brazos. Ella titubeo, pero no se animó a preguntar en voz alta lo que en su cabeza merodeaba.

-No- respondió a su pregunta. Tratando de alejar a los fantasmas de su mente- Me estremeció un escalofrió, como si algo malo estaría por ocurrir.

- ¿El escalofrió es una premonición?- a la pregunta la plasmo en un tono escéptico-

-No, claro que no- ella, sonrió. Se sintió infantil y crédula ante su interpretación-

Sus ojos se disiparon a las copas de los árboles, que se ondeaban como las olas del mar. Efectuando piruetas pequeñas hoja a hoja y las ramas se acoplaban a la danza. Permaneció admirando el hermoso paisaje que los incluía. Aislándolos, constituía un cuadro dotado de preciosidad extraordinaria.

-Aldi, ¿sabes que te amo?

Ella a ritmo lento, dudosa. Afirmó con un gesto sutil. Presentía que no encaja una parte de la historia. No conseguía refrescar su memoria. Recapitulaba tratando de evocar que había sucedido entre ellos. Reconstituir los hechos y acallar los estremecimientos vanos de perturbación. Leonel le producía una extraña contradicción, una mala vibra.

-Leonel, ¿por qué estoy aquí?

Al resarcir como circulaban los autobuses de la terminal, ella consideraba que tenía que estar allí y no a su lado.

-¿Te sentís bien?- él, la inspeccionaba de forma extraña- estamos en nuestro lugar, mi amor. Estás actuando de manera rara.

-Sí, me siento un poco rara- le declaró sin miramientos. Alzo su mano y palpo su frente. Su temperatura corporal, normal. No tenía fiebre, no deliraba. Leonel, tomo la misma mano y le regalo un beso en ella-

-Aldi- agarró ambas manos y las coloco en su pecho - te amo con toda mi alma. Mi alma es tuya ¿Sentís los latidos de mi corazón? Laten por vos.

Ella, las aparto. No le creía nada de lo que salía de su boca. Leonel prosiguió, ignorando los gestos de desaprobación de Aldana.

- En esta escalera, te juré amor eterno- ella no contestó y él sonrió- que nos amaríamos por el resto de nuestras vidas.

-Sí, Leonel. Cuando entablamos la relación, nos juramos tantas promesas de amor eterno- casi mofándose- Creo que en el primer amor, siempre se dicen esas palabras.

-¿Crees?- su aspecto se trasmutó a sombrío - ¿No me crees?

-Si- dubitativa-no lo sé- y él beso nuevamente su mano-

Aldana desvió su mirada por unos segundos en dirección contraria a Leonel y de la nada apareció a dos escalones de separación Yamila. Aldana se impresionó, adhiriéndose a Leonel.

-¿Yamila?- le preguntó difusa-

Yamila traía el cabello recogido y sus ojos eran negros como la brea. Le sonreía de mala gana.

-¿Yamila te sentís bien? ¿Cómo llegaste tan rápido aquí arriba? ¿Qué le suceden a tus ojos? – Las preguntas las formalizó, casi sin aliento-

Aldana confundida por la apariencia de ella y la rapidez de su aparición. Le llamo la atención… Sus ojos, sin ser de matiz verde. Podría ser una broma de mal gusto. Casi no parpadeaba y sus manos atrás. Colocadas en los bolsillos de un pantalón todo roto y una camiseta ancha arrugada, nunca la avistó en esas fachas.

-¿Qué haces con Leonel? A él ¿lo perdonaste y a nosotras ¿no? Sos tan hipócrita. Sos una pobre muchacha, que no siente amor propio. Me das pena Aldana. Te juró que no deduzco como podes humillarte de esta manera. Lloraste semanas, por el daño que te causo y ahora estas pegada como mosca. No puedo verte, porque tu actitud me repugna.

- No la escuches mi cielo. Es una envidiosa, por el amor que profesamos uno por el otro- susurro Leonel en su oído-

Yamila se retiró bajando irascible los peldaños y surgió Bárbara. El cabello corto de color rosa revuelto y Aldana se preguntó ¿en qué momento se cambió el color de su cabello? Su pelo rubio tan lacio, tan pulcro. Su vestimenta, un vestido negro demasiado suelto. Ella, no aplicaba a esos gustos en moda. Descalza y sus ojos rojos como el mismísimo fuego.

-¡Sos estúpida Aldana! ¡Como decidiste quedarte a su lado! Y ¿yo? Me realizaste acusaciones falsas. Yo no estaba segura de los rumores, por ese simple motivo no hable. Y vos que sos la primera en decir “no juzguen a los demás por rumores” me juzgaste y me apartaste de tu lado. Ya no quiero verte nunca más.

Casi echando polvo se deslizo bajando los peldaños.

Emergió Cintia. Sus cabellos negros y el peinado una coleta que caía a un costado. Sus ojos de un matiz entre blanco con destellos amarillos. Sus vestimentas blancas. Un pantalón corto y una blusa al cuerpo. Informal, a lo que acostumbraba a notar en las vestimentas de ella. Sacando el color de sus ojos, que podían ser lentes de contactos. Aldana, se convenció de que formaban parte de una broma macabra.

-No te entiendo Aldi. A mí no me contestaste las llamadas y estás con él. ¿Por qué? A Leonel le das una oportunidad y yo no te conté, porque solo quería protegerte. Pensé, como una incrédula que lo que se comentaba era irreal y me apartaste. Me dejaste. Me juzgaste. Te deseo lo mejor, pero ya no quiero ser tu amiga. Las amigas te brindan oportunidades y vos te cerraste. Leonel es al único que escuchas, a él si le crees y son solo patrañas.




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